Se llega a la conclusión de que este mundo anda al revés, persiguiendo lo que se esfuma y pasando por alto lo que perdura.
Entre las modas que ahora hacen furor destaca la obsesión por la comida correcta, a la cual se le ha dado el nombre técnico de ortorexia. Que comer sano es importante para la salud es algo evidente, pero los extremos a los que se está llegando con esta manía ciertamente son preocupantes, porque pudiera ser que con énfasis tan desmedido en la salud del cuerpo, tal fijación se convierta en una enfermedad del alma, al hacer girar buena parte de la existencia alrededor de lo que se come.
Esta obsesión por la comida correcta es fruto de la obsesión por la salud. En una sociedad materialista, la salud es un dios, porque sin salud queda abierta la puerta para la muerte y la muerte es el final de todo. De modo que para conservar el mayor tiempo posible ese bien imprescindible, que es la salud, es necesaria la comida correcta.
Recuerdo cuando era joven que un amigo mío era creyente acérrimo en la comida macrobiótica. Era el comienzo de los años setenta y toda aquella influencia que sobre buena parte de la juventud occidental tuvo todo lo oriental se hacía ver también en la dieta que algunos seguían. Por primera vez en mi vida escuché la palabra macrobiótica y la importancia que mi amigo le daba a la misma, pues según su teoría la explicación del declive de las distintas civilizaciones y culturas no era otra que la comida, de ahí que fuera el eje fundamental de una civilización sana o malsana.
Parece que hay un resurgir de ese pensamiento, aunque los términos empleados son otros y la fuente de donde proceden también es distinta, pero en definitiva la comida se ha convertido para muchos en una fijación. Hay tiendas especializadas donde sólo se venden productos bio, e incluso en las que no son especializadas hay secciones aparte, que contienen esos productos específicos. Lo bio es lo saludable. Lo bio es lo recomendable. ¿Qué digo recomendable? Lo bio es lo indispensable. Lo irreemplazable.
Qué lejos quedan los tiempos en los que nuestras madres, sin saberlo, nos ponían en la mesa la mejor alimentación que pudiera darse y con el presupuesto más ajustado que pueda pensarse. Aquellos garbanzos, aquellas lentejas y aquellas judías, que yo denostaba de niño, constituían precisamente la mejor dieta, la más sana y nutritiva. Luego vino la comida basura, la comida rápida, a la cual nos entregamos con fruición porque venía de América, para descubrir después que aquello era lo último que debíamos comer y que en realidad lo que cocinaban nuestras sacrificadas madres era lo mejor de lo mejor, aunque nosotros lo detestáramos.
Pero lo que me llama más la atención en esta manía por la comida correcta es la desatención simultánea que hay hacia el otro tipo de comida, que es la que necesita nuestra alma. Si fuéramos como los animales sería comprensible esa negligencia, porque después de todo lo único que necesitaríamos sería la comida física. Pero como estamos en un peldaño por encima de ellos, al estar constituidos por una parte material y otra inmaterial, precisamos otro tipo de alimentación. Y aquí es donde se constata el contrasentido de tener fijación compulsiva por la comida corporal y tener fijación despreciativa por la comida espiritual. Si se tiene en cuenta que la primera es válida para unos pocos años de nuestra existencia y la segunda para nuestra existencia sin fin, entonces se llega a la conclusión de que este mundo anda al revés, persiguiendo lo que se esfuma y pasando por alto lo que perdura.
Pero la verdadera comida correcta es otra. Es aquella a la que aludió Jesús, cuando teniendo hambre, el diablo le quiso inducir a que convirtiera las piedras en pan y él contestó que el hombre no sólo vive de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Esa palabra es el alimento esencial que necesitamos para vivir. Un alimento que es tanto leche, para los que comienzan, como carne, para los que ya son maduros. Es un alimento en el que no hay peligro de contaminación ni de mezcolanza dañina, porque es puramente integral, al proceder toda de Dios. Este es el alimento verdaderamente bio, porque proporciona la vida y la mantiene.
Es por esto que no quiero privarme de estar bien alimentado de esa nutritiva palaba, sin la cual desfallezco y muero. Por eso acudo diariamente a ella, sabiendo que todos los carbohidratos, vitaminas, proteínas, minerales y grasas están allí presentes, en forma balanceada. Que la dieta que Dios me ha preparado cubre todas mis necesidades, siendo rica y sabrosa, hasta saciarme.
No te obsesiones tanto por la comida que perece sino busca la comida que permanece, la cual da Jesucristo, quien dijo de sí mismo que quien comiere de él, vivirá para siempre.
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