La obra evangelizadora debe asumir la promoción humana de los más desvalidos, de los que más sufren.
Este artículo va en consonancia con el anterior que escribí, La fe y su compañero de viaje, que explicaba que la fe y el amor necesariamente tienen que ir juntos, así como la connotación de lo dicho por el apóstol San Pablo que la fe actúa por el amor y la relevancia de las obras de la fe.
Hoy quería hablaros de la incomodidad de algunos que, habiendo estado en contacto con el catolicismo y siendo convertidos al evangelio en la línea de nuestras iglesias, han llegado a exclamar, después de una reflexión comprometida, que los católicos les robaron la fe y que los evangélicos les han robado sus obras. Conclusión un poco negativa, pero que puede tener cierta fundamentación mirando cómo es la realidad de las diferentes confesiones cristianas.
Yo, lo que espero, es que hoy, en la vivencia de la espiritualidad cristiana en las diferentes confesiones que dicen seguir a Jesús, nadie tenga que llegar a esas conclusiones. No por favor. No seamos tan radicales y excluyentes. Lo que hay que hacer es tener una fe viva que, de manera ineludible, va a ir actuando por el amor y produciendo sus propias obras, las obras de la fe.
Todo esfuerzo por radicalizarse en un extremo u otro, podría dar lugar a que algunos creyentes cayeran en esa negativa reflexión de que unos les han robado la fe y que, después, otros, quizás al convertirse y pasar de una confesión a otra, les han robado las obras. Triste conclusión que emana de los desequilibrios en los que a veces vivimos la espiritualidad intentando seguir equivocadamente el Maestro.
Pues bien, si uno deja a la fe actuar en líneas diacónicas, en líneas de desplegar la fe en un amor actuante como diría San Pablo, no es de extrañar que la fe nos lleve a la práctica de la projimidad que nos enseñó Jesús. Fe y amor, fe y obras, forman parte de la misma realidad cristiana.
Así, cuando la fe acaba actuando por el amor y se encuentra con el prójimo apaleado, el cristiano de fe viva se va a sentir urgido a examinar, explorar y practicar líneas de ayuda al prójimo que es una de las esencias fundamentales del mensaje de Jesús que pone el amor a Dios y el amor al prójimo en relación de semejanza.
Esa fe actuante, esas obras de la fe, no se acaban en la ayuda asistencial que podemos hacer como familias dando de comer o vistiendo al desnudo, no se acaba en las obras sociales de las iglesias, sino que nos lanza a la acción a través de la palabra, de la denuncia, de la búsqueda de la justicia y de la lucha contra la opresión de los débiles como hicieron los profetas y el propio Jesús, ya como el último de los profetas y que entronca con esta línea profética del Antiguo Testamento.
La evangelización también puede ser considerada como acción, como obra de fe y, de esta manera, la obra evangelizadora debe asumir la promoción humana de los más desvalidos, de los que más sufren. Debe ir potenciando los valores del Reino que son contravalores en la cultura consumista e injusta que impera en nuestras sociedades. La evangelización de las culturas y el desarrollo de los pueblos pueden estar dentro de los parámetros evangelizadores de los seguidores de Jesús. Al final, y como última consecuencia, todo esto es el poso, el cuajo de las obras de la fe.
Nunca puede haber contraposición ni lucha entre los conceptos de fe y obras, de fe y de amor, pues es precisamente la fe la que actúa por el amor. Separamos ambos conceptos sólo a efectos didácticos y para entendernos, pero son conceptos coimplicados e imposibles de separar si no queremos que la fe se muera y deje de ser operante. La fe se asfixia y deja de ser si no damos lugar a que se exprese en lo que estamos denominando las obras de la fe.
Los cristianos, bajo este concepto de fe actuante que va produciendo actos y obras de fe, deben ser seres encarnados en el mundo y en la historia. Debe estar cerca de los que sufren ofreciendo su colaboración y acción. Todo esto complementado con sus estilos de vida y prioridades. También trabajando cerca de aquellas instituciones seculares a las que, aun faltándoles la luz del Evangelio, tienen posibilidades de desarrollar acciones humanitarias, con aquellas instituciones políticas, sociales, económicas y culturales que puedan dar apoyo o cauce al deseo cristiano de ayudar a erradicar la pobreza en el mundo, a borrar las lágrimas de los desheredados, de los injustamente tratados, de los rechazados y estigmatizados de nuestra historia.
Los cristianos no deben ser la voz más débil entre otras muchas que claman por justicia desde parámetros estrictamente humanos que, incluso, pueden ser ateos o simplemente movidos por humanismos alejados del Dios de la vida. La denuncia, la búsqueda de la justicia y el intento de ir eliminando pobreza en el mundo, debe ser parte de las obras de la fe de los creyentes de la tierra en el intento de acercar el Reino de Dios a los hombres, a las sociedades y a los pueblos. En conclusión: Se necesita la voz y la acción justa de los creyentes en el mundo, las obras de la fe, para que ésta se mantenga viva y no se muera y deje de ser para siempre.
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