El 11 de marzo de 1910 tuvo lugar en Madrid un acto evangélico a favor de la libertad religiosa, organizado por una comisión presidida por Francisco Oviedo.
El año 1910, ocupando el trono de España el rey Alfonso XIII y siendo presidente del gobierno el gallego José Canalejas Méndez, en el entonces teatro Barbieri, de Madrid, tuvo lugar el 11 de marzo un acto evangélico a favor de la libertad religiosa. Presidente de la comisión organizadora fue el pastor Francisco Oviedo. Aquí sigue el discurso que pronunció en la sesión inaugural:
“Señoras, Señores: El objeto de la convocatoria es demostrar a los Poderes públicos la importancia que tiene para este país la libertad de cultos.
Nosotros aspiramos a que al frente de la Constitución política de nuestro pueblo figure está gran reforma constitucional aceptada ya en todas las naciones libres. Pero antes de conceder la palabra a mis distinguidos compañeros de propaganda, tengo que cumplir con vosotros un deber elemental que yo estimo inexcusable.
Al organizar este acto, que es el punto inicial de una campaña enérgica y constante que se ha de hacer por toda España, hemos querido acercarnos al pueblo con aquella denominación histórica que, a modo de sambenito, nos colgaron nuestros piadosos amigos en pasados tiempos. Nosotros rendimos culto a la sinceridad, y, además, tenemos una absoluta confianza en el pueblo. He aquí dos garantías que bastan, seguramente, para conquistar vuestra cariñosa acogida, y así nos presentamos. Somos una pequeña representación de numerosas fuerzas protestantes esparcidas por España, que por nuestro conducto vienen hoy a comulgar con el pueblo, sin alardes ni provocaciones, sin recurrir a frases desterradas de la buena crianza y de la buena educación, pero con santo coraje, con audacia si queréis, con santa audacia, porque hora es ya que salgan de las tiendas todos los que ansían la redención de la patria. A los de recta intención, a los de espíritu bien conformado, a los de corazón sano, a vosotros, en fin, que seguramente desearéis saber quiénes somos, yo contestaré con mucho gusto; pero a los de malévola intención, a los de espíritu mal conformado, a los de corazón enfermo, a los que volcarán mañana en las columnas de sus órganos periodísticos las únicas ofrendas que reservan para sus leales adversarios, basta con que los envolvamos piadosamente en el sudario de sus tristes recuerdos. Pero a vosotros, que no entendéis de eufemismos, he de hablaros con gusto y claridad.
¿Quiénes somos? Nosotros somos mantenedores del verdadero espíritu del Cristianismo, pero del Cristianismo generoso por su amplia tolerancia, grande por su inagotable amor, amor que llega al perdón de las injurias, expansivo por su espíritu esotérico, liberal por su oposición a todo doctrinarismo teocrático. Nosotros no podemos vivir dentro de los estrechos límites de un dogmatismo estéril para el amor.
No somos debeladores de creencias, siempre respetables si son sinceramente profesadas, ni tampoco somos creadores de nuevas confesiones religiosas. Somos los hijos de la Reforma, los leales defensores del gran principio emancipador de la conciencia humana, el libre examen. Respetables son para nosotros las más atrevidas afirmaciones. El que pide, el que reclama libertad, no puede, no debe solicitar medidas de represión para la conciencia ajena. No somos sectarios de un Cristianismo estratificado, frío, cristalizado en las tenebrosas grutas de un pasado de intransigencias, del que aún tocamos muy lamentables consecuencias. No somos sectarios de ningún reformador, no seguimos las huellas de ningún hombre, no obedecemos las inspiraciones de ninguna inteligencia, por augusta que sea. Seguimos libremente las inspiraciones de nuestra propia conciencia, formada al calor de los ideales cristianos. Y ahora, señores, permitidme que os hable de algo que me importa precisar, de algo que debe quedar categórica y públicamente declarado con nuestra palabra de honor y rubricado con vuestro aplauso.
Una labor insidiosa, una perfidia infame, un SE DICE propalado con fines siniestros, ha tratado de sembrar entre nuestros conciudadanos el recelo y la desconfianza respecto a nuestro españolismo.
Señores, quienes han ensangrentado el suelo español con la generosa sangre de nuestros liberales abuelos, los que han reclamado las bayonetas del extranjero para restablecer el odioso absolutismo, los que han reducido al silencio el pensamiento nacional, no están autorizados para hablar de patriotismo. Españoles somos, y el movimiento que iniciamos español es, y a él nos impulsa el nobilísimo deseo de contribuir a la grandeza de nuestra patria. Se habla del oro inglés. La libra inglesa y el marco alemán están realizando una obra nacional, una propaganda de liberación espiritual en nuestro pueblo, y más honesto es recibir del extranjero el pago de atenciones que afectan al progreso de España que pagar en moneda española a las milicias extranjeras que laboran contra el liberalismo. (Aplausos). Cuando podamos sostenernos por nosotros mismos, los generosos amigos de España cantarán con nosotros el triunfo de la libertad y del protestantismo. Nosotros no imponemos creencias en nuestras escuelas. (Uno del público: ¡Vivan las escuelas laicas!).
Al señor Presidente: A propósito, aquí tengo un mensaje de adhesión de las escuelas laicas de Madrid. (Aplausos). Ya hablaremos de esto. Consideramos un infanticidio del espíritu penetrar en el tierno corazón del niño por medio de las ganzúas de la violencia, del temor o del halago. Cuando nuestros niños salen de nuestras escuelas, llevan en su corazón el grato recuerdo de una infancia mecida en el amoroso ambiente evangélico; por eso, cuando llegan a ser padres, traen a sus pequeñuelos al mismo ambiente que ellos respiraron. (Aplausos). Algo os he dicho respecto a lo que pudiéramos llamar cédula religiosa o filiación de nuestra conciencia.
Esto es lo que somos los protestantes en relación a la conciencia, y ya comprenderéis que debo ser parco en materia confesional.
Voy ahora a enseñaros el reverso de nuestra cédula. En nuestras relaciones con el Estado, somos ante todo respetuosos con las leyes y obedientes a los Poderes constituidos; y aunque colectivamente no comulgamos en ninguna organización política, defienden los protestantes el principio democrático de la supremacía del poder civil. Rechazamos toda intromisión en las funciones privativas del Estado, por ser éste el único soberano.
La política astronómica de los Hildebrandos y de los Inocencios, pasó para no volver. Ya no es la Iglesia de los Papas el sol que comunica su luz a los Estados-lunas, no; ya éstos se han transformado, han conquistado tras largas y cruentas luchas su libertad y su independencia y hoy irradian luz y progreso. Así queremos ver a nuestra patria querida. Todos los verdaderos amantes de la libertad debemos defender el patrimonio que a todos nos interesa conservar. Hoy está en litigio la libertad; vamos todos a zanjar con el constante ejercicio de nuestros derechos la gran cuestión de vida o muerte. O España vive con dignidad respirando el ambiente de la libertad espiritual, o muere ahíta de fórmulas romanas. (Aplausos).
Creo que ya os he dicho lo bastante para que sepáis quiénes somos. Ahora vais a oír cómo pensamos.
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