El ideal cristiano no es trabajar lo menos posible, sino usar el trabajo para la gloria de Dios.
La Reforma preparó el camino para lo que se llama la “ética protestante del trabajo”. La idea de Martín Lutero del “sacerdocio de todos los creyentes”, hizo añicos la estricta separación entre lo “secular” o lo “mundano” y lo “espiritual”, que era una idea común en la Iglesia antes de la Reforma. Al anular esa diferenciación se elevó el reconocimiento del trabajo secular. Ya no se veían más las profesiones seculares como inferiores a la vida contemplativa de los monasterios o al ministerio de un sacerdote. Dios podía ser glorificado en cualquier tipo de trabajo honrado. Cuando hablamos hoy en día de la importancia de glorificar a Dios en todo lo que hacemos, incluyendo en nuestros trabajos, expresamos una idea que tiene sus raíces precisamente en la Reforma Protestante.
Este concepto y otros más llevaron al progreso industrial y la prosperidad más avanzada jamás conocida en la historia.
Fue este principio de un trabajo sólido y bien hecho para la gloria de Dios que llevó a los países de la Reforma a un bienestar singular, y se debe particularmente a la cosmovisión protestante. Los emprendedores y negocios más dinámicos se encontraron en la Holanda calvinista y en Inglaterra, fuertemente influenciada por sus ideas.
Max Weber, en su famoso libro: “La ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo” (1905), atribuyó la revolución capitalista al calvinismo con su austeridad y su ética de trabajo.
Calvino además defendió el derecho a la propiedad privada, enseñó el concepto bíblico de ser administradores de Dios, promovió la competencia libre y la prohibición de intereses abusivos, a la vez aceptando la posibilidad de cobrar intereses razonables. De esta manera se liberaron todos los mecanismos del mercado que llevaron a un desarrollo sin igual en la historia. Como resultado queda una sociedad con libre comercio que ha generado los niveles más altos de vida, la esperanza de vida más alta y el progreso más grande jamás visto en la industria y la medicina, por ejemplo.
Mientras que el ideal por alcanzar en nuestra sociedad hoy en día es trabajar lo menos posible y ganar lo máximo, la ética del trabajo en la tradición judeo-cristiana es glorificar a Dios precisamente a través del trabajo
EL MODELO DE TRABAJO EN LA BIBLIA
En Proverbios 31 vemos todo un capítulo dedicado a una mujer que se dedica a varias tareas para sacar adelante su familia. Uno puede decir sin lugar a duda que la misma ética se refiere a los hombres.
El comienzo del trabajo antiguamente empezó con la salida del sol y duró hasta su ocaso (Salmo 104:22.23). En el Nuevo Testamento vemos que era posible encontrar gente que buscaba trabajo todavía a las cinco de la tarde (Mateo 20:1-16). La misma parábola, por cierto, también nos enseña que el dueño de la viña podía tratar a los obreros de forma desigual. No iba en contra de la ley. Podía pagar a cada uno el importe que deseaba, sin que nadie tuviese el derecho de meterse con él.
Esto quiere decir que la jornada laboral en el marco bíblico tanto del AT como del NT es de unas 12 horas, los seis días de la semana. Por supuesto hubo también en Israel épocas festivas donde la gente no trabajaba, como por ejemplo durante las tres fiestas obligatorias (pascua/ panes sin levadura, pentecostés y tabernáculos).
Hay que constatar claramente que aquel que aboga por una semana de trabajo de 40 o 35 horas no puede apoyarse en la Biblia y está simplemente recitando demandas que vienen de una ética humanista/ideológica que nada tiene que ver con la enseñanza bíblica.
La forma de ganar dinero es trabajar y esto es para el creyente un privilegio. El trabajo del hombre se compara directamente con la obra creadora de Dios y lo mismo ocurre con el descanso del séptimo día (por ejemplo en Deuteronomio 5:13).
La forma bíblica de ganarse la vida es trabajar. Proverbios 12:11 menciona que Dios honra a aquel que trabaja duramente y no intenta hacerse rico de forma fácil. Al mismo tiempo, nos damos cuenta que el vago no llega a ninguna parte (Proverbios 13:4). El trabajo duro tiene la bendición de Dios (Proverbios 14:23). La meta del creyente es no depender de otros económicamente (1 Tesalonicenses 4:11.12). Más todavía: Pablo tiene palabras duras contra aquellos que viven a costa de otros. En 2 Tesalonicenses 3:10 escribe que aquellas personas ni siquiera tienen el derecho a comer.
El creyente es productivo y de esta manera imita a su Dios. Vivir una vida que produce nada no es la voluntad de Dios (Tito 3:14).
En consecuencia, la fe cristiana no habla de un igualitarismo o algo como un socialismo cristiano. No existe tal cosa. Los ejemplos que siempre se citan de los evangelios o del libro de los Hechos (vender todo y darlo a los pobres, tener todas las cosas en común) eran simplemente medidas de estrategia o de emergencia en una situación concreta (véase mi previo artículo).
La Biblia no se opone a que una persona gane incluso más de lo que necesita siempre que esto ocurra con medios honestos. Veamos brevemente los hechos:
- La Biblia reconoce el derecho a la propiedad privada. Eso está implícito en dos de los diez mandamientos.
- Juan 19:26.27: Juan tenía casa incluso después de haber seguido a Jesucristo durante más de tres años y medio.
- Mateo (LevÍ) tenía una casa donde invitó gente para que conocieran a Jesucristo.
- Lucas 8:1 había personas pudientes que apoyaron a Jesucristo.
A la vez que no está prohibido a ganar más de lo que uno gasta, muchos creyentes a lo largo de la historia entendieron que correspondía al espíritu de las enseñanzas de Jesucristo el vivir una vida modesta. Esto llevó, por ejemplo en los tiempos de la Reforma, a muchos empresarios que había abrazado las doctrinas de Lutero y Calvino a empezar a reinvertir las ganancias de sus negocios de nuevo en sus empresas y quedarse solamente con una ganancia modesta. Esto fue uno de los factores decisivos para el gran éxito de naciones calvinistas, como por ejemplo Holanda, en el comercio.
Esa ética del trabajo incluye unos principios muy sencillos que hoy por hoy siempre llamarán la atención en una sociedad donde prevalecen el engaño y la chapuza: el empresario que cumple sus promesas y entrega su producto al precio convenido, a la hora fijada y en las condiciones establecidas llamará la atención y por regla general no tiene que preocuparse de atraer clientes con publicidad cara. Porque el trabajo honesto y bien hecho hoy por hoy es un reclamo excelente para el que lo hace y por extensión para el Dios al que sirve. Un cliente satisfecho vale más que todas las campañas publicitarias.
El ideal cristiano no es trabajar lo menos posible, sino usar el trabajo para la gloria de Dios. Creará un ejemplo que otros tienen que copiar si quieren ser capaces de competir con él. Y de esta manera el empresario o trabajador cristiano aporta algo muy importante para el bienestar y el progreso de su propio país.
Sin embargo, una sociedad que premia al vago y castiga al que está dispuesto a trabajar honestamente a base de impuestos, regulaciones y monopolios de precios está cavando su propia tumba.
N.d.E: Republicamos este artículo por el día 1 de mayo. La serie sobre el libro de Osma continuará la semana próxima.
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