¿Cuál fue el mejor momento de Jesús para ayudar a una persona encorvada a enderezarse? La respuesta fue al instante, en aquel ahora.
Un sábado se puso Jesús a enseñar en una sinagoga. Había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu maligno la había dejado encorvada, y no podía enderezarse para nada. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo:
–Mujer, ya estás libre de tu enfermedad.
Puso las manos sobre ella, y al momento la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, enojado porque Jesús la había sanado en sábado, dijo a la gente:
–Hay seis días para trabajar: venid cualquiera de ellos a ser sanados, y no el sábado.
El Señor le contestó:
–Hipócritas, ¿no desata cualquiera de vosotros su buey o su asno en sábado, para llevarlo a beber? Pues a esta mujer, que es descendiente de Abraham y que Satanás tenía atada con esa enfermedad desde hace dieciocho años, ¿acaso no se la debía desatar aunque fuera en sábado?
Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron avergonzados; pero toda la gente se alegraba viendo las grandes cosas que él hacía. Lc 13, 10-17
La siguiente reflexión está basada en la curación de la mujer encorvada, recogida sólo en el evangelio de Lucas y tiene que ver con a la observancia de la ley.
He acudido al trabajo de licenciatura de la religiosa Genoveva Nieto Guerrero de la Universidad Bíblica Latinoamericana de San José de Costa Rica. Ella titula su trabajo El cuerpo femenino como texto. Reflexiones en torno a una metáfora.
Estos ocho versículos comprenden la opresión y la liberación de una pobre mujer. La autora de la licenciatura escribe ..."El cuerpo curvado de la mujer, expresión simbólica de todas las opresiones que doblegan los cuerpos y alienan los espíritus en los cuatro puntos cardinales de la Tierra".
Hasta ahora, Jesús aparece en los evangelios como un profeta itinerante, predica mientras va en camino. En esta ocasión le vemos enseñar oficialmente en una sinagoga, no se sabe cuál, durante el día del sábado. La sinagoga se entiende como el lugar donde se fragua la mentalidad judía y se adoctrina al pueblo. En esta perícopa se repite cinco veces la palabra sábado. El sábado es el símbolo de identidad de sus costumbres.
El milagro lo conocemos, nos habría gustado saber lo que enseñó Jesús ese día, pero no se nos revela. De este modo, la historia recobra su total importancia en la mujer, un ejemplo más entre tantas y tantas mujeres que viven su sufrimiento en completa soledad. En el relato encontramos tres personajes principales: Jesús, la mujer y el jefe de la sinagoga.
Pensemos, para poder hacernos una idea que nos ayude a la reflexión, que era una mujer del pueblo, marginada por su cuerpo defectuoso al que la tenía atada Satanás (así se calificaban algunas enfermedades), quizá podría tener entre cuarenta y tantos o cincuenta años, seguramente era viuda pobre, sin hijos y vivía de la caridad pública, como tantas otras.
En este tiempo, en el contexto judío, la mujer era vista en función del marido y de los hijos varones. Una mujer sola no tenía representación legal, no existía para los censos del imperio ni contaba como miembro activo del culto.
Debido a su pobreza, seguramente era propensa a las enfermedades físicas y psicológicas, por verse en total desamparo y sufrimiento. Pensaría que lo que le ocurría era un castigo de Dios. Socialmente se había aprendido a unir pecado, sufrimiento y castigo.
Ahora ya tenemos una ligera visión sobre esta mujer que acarreaba una triple afrenta: ser mujer, ser pobre y ser pecadora.
En diferentes textos en los que Jesús hace milagros vemos con normalidad que, estos enfermos y necesitados, acuden a él a pedirle, a rogarle. Sin embargo, en este relato vemos que la mujer no dice una sola palabra. La palabra se le ha negado, enmudece. Simplemente irrumpe en la sinagoga mientras Jesús está enseñando. Está resignada a su mala suerte, aunque se siente parte de la comunidad y va a alabar a Dios, a pedirle sanidad. Es posible también que acuda casi escondida debido a su enfermedad que le impide mirar cara a cara, pues está limitada a ver el trocito de tierra que se halla bajo sus pies y que, al mismo tiempo, la enfermedad le proporciona un estado de impureza. Estaba señalada. Aun así, irrumpe en el culto y, por lo que ocurre a continuación, rompe la armonía del sábado.
¡Cuántas veces, en privado, le habría pedido al Señor alivio para su sufrimiento! Su encorvamiento era la somatización del enorme peso que le producía sentirse maldita por Dios y por los hombres y vivía sumida en la fatalidad, la culpa y la desesperanza.
Nuestro cuerpo tiene un lenguaje. Guarda nuestros secretos, nuestros dolores, nuestra historia. El cuerpo también tiene memoria y saca a la luz cualquier experiencia que almacena.
En este caso, ante el silencio de la mujer que la hace inexistente, ante este silencio, es su propio cuerpo el que se constituye en palabra. Su cuerpo es el que habla desde el dolor de la larga enfermedad que conocían y estaban acostumbrados a ver desde hacía dieciocho años.
El cuerpo se hizo texto y demandaba salud y es Jesús (parece que es el único que se da cuenta de su presencia, o que los demás no han querido verla) quien oye su grito, y se fija en ella. Entiende ese alarido mudo y actúa en su favor.
Jesús vio a la mujer, la llamó y le dijo. El versículo 12 no sólo contiene tres acciones: ver-llamar-decir, sino que además añade la compasión. La compasión del Señor.
A continuación, la toca. Ese gesto que hace en multitud de ocasiones cuando sana o resucita muertos. Esa necesidad de tocar y que al mismo tiempo es la necesidad de ser tocado por parte de quien sufre. Bien, Jesús la toca, le impone las manos. Luego le confirma: "Has sido liberada de tu enfermedad".
La mujer se ha convertido en el centro de atención para Jesús. Se endereza instantáneamente. El Reino de los cielos acaba de entrar en su vida. Aquella esperanza vacía, El Maestro la llena. Ahora ella asume su cuerpo real y auténtico. Es dueña de sí misma.
De esta manera se apiada Jesús de las mujeres a las que nadie presta atención.
La postura de encorvamiento es utilizada en la Biblia como signo de opresión. En Isaías (1,17) leemos: Aprended a hacer el bien, buscad lo justo, enderezad al oprimido, abogad por la viuda.
Podríamos decir que fue una curación por sorpresa. Nadie la esperaba. Nadie ruega a Jesús que actúe, y él se salta una vez más las normas, esta vez delante del jefe de la sinagoga, provocándole un sentimiento de ira y enojo por haber curado en sábado.
Hace justicia a pesar de la ley, del ritualismo sagrado del sábado y la tradición. Es esta una controversia más sobre el descanso sabático. Además, por si fuera poco curarla, la llama "hija de Abraham" y la trata como a uno más del pueblo.
Leemos en el evangelio de Marcos 2,27 "el sábado está hecho para el ser humano y no el ser humano para el sábado, porque el Hijo de lo Humano es también señor del sábado". Jesús pone su prioridad en la misericordia.
Ante su curación y restauración, la mujer recobra la voz perdida por la indiferencia y glorifica al Señor. Le alaba y da testimonio de la acción de Dios que tocó su cuerpo y su alma, que le permite enderezarse y romper su prolongado encorvamiento: "Mujer, estás libre de tu enfermedad", le anuncia y en su interior el milagro consumado le provoca una inmensa alegría. Jesús acaba de devolverle la libertad. La espera ha llegado a su fin. Ahora puede participar en la celebración, dar culto a Dios como los demás.
A Jesús, hacer el bien le trae enfrentamientos. Para el jefe de la sinagoga el milagro resulta innecesario. Quizá la mujer era asidua a la sinagoga y la conocía, que había visto en otras ocasiones y sabía que su enfermedad no era mortal y por lo tanto, significaba un padecimiento muy inferior a la sed momentánea que podían sufrir un buey o un asno un sábado y que sí era lícito desatar para llevarlo a beber.
Hay cierto paralelismo entre el texto de Marcos 14, 4-9, en la historia sobre la mujer que derrama ungüento sobre el cuerpo de Jesús, y este: En aquella ocasión los que estaban allí criticaban a la mujer entre ellos, no se dirigieron en ningún momento a Jesús para reprocharle. En el texto sobre el que reflexionamos hoy, el jefe de la sinagoga cobardemente ignora a Jesús y a la mujer, en vez de enfrentarse directamente a quien ha hecho el milagro y a quien lo ha recibido, se dirige a los otros (para que pudiera celebrarse el culto era necesaria la asistencia de al menos diez varones) con tal de advertirles a los enfermos sobre cuando sí y cuando no tenían derecho a ser sanados. No se opone a la curación, sino al incumplimiento del descanso sabático en el que sólo se podía honrar a Dios.
Para el jefe de la sinagoga era imposible negar el milagro que acababa de ver, no podía enfrentarse a lo que sus ojos estaban viendo, pero su ira le lleva a amedrentar a cualquier necesitado que se hallara presente; públicamente les persuade.
Es probable que este hombre admirara a Jesús, por eso le permitió enseñar allí ese día. Pensaba que aquel sábado sería uno de tantos. Más el milagro ocurre. Se da cuenta de que ha perdido el control del culto y esto le hace ponerse en contra del Maestro. Jesús cambia el sentido del sábado. Trastoca costumbres para reafirmar a la persona.
Ante el jefe de la sinagoga y los que le apoyaban respecto a las restricciones del sábado, la mujer encorvada se endereza, no solo físicamente sino socialmente. La que era invisible se hace visible en presencia de todos. La restaura y la integra en el Reino de los Cielos que está creando, como miembro de pleno derecho.
Poco se sabe del pasado de ella, lo que hemos querido imaginar según aparece al principio, y poco importa ya una vez curada.
No sólo la mujer sanada pudo disfrutarlo sino aquellos que son despreciados y humillados se alegran con ella por lo que acaban de contemplar sus ojos y a continuación aquellos a quienes se lo contaron y la vieron a partir de entonces. Cada milagro contiene una gran densidad humana. Es un acto de misericordia de Dios que por su gracia endereza y devuelve la esperanza de ser redimidos.
Cuando Jesús se nos acerca, Dios actúa. Actúa a veces mediante nuestra petición y a veces ante nuestro silencio cansado, conoce nuestra necesidad sin que salga palabra alguna de nuestra boca.
El siguiente poema puede ilustrar la vida de la mujer encorvada, la vida de tantas mujeres del pasado y del presente que viven con la esperanza de poder enderezarse para levantar sus ojos al cielo.
Contamos nuestras historias, eso es todo.
Nos sentamos y escuchamos el uno al otro,
atentos al camino recorrido por cada alma.
Nos sentamos en silencio y entramos en el dolor de cada uno
y compartimos su alegría.
Escuchamos el anhelo de amor
y las búsquedas solitarias de amor y afirmación.
Escuchamos sobre sueños destrozados y visiones que volaron;
sobre esperanzas y risas convertidas en dureza y oscuridad.
Sentimos el dolor del aislamiento y la amargura de la muerte.
Pero en cada valiente y solitaria historia
se abrió paso la ternura de Dios,
y escuchamos música en la oscuridad
y apreciamos el perfume de flores en el vacío.
Sentimos que la creación florecía en la búsqueda de cada alma
y discernimos la belleza de la mano de Dios
en cada camino, aun retorcido y lleno de fango.
Y la voz de Dios cantó en cada historia.
La vida de Dios brotó de cada muerte.
Nuestro compartir se hizo una sola historia
de una simple búsqueda en solitario de vida y esperanza
y unidad en un mundo que gime ansiando amor.
Y sabíamos que en nuestro compartir
la voz de Dios estaba diciendo con fuerza:
Amaos los unos a los otros y daos la mano.
Porque sois uno, aunque muchos, y en cada uno de vosotros vivo.
Escucha, pues, mi historia y comparte mi dolor y muerte.
Escucha mi historia, levántate y vive conmigo.
Edwina Gately, tomado del libro 'Caín, ¿dónde está tu hermana? Dios y la violencia contra las mujeres'. Adelaide Baracco Colombo (ed.) EVD.
La mujer encorvada es un símbolo representativo de todas las opresiones que mantiene el género femenino. A lo largo de la historia, ¡cuántas mujeres se ven encorvadas, inclinadas sin posibilidad de mirar a lo alto, de mirar por encima de sí mismas, de proyectarse más arriba de su propia cabeza!
Se ha mencionado que para el jefe de la sinagoga fue un milagro innecesario. Para Jesús toda dolencia debe ser superada. La vida es más que la ley. Cumple Jesús además con la promesa que fue dicha también en una sinagoga, después de leer el texto de Isaías (Lucas 4, 18ss): "El espíritu del Señor está sobre mí porque me ha enviado... a proclamar la liberación a los cautivos".
Jesús no sólo cura a hombres. Está a favor de la liberación de las mujeres que sufren violencia social o familiar, las saca de las leyes patriarcales. Las que están en el "no lugar" porque ellas no interesan, encuentran lugar en Cristo que les devuelve la dignidad perdida, las restaura y las coloca en el Reino y dan testimonio de su obra. Dios Justo está con las mujeres y se duele de sus padecimientos. Compasivo, nos está siempre sosteniendo. Nos mira. Se fija en nosotras. Nos llama. Nos habla. Nos toca. Nos ayuda.
A lo largo de la historia, hemos aprendido a sufrir en la invisibilidad como si fuese algo cotidiano. Jesús revela su amor que, en este caso, es abrir a la mujer un futuro y una esperanza diferentes.
¿Creía aquella mujer en Jesús? ¿Había oído hablar de él? ¿Apareció en la sinagoga porque se había enterado de que él estaba allí? No sabemos, pero podríamos pensar que después de ser liberada pasara a formar parte del grupo de Jesús como discípula, a formar parte del conjunto de mujeres que le seguían, que también habían sido curadas de sus enfermedades y liberadas de los malos espíritus.
Hoy los cuerpos siguen hablando, siguen expresando de mil maneras las historias que llevan dentro y sus razones. Hablan los de las mujeres enfermas; los de las mujeres violadas; los de las asesinadas por sus parejas. Hablan los cuerpos de sus hijos huérfanos. Hablan los cuerpos de las marginadas; los cuerpos de las mujeres que son maltratadas. Los de las mujeres que son engañadas. Los de las mujeres discriminadas. Los de las mujeres que sufren en silencio cualquiera que sea su dolencia. Son cuerpos encorvados que han perdido la esperanza para luchar.
Hablan los cuerpos de los creyentes y las creyentes, aplastados por los moralismos, los complejos de culpa, las imposiciones y los fundamentalismos de una religión que en vez de liberar y trascender al ser humano, se ha convertido en un elemento más de opresión.
Hay mujeres que seguimos encorvadas en muchos aspectos, más aún dentro de las iglesias. Reclamemos vida para las que están muertas en vida.
Jesús nos devuelve una existencia digna. Busca siempre la felicidad de sus criaturas, también de las mujeres. Nos trae las buenas noticias de la liberación.
Y respecto a nosotros tenemos que preguntarnos:
¿Cuál es el mejor momento para hacer el bien a los demás y libertarlos? La respuesta es AHORA.
¿Cuál es el mejor momento para consolar a nuestro prójimo? La respuesta es AHORA.
En definitiva podemos preguntarnos:
¿Cuál fue el mejor momento de Jesús para ayudar a una persona encorvada a enderezarse? La respuesta fue al instante, en aquel AHORA.
Sea cuales sean las circunstancias, AHORA, para nosotros, es siempre el mejor momento de hacer el bien.
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