Una simple reproducción de nuestra herencia cultural en otras culturas bien podría convertirse en un “imperialismo eclesiológico”, donde nosotros, tal vez sin saberlo, imponemos nuestra tradición a los demás.
La historia de cómo la iglesia primitiva se expandió a través de Asia Menor y logró establecerse en Europa es de dominio público. Sin embargo, la historia de cómo se expandió del otro lado del Mediterráneo a través del norte de África es menos conocida. En un momento dado, las mayores ciudades del imperio romano eran, además de Roma, Alejandría en Egipto y Cartago en la actual Túnez.
Estas ciudades se convirtieron también en bastiones para la iglesia cristiana. Los primeros pensadores cristianos, como Tertuliano, Cipriano y Agustín, nacieron todos en el norte de África y sirvieron en Cartago. Con una historia tan ilustre, uno podría verse desconcertado por el resultado de la expansión árabe en la región desde el siglo VII en adelante. Muchos estudiosos han luchado con la pregunta de por qué la iglesia no pudo resistir a los nuevos amos.
Hay varios factores que podrían formar parte de la respuesta. Pero hemos seleccionado dos que podrían tener, además, algo que enseñarnos en nuestro tiempo:
Nos preguntamos si esta clase de dinámica también podría arrojar luz sobre los acontecimientos contemporáneos de la iglesia.
¿CONTEXTUALIZACIÓN O UNIDAD?
El movimiento donatista, que hizo pie entre los bereberes, surgió luego de que el cristianismo se convirtiera en la religión oficial romana. La iglesia católica se mantuvo política y culturalmente fiel al imperio romano, mientras que la iglesia donatista representaría un movimiento eclesiástico más nacionalista conformado por la comunidad bereber autóctona. Asumió una postura dogmática firme y conservadora, pero incorporó una forma de expresión más carismática. La iglesia donatista estaba orgullosa de su herencia africana, la enseñanza de Tertuliano sobre el discipulado radical y la pureza de la vida cristiana, y su identidad como una iglesia mártir. La iglesia católica, por otra parte, enfatizaba la universalidad de la iglesia, y las enseñanzas de Tertuliano sobre la unidad de la iglesia y su servicio a la sociedad. Hizo grandes esfuerzos para adaptarse a su nueva posición como la iglesia del imperio romano.
El conflicto entre las iglesias católica y donatista puede ser considerado, en consecuencia, como representativa de la tensión entre la iglesia como entidad mundial y local, y los donatistas fueron considerados como una amenaza a la unidad de la iglesia.[1] Este conflicto presentaba:
No obstante, para la obra misionera actual podríamos preguntarnos si la unidad implica necesariamente una unidad organizativa y una uniformidad cultural cristiana. Tal vez el misionero debería más bien alentar una “unidad en la diversidad”,[2] donde las características culturales sean estimuladas y no sean consideradas como un obstáculo para la unidad cristiana.
Deberíamos también prestar mayor atención a la historia de la iglesia donatista cuando hablamos de la iglesia norteafricana, sobre todo porque la iglesia donatista permaneció en el lugar frente a la expansión musulmana, mientras que la iglesia católica huyó.
Además, nos vemos tentados a imaginar, con L.R. Holme:
Si la iglesia tan solo hubiera logrado hacerse de la gran masa de las tribus bereberes, si tan solo hubiera logrado alistar bajo el estandarte de Cristo todo el entusiasmo que luego apoyó la causa del islam, bien podría haber ocurrido que no solo los sarracenos nunca habrían tenido éxito en aplastar el cristianismo africano luego de conquistar la provincia, sino tal vez nunca hubieran conquistado siquiera la provincia. Lo que ocurrió fue que la enseñanza que apelaba fuertemente a la mente bereber fue condenada por los líderes de la iglesia como imperfecta, y quienes la enseñaban y creían en ella sufrieron la prohibición de las autoridades eclesiásticas y seculares.[3]
Si bien en ocasiones puede ser doloroso para las personas involucradas en las misiones cuando una iglesia autóctona busca la separación y la independencia o establece prácticas que son desconocidas y extranjeras, el misionero moderno debería preguntarse si la iglesia no está simplemente alcanzando la mayoría de edad.
LA IGLESIA ENTRE EL CENTRO CULTURAL Y LA PERIFERIA
Los bereberes eran, tradicionalmente, nómadas, y permanecieron mayormente como un grupo rural. Nunca se vieron tentados por la cultura de las ciudades, que estaba fuertemente influenciada y dominada por los inmigrantes romanos y su herencia cultural. Las sociedades bereberes estaban organizadas según estructuras tribales que se oponían inherentemente al estado centralizado y controlado por los romanos.
Con el pasar de los siglos, las ciudades del norte de África se convirtieron, cada vez más, en centros administrativos poblados por la élite política, financiera, militar y religiosa. La iglesia católica, el idioma latín y la forma de vivir romana dominaban en todos los aspectos. En consecuencia, los bereberes, aunque representaban la población autóctona y constituían la mayoría étnica, siguieron siendo culturalmente periféricos, carentes de influencia y de representación política, financiera y cultural.
Varios estudios han demostrado cómo la conversión religiosa y el desarrollo religioso de diversos grupos han estado frecuentemente interrelacionados con una mayor dinámica sociopolítica y etnopolítica y, en consecuencia, deben ser interpretados a través de tales marcos.[4] Las experiencias de marginación étnica y cultural podrían desempeñar un papel importante en el fortalecimiento de la identidad étnica de un grupo, en oposición al dominador.
En este sentido, la historia de la población bereber en el norte de África sigue un patrón reconocible. Cuando la potencia ocupante romana desanimó y persiguió a los cristianos durante los primeros tres siglos, sorprendentemente el cristianismo encontró un punto de apoyo y prosperó entre la población bereber. Más tarde, luego que la iglesia católica se convirtiera en la religión del estado a partir del año 380 d.C, los bereberes se volvieron de la iglesia católica al donatismo, y siguió la persecución. Por lo tanto, el estilo de vida religioso y la identidad religiosa continuaron constituyendo un elemento de oposición a los gobernantes extranjeros en la zona durante este período considerable.
Se ha identificado un patrón similar en varios otros contextos, incluso en los tiempos modernos. Uno de estos ejemplos es la historia del desarrollo religioso en partes de África Oriental. Varios estudios han demostrado cómo la oposición al grupo históricamente dominante, el pueblo amhara, cristiano ortodoxo, jugó un papel importante en la formación del tejido religioso de la Etiopía actual:[5]
Si bien una mayor dinámica sociopolítica y etnopolítica podría estar influyendo en el cambio religioso, así como en la conversión al cristianismo, esto no implica necesariamente que las conversiones individuales no sean auténticas. Simplemente subraya el hecho de que la reorientación religiosa no tiene lugar en un vacío. Ninguno de nosotros es ajeno a la cultura y la sociedad a las que pertenecemos.
Además, podría indicar que Dios está obrando en condiciones cambiantes, y que él se relaciona con nosotros como personas de culturas y sociedades. Por lo tanto, es interesante notar que una dinámica similar podría estar ocurriendo en la región norteafricana actualmente:
LECCIONES ADICIONALES PARA LA IGLESIA CONTEMPORÁNEA
Todo misionero transcultural trae consigo una herencia, tanto con relación a la teología como a la cultura. A menudo ambas pueden ser difíciles de distinguir, dado que la religión es también una parte integral de la cultura. Por consiguiente, ningún misionero es culturalmente imparcial, y nuestro evangelio tiene la tendencia de transmitir predisposiciones culturales. No hay diferencia en este sentido, sea que nuestra herencia teológica y cultural sea coreana, nigeriana o noruega. Una simple reproducción de nuestra herencia cultural en otras culturas bien podría convertirse en un “imperialismo eclesiológico”, donde nosotros, tal vez sin saberlo, imponemos nuestra tradición a los demás. Más bien deberíamos preguntarnos qué parte de nuestro mensaje es indispensable, y qué parte no lo es.
Los misioneros transculturales deben considerar también los aspectos de la representación política, financiera y de poder. Al ser forasteros culturales, no existe un “espacio neutral”. Siempre representamos algo. Si bien tal vez no podamos eliminar esta representación, el misionero debe estar atento a ella y debe intentar contrarrestar la influencia de dichos elementos. En caso contrario podríamos contribuir a alienar a la iglesia de su contexto.
El pionero de la misiología del siglo XX, Paul Hiebert, defendió la importancia de la “autoteologización”.[8] Toda iglesia joven necesita desarrollar una teología contextual que tenga sentido cultural y dé respuestas a preguntas de pertinencia cultural. Los misioneros deberían alentar esta clase de desarrollo, aun cuando los líderes locales no siempre lleguen a las mismas conclusiones que el misionero. Este podría ser un proceso doloroso, como ha señalado la historia de la iglesia bereber. Sin embargo, podría ser también un proceso de crecimiento para el misionero, al ser desafiada nuestra herencia eclesial, y podría seguir desarrollándose en un diálogo con nuevas perspectivas.
Las iglesias en todo el mundo podrían beneficiarse de abrazar una “unidad en la diversidad”. En el mundo occidental contemporáneo, este desafío es igualmente válido con relación a las iglesias inmigrantes que surgen en medio de ellas. Las “iglesias mayoritarias” de Occidente deben considerar cómo pueden relacionarse con las nuevas iglesias inmigrantes de manera tal que la afluencia de cristianos del Sur Global pueda hacer un aporte positivo para revigorizar y reinterpretar el cristianismo en Occidente.[9]
Notas
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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