¿Sería verdad que cuando las personas callan las piedras hablan?
Pero Jesús les contestó:
–Os digo que si estos callan, las piedras gritarán.
Lucas 19:40
Después del largo paseo, el cansancio se apoderó de su cuerpo y tomó asiento junto a un cúmulo de piedras que se hallaban a la sombra. Observó la vegetación que aparecía entre ellas. Transportadas por los pájaros, las pequeñas semillas habían brotado. Quizá fueron los mismos que, al verla acercarse, huyeron precipitados a las copas de los arbustos que se encontraban en el entorno. El terreno era de secano y las simientes se atrevieron a despuntar al hallar lo necesario para sobrevivir durante un breve espacio de tiempo pues, entre los peñascos, la cantidad de tierra era escasa, la humedad casi nula y el verano, con su furia, las había secado.
El aire resultaba asfixiante dado el calor que perduraba aún al caer la tarde y el sopor la hizo perderse en una ensoñación que le mostró la figura primigenia que formaban aquellas rocas junto a las que reposaba.
Componían un pequeño templo. Un lugar que, con toda seguridad, fue respetado. Un terreno rodeado de fronda, animales mansos y bellos. Un recinto de paz al que acudir para meditar e hidratarse de la fuente que fluía en el centro. Lo que veía era hermoso. El templo, así lo creyó, era considerado un eslabón entre otros muchos, favorable para mantener relación personal con Dios. Lo más curioso fue que se vio a sí misma alegre, bebiendo del agua fresca y cristalina. Ella estaba allí, sola, calmando su sed. Sentía paz.
La inmovilidad provocada por las altas temperaturas y la visión fueron molestadas por el aleteo de una de las aves que regresaba despistada a tomar posesión del sitio. Despertó al oírla y enseguida advirtió cómo el pequeño animal, al ser observado de cerca, levantaba el vuelo y huía asustado de su presencia. Se sintió incómoda ya que le habría gustado llegar hasta el final de su historia ensoñada.
El crepúsculo sucedía con lentitud en un cielo sin nubes. El sol reinaba en su ocaso con esplendor, ajeno a la falta de atención que recibía del ser humano. Una vez más jugaba a esconderse tras la montaña roja en la que buscaba el amparo de la Madre Tierra.
Se levantó. Con ambas manos se sacudió la ropa y alisó su pelo. Entonces sintió necesidad de tocar las piedras. Advirtió el fuerte deseo de erigir las ruinas. Alzó unas cuantas y las colocó donde estimó que sería su posición primitiva. Fue cuando oyó voces. Eran sus amigos que la llamaban. Volvían de la playa cercana a la que ella rehusó acompañarles porque deseaba tener un rato de intimidad. Levantó los brazos para que la vieran y se encaminó a su encuentro. Antes de llegar hasta donde el grupo se encontraba, dirigió hacia atrás su mirada y tuvo la impresión de que las piezas procedían a recolocarse solas; o quiso idearlo así, es posible. Notó que formaban el mismo diseño que acababa de imaginar durmiendo. Era bello. Desechó la idea de regresar hasta allí, pues entendió que era una alucinación cuyo significado adivinaba. La desolación, las piedras caídas, la vegetación brotada y después seca, su inquietud urgente por ordenarlas... era un espejo que le devolvía la esperanza de reconstruirse a sí misma. La perspectiva de contemplar aquel templo rehecho le afirmaba que la rehabilitación en ella también era posible.
Volver con los amigos que recién conocía no le impidió seguir reflexionando en soledad. Sentía que su interior se estaba renovando. Su espíritu comenzó a abrirse para llenarse del cambio. Ideas nuevas le brotaban del alma como semillas recién germinadas en terreno propicio. Su vida no había sido un camino de pétalos de rosas. A pesar de estar rodeada de gente, en todo momento se encontró sin ayuda, sin nadie que la animara a levantarse si caía, a mejorar para mantenerse en comunión con el Creador. Con la vista puesta en el camino para evitar tropiezos, recordaba los acontecimientos que hacía unos años la llevaron del fuego al hielo y a nadie pareció importarle.
Oía la llamada secreta, la fuerte necesidad de regresar a su origen.
Uno de los chicos se le acercó para preguntarle por qué lloraba. Ella, al mismo tiempo que trataba de secar sus lágrimas con el pañuelo que él le ofrecía, respondió que lo hacía por puro cansancio.
Y era verdad, a pesar de su juventud, se encontraba cansada de demasiadas vivencias. Miró atrás una vez más para llevarse la última imagen y una pregunta vino a su mente: ¿Sería verdad que cuando las personas callan las piedras hablan?
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