Hoy no hay esperanza en ningún tipo de éxodo que nos lleve a ninguna tierra prometida. Lo que contemplamos son pozos, lagos, negras piscinas con detritos humanos.
A veces pienso que vivimos en un tiempo en el que somos menos utópicos que nunca. No esperamos cosas extraordinarias que puedan cambiar nuestra vida para bien. Nos aferramos a la cruda y dura, a veces terrible, realidad del presente, y no tenemos sueños ni horizontes utópicos.
Tristezas. Los pensionistas viven sin utopías, sin sueños, con el miedo pegado a sus estómagos y a sus vidas ante lo que perciben como contrario a la utopía, al sueño, a la esperanza. Sus niveles de vida incluso podrían empeorar. Por eso se lanzan a la calle, con lluvia o sin ella. Desconfían de los políticos.
Otras tristezas. Los jóvenes, que podrían ser los más utópicos, no sueñan con un mundo mejor. Piensan que van a vivir peor que sus padres. No piensan en que para ellos podría haber una clara mejoría social. Los horizontes de la utopía se pierden, porque quizás hayan perdido la esperanza. El horizonte se percibe como la sombra de una sociedad cada vez menos justa.
Las duras y terribles tristezas. Los pobres de la tierra, no esperan nada de la solidaridad internacional, de la práctica de la projimidad por parte de la iglesia o de los creyentes ante ese gran escándalo de la humanidad que debería interpelar a los creyentes, a los seguidores del Maestro. Por el contrario, el horizonte no se muestra como utópìco, como constructor de sueños teñidos de justicia social. Sólo se ven ricos cada vez más ricos, un pequeño grupo, y pobres cada vez más pobres que son legión, las tres cuartas partes de la humanidad.
Tristeza espiritual. Los valores del Reino desaparecen del horizonte. Algunos hablan de la utopía del reino, pero ésta, en el mundo injusto y egoísta actual, desaparece del horizonte de muchos de los hombres y mujeres de hoy. En lugar de una utopía, se percibe en el futuro un mundo de sombras por donde camina y se desenvuelve la insolidaridad humana, el egoísmo y la injusticia. Quizás es que hemos perdido el concepto de amor al prójimo que nos enseñó Jesús y eso oscurece nuestra mirada hacia el futuro.
Dar razón de la tristeza de muchos. La razón está clara. Cuando falta la esperanza, el horizonte se oscurece. Ninguna mente se atreve a navegar por el mundo de las utopías, de los sueños. No encontramos caminos de escape, de huida. Hoy no hay esperanza en ningún tipo de éxodo que nos lleve a ninguna tierra prometida. Lo que contemplamos son pozos, lagos, negras piscinas con detritos humanos. La preocupación por los débiles parece haber desaparecido del mapa. Privilegio sólo de unos pocos, entre los que se deberían encontrar los cristianos.
Evangelio versus tristeza. Sí. Los cristianos debemos de ser creadores de esperanza, destructores de los egoísmos humanos, visionarios de un futuro mejor para los humanos. El Reino de Dios Ya está entre nosotros, y muchos parece que lo desconocemos. El cristianismo debe abrir y crear horizontes de esperanza que, incluso, den lugar a que los hombres puedan comenzar a soñar nuevas utopías, nuevos deseos de justicia no sólo para la eternidad, sino para nuestro aquí y nuestro ahora siguiendo los pasos de Jesús.
Misión diacónica de la iglesia versus tristeza. No cortemos al concepto de salvación la posibilidad de mejoras vitales para nuestro aquí y nuestro ahora en el que vivimos. Esto daría al traste con una de las misiones de la iglesia: la misión diacónica. No reduzcamos el Evangelio a una palabra desencarnada de la historia y de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Creer es comprometerse.
La esperanza que elimina toda tristeza. Sí, la esperanza, motor de toda utopía, de todo sueño hacia una vida mejor. Una esperanza que hemos de lanzar, de mostrar, de predicar con nuestra acción y con nuestra palabra, allí donde se dan los negros infiernos y los feos panoramas infiernos de la injusta realidad en la que se desenvuelven tantas personas y tantos pueblos, a los focos de pobreza, a los lugares de conflicto, allí donde se llora y se pasa hambre, donde hay terrorismos y bombas, donde hay duros sufrimientos, allí donde el hombre pierde su dignidad de ser humano y se convierte en un sobrante marginado y humillado. Aquí es donde el cristiano debe trabajar por abrir horizontes de esperanza, posibilidad de sueños de participar en una vida mejor no sólo de forma trascendente y metahistórica, sino trabajando como lo hizo Jesús que anduvo por el mundo haciendo bienes.
Creadores de esperanzas, de sanas utopías, de sueños. Necesitamos cristianos creadores de esperanza, única que puede mover a los hombres incluso en la búsqueda de sueños utópicos. No es nada malo, sino una necesidad de muchos pueblos e individuos que viven sin ninguna perspectiva, sin ningún horizonte, en la infravida y la cercanía de lo que podría ser una muerte en vida. La búsqueda de los cristianos de un mundo nuevo, va más lejos de buscar solamente la vida del más allá. Por eso Jesús tuvo que enseñarnos sobre el amor al prójimo, la projimidad sin la cual es difícil, o imposible, encontrar a Dios.
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