El sonido del silencio

Es bonito hablar sobre las cosas bellas y es aún más bonito mirarlas en silencio. Dejan Stojanovic

Llevábamos un par de horas andando. Desde que habíamos salido del pueblo para recorrer el sendero ella no había parado de hablar.

Su padre iba delante, ella lo seguía, yo siempre me quedo atrás, me gusta verlos andar delante de mí.

Las preguntas lanzadas a mansalva tejían un monólogo. No todas las preguntas tienen respuesta, o al menos yo no puedo contestarlas todas.

El sendero pasó a otro nivel, la dificultad fue mayor. Me faltaba el aire y de vez en cuando me tomaba mi tiempo para hacer una pausa y en tanto recobraba el aliento me deleitaba contemplando el paisaje.

Ella seguía con su charla. Una musiquilla monótona de la que tanto su padre como yo no nos queremos quejar, pues resultaría ingrato quejarnos de algo que en un pasado deseábamos. Cuando años atrás nos dijeron que quizás el lenguaje como forma de expresión jamás fluyera de sus labios, deseamos con todas nuestras fuerzas que esa posibilidad jamás nos abrazara. Y allí estábamos, alcanzando el final del sendero, coronando aquella ruta y oyéndola hablar y hablar.

Fue a la vuelta, cuando cansados tras casi dos horas de camino ella comenzó a calmarse.

Él, se agachó y encontró un insecto palo.

Ella, lo tomó con delicadeza y comenzó su particular descripción del insecto.

Seguimos andando y él volvió a inclinarse para levantar una piedra y mostrarle a ella una salamanquesa mimetizada en la roca.

Ella, sorprendida elogió a su padre, un hombre al que ve como a un superhéroe.

- ¡Papá, tú siempre descubres animales muy interesantes!

Proseguimos nuestro camino y ella siguió con su charla inacabable, haciendo caso omiso al consejo recibido.

Yo los observaba desde un plano más alejado.

En el silencio se descubren cosas que con el ruido es imposible observar.

Aquella tarde mientras regresábamos al pueblo contuve mis lágrimas, las enjugué calladamente mientras ellos, ajenos a mí emoción seguían el marcado sendero.

No era tristeza lo que me embargaba, era la sensación de complicidad con un Dios que había creado todo aquello y me daba la oportunidad de disfrutarlo.

Era un sentimiento de agradecimiento  por aquellos dos seres que me precedían y a los que Dios cuida con sumo amor al igual que guarda  con  ternura en su aljaba cada una de mis lágrimas.