El poeta abulense obtiene el galardón en su XVII edición. "Su palabra nace de la experiencia y el deseo irrefutable de compartirla", ha destacado el portavoz del jurado, Juan Mayorga.
Me llena de gozo la reciente concesión del Premio Teresa de Ávila a José María Muñoz Quirós, un poeta al que me religa una amistad indeleble, es cierto, pero también el aprecio por la prístina poesía que viene escribiendo desde su Ávila natal.
Él es uno de los pocos autores que viene participando, desde hace 14 años, en los encuentros “Los poetas y Dios”, organizados en Toral de los Guzmanes por la Asociación Cultural Evangélica Eduardo Turrall. Sobre esta vertiente suya hacia lo divino, ya expuso algo en este medio, el año 2013.
PAEAJES TELÚRICOS Y ESPIRITUALES
I.
Ahora expongo unas reflexiones sobre su libro Locus standi (Polibea, Madrid, 2016). ¿Mundo o terruño, lugares de distintas latitudes o ciudad y pueblos de lo cercano donde más palpita el corazón? Pero no nos quedemos sólo por las cartografías territoriales, en las disyuntivas entre lo provinciano y lo universal, en los campos y pájaros y cumbres. Recordemos que el ser humano tiene otro anclaje que trasciende lo telúrico, pues precisa ahondarse en lo espiritual, en lo que se hace llama u oxígeno de otra índole: abismarse para trascender o para soportar inquinas cotidianas, púas que la convivencia deja florecer con mayor celeridad que los esperados capullos de las rosas.
II.
Pienso así ahora que releo los sesentaiún poemas que se han instalado, con vocación perdurable, dentro de Locus standi. Su autor es mi entrañable amigo José María Muñoz Quirós. Y aquí una digresión sobre la amistad: Ella es soberana y sabe ser fiel, pero nunca hasta llegar al enaltecimiento espurio de aquel que compromete al amigo cuando lo ofrecido son bagatelas, versos juntados que no pasarían de ser mala prosa… En cualquier ciudad, en cualquier país nos encontramos con lamentables muestras de esta índole que, en vez de propiciar un mayor reconocimiento del autor, resultan un boomerang para quien busca prestigiarse amparándose en críticas ampulosas. Gracias a Dios (y a su magnífica Poesía), este no es caso de José María, un maestro que ya hace varios lustros encontró la senda de la mejor Poesía, haciendo de ella un auténtico sacerdocio, un espacio sagrado al margen de religiosidades o temblores celestiales.
III.
Vuelvo hasta aquí, hasta su Ávila del sosiego suficiente. Orgullosamente provinciano, desde esta austera morada para el alma, cada vez más y mejor sus ejercicios poéticos se van tornando universales, no solamente por la proyección iberoamericana o sus periplos por la India y países árabes, sino porque la temperatura de su lenguaje poético ha logrado la perfección de lo sencillo, de lo que trasmite para conmover a muchos, en cualquier idioma al que se trasvase sus versos que sí contienen Poesía. Aportemos un texto, Trigo errante, por ejemplo, donde anota: “Olor a tierra y surco en barbecho,/ a campo donde el musgo se libera/ de la escarcha y el hielo./ Es la sed de la nieve/ donde se vierte la lenta página/ del tiempo./ Todo renueva/ su retorno como el frío/ y huye luego hasta la altura/ de la piedra, y vuelve/ con invencibles alas. Viene/ hasta mí, se esconde en mí,/ se adentra en mí,/ vestido de trigo errante/ de inocente caricia” (p. 36).
IV.
Hay tributo al paisaje, ¡qué duda cabe!, pero en Locus standi, en sus breves e intensos poemas, Muñoz Quirós ha acopiado, con pulso y puntería, el desentierro de la tierra para depositarla en la eternidad comprimida del alma, como cuando confiesa que “la savia de la vida/ me ha brotado/ en las venas del alma” (p. 26). O también: “…Me alza el vuelo/ de lo que termina como un dardo/ que se clava en los días esparcidos/ como semilla sobre el alma…”. (p. 77). La memoria es otro de los ejes de este precioso libro (precioso como objeto y precioso por las perlas que contiene). Así, en el poema que da título al libro, testimonia: “…Donde yo vivo/ se cercena de tiempo cada ausencia/ de las cosas calladas y perdidas”.
Muñoz Quirós sabe que la poesía es una auténtica tabla de salvación y, por ello, pide: “…Sálvame/ de esa frágil memoria que cuando me destruye/ se enciende en un abismo donde ya nada existe” (P. 63).
Enhorabuena pública por este Premio, que se suma a los muchos que ha ido obteniendo en estos lustros precedentes.
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