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José Hutter
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Denominaciones: el lado positivo

La verdad puede dividir, porque nuestra percepción de esta verdad es falible.

TEOLOGíA AUTOR José Hutter 24 DE OCTUBRE DE 2018 09:12 h
Foto: Patrick Tomasso, Usplash (CC0).

Si la Biblia es verdad, entonces ¿por qué hay tantas denominaciones? ¿No es un escándalo que el mundo evangélico se fraccione en miles de denominaciones, iglesias y grupos en todo el mundo? Todos hemos escuchado estas preguntas. Incluso es posible que nosotros mismos nos las hayamos hecho. ¿No sería mucho más creíble nuestro testimonio delante del mundo si solamente hubiera una sola voz? Una Iglesia. Punto. 



Detrás de estas preguntas hay una presuposición: una denominación es suficiente. Personalmente opino lo contrario: “grande” no siempre es lo mejor.



Pero antes de que mis lectores se enfaden conmigo y me reprochen que al fin y al cabo fue Jesucristo mismo aquel que nos enseñó que debemos ser uno, me gustaría hacer algunas observaciones.



 



CUANDO LA(S) IGLESIA(S) ERA(N) UNA



Cuando la gran mayoría de las iglesias cristianas eran una ¿cómo nos iban las cosas? Antes del año 1054 dC - cuando la cristiandad se dividió en la Iglesia Católica Romana y las Iglesias Ortodoxas Orientales - solo había una iglesia (romana, católica). Pero ¿en qué estado se encontraba esa Iglesia? ¿Se predicaba la Biblia? ¿Se conocía el evangelio y el camino de la salvación por la gracia? ¿Había un ejército de misioneros intentando predicar el evangelio por todo el mundo?



Más bien todo lo contrario. La Iglesia -unida y cada vez más poderosa- se vio inmersa en unas tinieblas espirituales tan grandes que a uno se le ponen los pelos de punta.



¿Realmente queremos una iglesia monolítica y unida por una centralización organizada? ¿Quién iba a presidir esa iglesia? ¿Quién iba a ser la cara visible? Y si no es una -al estilo papal- ¿Quién formaría parte del consejo regulador o como queramos llamarlo?



La frase de que el poder absoluto corrompe absolutamente, no tiene aplicación solamente en la política. La respuesta a la prepotencia del poder que corrompe siempre ha sido la descentralización. Fue la razón por la que Israel precisamente no iba a tener rey. No había una nación monolítica, sino 12 tribus. Y cada tribu se auto-gestionaba, como se dice hoy. No había rey, porque el Señor era rey. Y este hecho se expresa en la famosa frase: “unidad en la diversidad”. De hecho, Samuel les canta las cuarenta a los israelitas en 1 Samuel 8 cuando enumera todas las desventajas de una monarquía unida. Pero ni con esto consiguió convencerlos.



Pero vamos por partes. Y empezamos con el argumento número 1: Jesucristo pidió en Juan 17:11 que “todos sean uno”. Muchos creyentes entienden esta petición como mandato divino para unir denominaciones e iglesias y a la vez se escandalizan ante la innumerable cantidad de iglesias y denominaciones. ¿Y si esta petición ya ha sido escuchada y cumplida? En el día de pentecostés ocurrió precisamente el milagro de los milagros: Pablo escribió a los corintios -precisamente asolados por un problema de división: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13). Pablo escribe en el pretérito (mejor dicho: en el aoristo, en griego), de un hecho cumplido. Ya no hace falta orar que seamos uno: ya lo somos, hasta aquellos que intentan dividir el cuerpo de Cristo, como ocurrió en Corinto. A todos los nacidos de nuevo nos une una cosa: formamos parte del mismo cuerpo. El Nuevo Testamento enfatiza la unidad dentro de una congregación (Efesios 4:3) y se presupone la cooperación entre las iglesias que se mantienen fieles a la doctrina de los apóstoles (Hechos 15). Por eso tenemos las Escrituras, como canon de lo que es y lo que no es en la Iglesia del Señor.



Nuestra cooperación debería basarse en una recepción común de la verdad divina (2 Juan 1:9-11). Y la realidad es que la verdad puede dividir. Porque nuestra percepción de esta verdad es falible.



En Apocalipsis 1 vemos a Jesucristo andando entre las iglesias. Es curioso que las iglesias son representadas como 7 candelabros individuales. En el Antiguo Testamento, solo hay un candelabro con siete brazos. No así en el libro de Apocalipsis donde cada iglesia es representada de forma individual bajo la soberanía de Cristo. Y también es curioso que Jesucristo amenaza con extinguir únicamente aquellas iglesias que comprometen el evangelio (capítulos 2 y 3).



Con esto surge una pregunta interesante: ¿pueden las iglesias cuya llama arde, tener comunión con aquellas cuya llama se ha extinguido, en el caso de poder identificarlas? A veces será difícil decir donde está la línea, pero las que se han pasado ya cinco pueblos en su negación del evangelio tampoco son tan difíciles de identificar.



Históricamente, las iglesias de los primeros dos siglos no fueron organizadas de forma muy clara. Pero ya en el segundo siglo se nota el surgimiento de diferentes formas de practicar la fe y la adoración. Algunos grupos eran claramente heréticos (los marcionitas, los ebonitas y otros). Luego surgió un movimiento muy similar a nuestras iglesias pentecostales y carismáticas: los montanistas. Nada menos que el gran teólogo occidental Tertuliano - que nos regaló una buena parte del vocabulario teológico -por ejemplo la Palabra Trinidad- se hizo miembro de esta iglesia, o ¿deberíamos llamarla “denominación”?1



En esos primeros dos o tres siglos de la Iglesia no existió el tipo de unidad con la cual sueñan nuestros ecumenistas hoy en día. Pero eso sí: sabían excluir a los grupos que claramente se pasaban de la raya precisamente porque la Escritura (el canon del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento que en esos años emergía de forma muy clara) estaba por encima de todo. Es precisamente cuando el obispo de Roma asumió un papel cada vez más unificador y centralizador, cuando se empezó a poner la organización por encima de la Escritura. Allí está precisamente la madre del cordero: mientras que aceptamos la Biblia como Palabra y autoridad última, no podemos buscar una unidad organizacional.



Y el argumento de ser una voz más efectiva y creíble en caso de unidad visible, la cosa no es tan evidente como puede parecer. Indudablemente, una organización monolítica y unida siempre impresiona. Es precisamente por esta razón que los israelitas en los tiempos de Samuel querían un rey, como todos los demás. Y sin embargo, hay muchas ventajas en un cristianismo descentralizado, a nivel organizativo, para que se me entienda bien. 



Las organizaciones aparatosas tienen los reflejos felinos de un petrolero. Sin embargo, donde los caminos son cortos y donde la organización es local, allí es posible reaccionar con rapidez a cualquier desafío.



Y otra ventaja existe, aunque mal nos pueda pesar admitirlo: la competencia siempre es buena, no solamente en los negocios, sino también en lo espiritual. Una competitividad fraternal que tiene unos principios éticos sanos puede hacer más por la unidad que todos los intentos centralizadores. Es verdad, este principio puede llevar a una actitud consumista entre pastores y ovejas: el pastor predica lo que las ovejas quieren escuchar, porque le pagan y las ovejas se van a un lugar donde nadie les molesta, ni les pide nada. Lo que pasa es que en un movimiento que se nutre precisamente de la dinámica y del poder divino, ambos extremos finalmente se auto-eliminan. También podríamos decir: Cristo les jubila.



 



VENTAJOSO



Precisamente en la Alianza Evangélica trabajamos en favor de la unidad de aquellos que valoran y se aferran a los elementos básicos de la fe cristiana. El hecho de que tengamos diferentes denominaciones no es una desventaja. Todo lo contrario: es un lujo a valorar. Porque aunque yo ame a mi denominación con locura, tengo que reconocer que otros creyentes también saben vivir su fe aunque posiblemente no tengan la misma escatología, eclesiología o incluso difieran a la hora de entender el Bautismo y la Santa Cena. Podemos estar en desacuerdo, debatir incluso a veces tener alguna que otra discusión, no pasa nada. Porque sabemos que algún día estaremos adorando al Cordero al unísono. Y en aquel entonces ya no habrá denominaciones.



Lo digo al final del artículo muy claro: no estoy abogando a favor de un denominacionalismo arrogante y ciego que se cierra a todos los demás a cal y canto. El aislamiento solamente produce grupos sectarios. Si llegamos a creer que somos los únicos que han quedado para mantener en alto el estandarte de la verdad es muy probable que estemos equivocados. Ya Elías, el profeta, pensaba que era el último de Filipinas, para darse cuenta de que quedaron aún miles que no se arrodillaron ante los baales. 



Durante casi seis años tuve el privilegio de pastorear una iglesia que no pertenecía a ninguna denominación y, sin embargo, actuaba en plena comunión con las otras seis iglesias evangélicas que había en la ciudad. Frente al Ayuntamiento, al mundo externo, siempre hablábamos con una voz: la voz del evangelio entregado a los creyentes. Y esta voz unida se escucha.



 



Notas



1Dicho sea de paso: es la razón porque la Iglesia Católica Romana no reconoce a Tertuliano hasta el día de hoy como uno de sus “doctores”.


 

 


3
COMENTARIOS

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Respondiendo a

Estéfanas
30/10/2018
10:44 h
3
 
¡Estupenda reflexión, José! (La comparto).
 
Respondiendo a Estéfanas

jorgevaron
27/10/2018
22:56 h
2
 
En el siglo I la iglesia estaba atomizada en una multitud de congregaciones que se reunían en las casas, y el Espíritu se movía con tanta potencia que los creyentes se multiplicaban contra la fuerte corriente del paganismo de la gran cultura clásica y contra la oposición política y militar del imperio. Después cuando surgió la mega-ilglesia romana las aves de los cielos, es decir los demonio, anidaron en sus ramas, un hecho corroborado por la historia hasta el día de hoy.
 
Respondiendo a jorgevaron

Andrés
25/10/2018
18:33 h
1
 
Yo creo que el artículo pretende, queriendo o sin querer, racionalizar el fenómeno del denominacionalismo para presentarlo como ¨positivo¨ ante la evidencia de algo que no se vá a poder revertir: el crecimiento por división del evangelicalismo y del protestantismo. La pregunta es sencilla: ¿porqué y en que circunstancia surgió tu denominación? Es decir ¿porqué rompiste con otra? ¿Porqué estas al? En esas preguntas está la respuesta a si la división denominacional tiene realmente algo positivo.
 



 
 
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