El gentío quería un Jesús dispensador de bienes y bendiciones materiales. Pero los bienes y bendiciones materiales dispensados momentáneamente por Jesús señalaban a los auténticos bienes y bendiciones, que son de naturaleza espiritual.
El día más largo es el título de una película que en su momento (1962) hizo época, relatando el famoso desembarco aliado del 6 de junio de 1944 en las playas de Normandía. En un momento determinado, una vez que las tropas han conseguido afianzarse en tierra firme y avanzar hacia el interior, la columna norteamericana mandada por el teniente coronel Benjamin H. Vandervoort, interpretado por John Wayne, llega a un punto donde una señal indica la dirección a seguir para llegar a la población de Sainte-Mère-Eglise. Sin embargo, el oficial no hizo caso de la señal, al entender que había sido puesta adrede para equivocarlos y mandarlos lejos de su objetivo. En efecto, así era. Poner señales indicando direcciones erróneas, fue una de las tácticas empleadas en esa guerra. Aunque también otra táctica consistió en quitar toda señal, para evitar que el enemigo sacara provecho; si bien esta estrategia fue un arma de doble filo, porque en ocasiones dejó sin información a la población civil del mismo bando.
Las señales son importantes en la vida, también en las grandes cuestiones que atañen a nuestra existencia, porque de lo contrario quedaremos perdidos en un laberinto de posibilidades, sin saber a cuál atenernos. Y si es un quebradero de cabeza que una señal física esté equivocada, cuánto más que lo estén las señales vitales. Eso es lo que ocurre en el ámbito moral y espiritual, donde el enemigo ha cambiado las señales y se ha inventado otras, con el propósito de enviarnos en una misión abocada al fracaso y la perdición.
La palabra señal se usa en los evangelios para indicar aquellas obras especiales que Jesús hacía y que daban testimonio de quién era. Es decir, la señal era un credencial que demostraba fehacientemente la identidad de quien la efectuaba. Del mismo modo que un embajador demuestra su identidad por las credenciales de las que es portador, así Jesús demuestra que es el enviado de Dios, porque las señales que efectúa lo indican.
Múltiples y variadas fueron las señales que Jesús efectuó, tanto en el ámbito del cuerpo humano, como en el de la naturaleza, tanto en el mundo físico como en el mundo espiritual, al sanar instantáneamente enfermedades de toda clase, controlar la furia de los elementos desatados y expulsar demonios de los poseídos. No había posibilidad de duda y las señales que efectuaba eran valiosas ayudas para que la gente creyera en él.
Una de las más espectaculares que Jesús realizó fue la alimentación de varios miles de personas, con solo cinco panes y dos peces. Aquella señal desafiaba la lógica y todo lo que la experiencia humana enseña, al contravenir las leyes naturales, que muestran que lo escaso no se convierte sin más en abundante, a menos que haya una operación que trasforme lo primero en lo segundo. Esa operación, de carácter sobrenatural, fue la que Jesús efectuó, haciendo posible lo imposible. La cota de lo maravilloso había tocado aquí techo y el gentío dedujo que estaban frente a alguien único, de modo que concluyeron que era el esperado, el prometido. Este hombre, razonaron, nos sana de nuestras enfermedades y nos provee el alimento que necesitamos. En él está el cumplimiento y la satisfacción de todo lo que precisamos. ¿Qué más necesitamos? Y quisieron hacerlo rey.
Pero una señal no es un fin en sí mismo, sino un medio que indica algo más allá, que es a lo que verdaderamente hemos de prestar atención, no quedándonos con la señal en sí. Y en ese sentido, aquel gentío cometió el error de confundir el medio con el fin, sacando conclusiones equivocadas de la señal que Jesús había efectuado.
Cuando Jesús quiso corregir el entendimiento que ellos habían tenido de la señal, al mostrarles que la verdadera lección era más profunda y elevada, al consistir en que aquella comida física no era más que la ilustración de la verdadera comida espiritual que necesitaban, comida que sólo él podía proveerles, el gentío pasó de querer hacerlo rey a cuestionarlo. De pronto, todo lo que Jesús ha hecho anteriormente no cuenta para nada y los que hasta ayer le seguían entusiasmadamente, ahora se le ponen de frente y le desafían a que realice una señal. Y así es como Jesús pasa de la absoluta popularidad a la total impopularidad. Sencillamente porque quiso ser fiel a lo que verdaderamente había venido a hacer y no a lo que la gente quería que viniera a hacer. El gentío quería un Jesús dispensador de bienes y bendiciones materiales. Pero los bienes y bendiciones materiales dispensados momentáneamente por Jesús, señalaban a los auténticos bienes y bendiciones, que son de naturaleza espiritual.
Vivimos días en los que la gente quiere un Jesús del estilo que quería aquel gentío. No sólo eso. Quieren una Iglesia del mismo estilo. Una especie de ONG de ayuda humanitaria. Esa sería una Iglesia muy popular, lo mismo que aquel Jesús popular. Pero en el momento en que la Iglesia predique la necesidad de arrepentimiento y conversión, que predique la realidad del pecado y que predique la existencia del juicio de Dios, dejará de ser popular, lo mismo que Jesús dejó de serlo, cuando habló de las realidades espirituales. Pero no hemos sido llamados a ser populares, sino a ser fieles al que dijo: ‘Trabajad no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece.’
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