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Juan Antonio Monroy
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El ocultismo

La Biblia, libro que desde su primera a su última página evoca el futuro, no registra ni una sola vez el sustantivo futuro aplicado al ser humano.

ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 20 DE JUNIO DE 2018 14:00 h

Una explicación que dan los entendidos en este tema para justificar el creciente número de personas entregadas al ocultismo es el cansancio religioso y el desencanto de las religiones tradicionales.



El Cristianismo está dividido hoy en cuatro grandes bloques: Iglesia católica, Iglesias ortodoxas, Iglesia anglicana e Iglesias protestantes. Estas cuatro ramas de un solo tronco están atravesando una grave crisis. Los abandonos y las deserciones son constantes.



Los países protestantes de Europa y América se están volviendo agnósticos. Los jóvenes “pasan” del tema religioso y los mayores están cansados de religión. En las naciones católicas el índice de práctica religiosa es muy bajo. Según una estadística del Centro de investigaciones Sociológicas, sólo 17 de cada 100 españoles van a la iglesia. El grado de compromiso es inferior aun: sólo 3 de cada 100 están comprometidos con algún tipo de trabajo en la parroquia local. Y la situación es parecida en los países tradicionalmente protestantes de Europa.



La periodista María Corisco en un amplio reportaje dedicado al tema, decía en la revista “Época”: “Tras tantos años de represión inquisidora, hoy los españoles estamos ávidos de todo aquello que no tenga una explicación racional, de todo lo que huela a espíritu, brujería, magia y poderes sobrenaturales. Se ha aparcado al Dios oficial y se buscan otros dioses, otros rituales y, en definitiva, otra luz que permita entender los misterios del hombre”.



El desencanto religioso no debería ser motivo para abandonar las creencias cristianas e ingresar en el tenebroso mundo del ocultismo. Si una religión determinada defrauda, se debe investigar, profundizar y hallar otras vías de Cristianismo más puras. Las hay. Por eso la Biblia aconseja: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos” (Jeremías 6:16).



¡Y se fueron al ocultismo!



En el libro del profeta Jeremías hay un texto que puede ser perfectamente aplicado a quienes engrosan las organizaciones ocultistas: “Dos males ha hecho mi pueblo: Me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jeremías 2:13).



El primer mal del pueblo es el abandono de Dios. “’Dios ha muerto!”, dijo el filósofo alemán Federico Nietzsche en 1887. “¡Dios ha muerto!”, repitió el filósofo francés Juan Pablo Sartre en 1945. Y Europa creyó a los dos. Si Dios ha muerto, abandonemos el cadáver. ¿Para qué queremos un Dios muerto? ¿No son suficientes las tumbas de los faraones? El primer mal del pueblo es que está abandonando a Dios. Porque lo cree muerto o porque no quiere que viva.



El segundo mal es buscarle sustituto. No hay ateos. El ateísmo es una imposibilidad biológica. El ser humano está hecho para creer. Lleva la fe y la creencia impresas en el alma, arraigadas en el sentimiento, grabadas en el corazón. Esta es la gran oportunidad del ocultismo. Está recogiendo en su seno a todos los refugiados espirituales, a todos los que abandonan a Dios. Este es el segundo mal: cavar cisternas que no retienen agua.



Dejar a Dios y echarse en brazos del ocultismo es como dejar el río de aguas limpias y andar por pantanos cenagosos. Dejar a Dios y echarse en brazos del ocultismo es como dejar la cisterna de agua viva y cavar otra cisterna por cuyos agujeros se escapa el agua, el alma y la vida.



El ocultismo tiene una oferta sumamente tentadora: el conocimiento del futuro. La gente quiere saber cómo será su vida mañana, el mes próximo y el año que viene. Y el ocultismo le garantiza este conocimiento. Afirma que es posible conocer el futuro por una serie de medios que van desde las cartas y la lectura de la mano hasta la invocación de los espíritus.



Gary Jones, ocultista norteamericano, en un libro publicado en Nueva York con el título Ocultism, a window to the future (El ocultismo, una ventana al futuro), dice en la página 113: “El Cristianismo afirma que el destino del hombre está en las manos de Dios. Sin embargo, mediante las fuerzas sobrenaturales del ocultismo es posible conocer el futuro. El ocultismo ha demostrado que el hombre puede saber lo que será su vida en la tierra en los años venideros. Y puede prepararse de antemano para afrontar los acontecimientos. El ocultismo es una ventana abierta al futuro en la tierra y esta ventana debe ser explorada sin miedo y sin complejos religiosos”.



Con esta oferta no es extraño que miles y millones de personas caigan rendidas en brazos del ocultismo. Conocer el futuro ha sido el sueño eterno del hombre en todos los tiempos. Hace casi tres mil años el salmista David hacia a Dios esta petición: “Hazme saber mi fin; y cuánta sea la medida de mis días” (Salmo 39:4).



Sería demencial conocer el futuro. Si el hombre fuera capaz de conocer su futuro en la tierra habría que multiplicar los manicomios, las cárceles, los hospitales, los cementerios. Y reestructurar la sociedad entera. Vagaríamos sonámbulos por las calles. Nos morderíamos y comeríamos unos a otros. Se haría realidad la conocida frase: “para cuatro días que voy a vivir…”.



El futuro del hombre sólo lo sabe Dios. La Biblia, libro que desde su primera a su última página evoca el futuro, no registra ni una sola vez el sustantivo futuro aplicado al ser humano.



La razón nos la da Cristo: “Basta a cada día su afán” (Mateo 6:34). La vida y el mañana de la vida están en las manos de Dios. Cuando Santiago nos enseña a decir “si el Señor quiere”, nos está dando la clave para interpretar nuestro futuro: Dios.



“El futuro de Dios –dice Grabner-Haider en “Vocabulario de la Biblia”, es la promesa de que la realidad definitiva no es la muerte y la destrucción, sino de que hay un ser humano permanente y una vida válida y verdadera, hay un Dios que sale al encuentro del mundo en devenir”.



Nada atrae tanto como lo secreto. Descubrir secretos es un deporte humano. A veces hurgamos en lo más escondido de la persona hasta descubrir sus secretos.



El más allá es un mundo cerrado al conocimiento del hombre. Y el ocultismo pretende descubrirlo. El francés Julian Tondrian dice a este respecto: “El secreto que ha rodeado y todavía rodea las operaciones del ocultismo es un potente estimulante para la curiosidad. Desde los tiempos más antiguos y en todos los niveles, lo secreto siempre ha ejercido poderosa atracción, una verdadera fascinación, sobre el espíritu humano. (…) En el fondo (del ocultismo) existe una inmensa ambición: tratar de llegar a la esencia de lo que más escondido está, alcanzar el secreto de los secretos. El conocimiento total y el poder total. A propósito de esta turbia zona del ocultismo se puede hablar, como Goya, de “monstruos engendrados por el sueño de la razón” (Julian Tondrian, “Enigmas del ocultismo”).



El ocultismo olvida que lo secreto sólo pertenece a Dios. Nosotros solo sabemos del mundo del más allá lo que nos cuenta la Biblia. Nuestro conocimiento es limitado. “Conocemos en parte”. Vemos “por espejo, oscuramente” (1ª Corintios 13:12). Lo que ocurre en el otro mundo, como dijo Jesús a Pedro, no lo entendemos ahora, lo entenderemos después (Juan 13:7).



Por muchas y muy graves que sean las pretensiones del ocultismo, nadie puede ir más allá de lo que revela la Biblia. Entre el cielo y la tierra existe una barrera fronteriza que no podemos traspasar en vida. Lo dice Isaías: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9).



Moisés es más explícito aun: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio 29:29).



Hay que elegir entre la luz absoluta de la Biblia y las absolutas tinieblas del ocultismo. En el ocultismo está el desquiciamiento psíquico, la degradación de la personalidad, la condenación de Dios. En la Biblia se encuentra el equilibrio mental y emocional, el regreso a la dignidad y a la espiritualidad perdidas, la bendición de Dios.



Podemos elegir: sumirnos en las tinieblas del ocultismo o iluminar el alma con la luz de la Biblia.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Ignatius (de Loyola)
22/06/2018
06:28 h
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Podría decirse que cuando se deja de creer en Dios, no es que no se crea en nada, es que se cree en cualquier cosa. (Chesterton) Pero entiendo que el asunto es más profundo: con la Ilustración se rompió el paradigma cristiano y los paradigmas rotos no se recomponen, se sustituyen. Creo que estamos viviendo el cenit de esa “modernidad” aunque ahora se llame postmodernidad o lo que sea. Lo que no desaparecerá nunca es la necesidad de sentido. El artículo, magnífico, como de costumbre.
 



 
 
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