La humanidad del nuevo milenio quiere contemplar el mundo desde la altura de la religión. Sin perspectiva religiosa la vida se emponzoña desde la cuna del niño.
“El siglo XXI será religioso o no será”. La frase es del escritor y político francés André Malraux, fallecido en 1976.
Las palabras de Malraux, quien fue ministro de Asuntos Culturales con el general De Gaulle, se utilizan con frecuencia para destacar el papel preponderante que tendrá la religión en la sociedad del siglo XXI, a punto de salir del vientre de su madre, la Historia.
Pero ¿tienen tanto valor esas palabras? ¿Dijo Malraux algo genial? A mi entender, no. Todos los siglos han sido siglos religiosos. Unos más que otros, porque la religión se encuentra en la cuna de todas las naciones. La religión comienza a cumplir su misión desde que nacen las sociedades. Y aun antes.
La religión no es consecuencia de una teoría que surge en el tiempo. Es un sentimiento sublime, a la vez que profundo, envuelto con deslumbrantes resplandores en esa eternidad que no tuvo principio ni tendrá fin.
Existe una ciencia de la religión, una filosofía de la religión y una historia de la religión.
Estas y otras disciplinas relacionadas con el hecho religioso se han afanado en investigar y exponer el origen de la religión, el cómo y el cuándo, el momento exacto en que la religión despunta en la primera aurora de los tiempos.
Buscando en las profundidades del hecho religioso, Martín Pintado afirma que “las religiones ya configuradas hunden sus raíces en unos prototipos prehistóricos que se pueden rastrear al menos hasta el paleolítico. Según esto, se puede hablar, ya en la prehistoria, de un fenómeno religioso que en sus manifestaciones, propias de las etapas de esa época, atestiguarían la existencia de un hombre religioso con capacidad para lo que podríamos llamar “experiencia de lo sagrado”.
Si Martín Pintado acierta como historiador, como teólogo se queda corto.
Antes del paleolítico, antes de la prehistoria, antes de todos los períodos supuestamente comprendidos entre la aparición de los homínidos y el hombre erecto, teoría que se derrumba ante la verdad exacta del Génesis, ya existía Dios.
Decir que Dios salió de la nada no es matemáticamente correcto. Podemos caer en la tentación de creer que la nada existía también desde la eternidad como algo independiente de Dios.
Aquí la nada, aquí Dios, y de una sale el otro.
No. No fue así. Dios es anterior a la nada. Dios es anterior a todo. En un momento determinado, imposible de localizar, se presenta como existiendo. Luego inicia para nosotros el formidable espectáculo de la creación.
Con la aparición de Dios hace también su aparición la religión.
Porque Dios es un ser eminentemente religioso.
El filósofo francés Claude Tresmontant dice que “despojar a Dios de su carácter religioso es despojarlo de su divinidad… La nada absoluta no puede producir ningún ser…Dios se nos aparece como algo necesario y eterno. Al aparecer Dios inicia en la Historia la etapa del hecho religioso”.
Por lo que se deduce que la religión es tan antigua como Dios.
La religión tiene los mismos años que tiene Dios.
La primera criatura humana fue hecha por Dios a su imagen y semejanza.
Dios era un ser religioso y la religión prendió en el alma de Adán.
Dios trasciende en Adán. Queda abierto el campo al parecido espiritual y religioso entre criatura y Creador.
La religiosidad separa a Adán de todos los animales hasta entonces creados.
El mundo animal, que surgió a la vida durante el quinto y el sexto período de la creación, no era un mundo religioso. Los animales no tienen religión ni la necesitan. El ser humano, sí. Todo cuanto rodea a Adán tiene connotaciones religiosas. Dios, el paraíso, el árbol de la ciencia, el conocimiento del bien y del mal, la serpiente, la fruta prohibida, la tentación, el pecado, la caída, el sentido de culpa, la huida, la promesa de redención.
La historia de Adán es la historia de la religión en su primer caminar por los senderos del corazón humano.
El hecho religioso no espera a la aparición de los dioses mitológicos para constituirse. Esa aparición es tardía. La realidad religiosa del hombre entronca directamente con Dios a través de Adán. Como señalaba el escritor y arqueólogo alemán A. Feuerbach -nada que ver con el célebre filósofo del mismo nombre- a mediados del siglo pasado, “el hombre es el principio de la religión; el hombre es el centro de la religión; el hombre es el fin de la religión”.
Esta constatación científica es hoy ya un dato incuestionable de la historia de la religión. Desde Adán, desde el Creador de Adán, el hecho religioso se impone como una constante de la historia del mundo, sin excepción de épocas ni de culturas. La religión ha acompañado al ser humano a través de los siglos como signo de su racionalidad y de su espiritualidad.
En la historia se han ido sucediendo épocas oscuras y épocas brillantes. Los imperios y sus héroes han emergido durante una mañana en el tiempo y han sucumbido el mismo día. Las culturas y las civilizaciones han ido pasando de una mano a otra mano el protagonismo del momento. Luego han desaparecido de la vida, han quedado como objeto de curiosidad en las páginas de los libros. El hecho religioso perdura, por lo cual Ernst Bloch llama a la religión “la herencia de la humanidad”, que no cesa de suscitar críticas, preguntas, dudas, expectativas…
En un bello pasaje dedicado al tema que nos ocupa, el filósofo Xavier Zubiri discípulo de Ortega, dice: “La historia de las religiones es la palpitación real y efectiva de la divinidad. Es una presencia soterrada de la divinidad, pero una presencia dinámica, real y efectiva en el seno del espíritu humano”.
No puede decirse que ésta sea la brújula social, pero sí es cierto que estamos ante una manifestación permanente del hecho religioso.
Una de las escenas que más impactan en la ya famosa película “El club de los poetas muertos” es cuando Keating, el profesor, cierra su libro, sube a la mesa, aparta un mapamundi que cubría la pizarra y aparece una cita escrita con tiza que Keating lee en voz alta:
“Creencias y escuelas han caído en la caducidad”.
Luego, para sorpresa de los jóvenes, les pregunta por qué creen ellos que ha subido allá arriba.
-¿Para sentirse más alto? -interroga Charlie.
-No, mi joven amigo, no ha acertado usted. Me he subido a la mesa para recordarme a mí mismo que tenemos que modificar constantemente la perspectiva desde la que miramos el mundo. Porque el mundo es diferente visto desde aquí”.
Las escuelas y las creencias que durante una época combatieron la religión han caído en la caducidad. La humanidad del nuevo milenio quiere contemplar el mundo desde la altura de la religión. Sin perspectiva religiosa la vida se emponzoña desde la cuna del niño.
A este respecto viene como anillo al dedo una cita del escritor y político francés Jean Jaurés , fallecido en 1914. Cofundador del partido socialista en Francia, Jaurés pasaba por ser un hombre agnóstico. Sin embargo, en un discurso pronunciado en el parlamento francés, del que llegó a ser presidente, Jaurés dijo: “Hay que confesarlo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de nuestra civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una inferioridad manifiesta, no querer una ciencia que han estudiado nuestras inteligencias más preclaras”.
El siglo XVII entronizó a la razón y puso al hombre en el centro de su propia historia. El siglo XVIII se propuso acabar con la religión, atacándola desde todos sus ángulos y disparándole con todo tipo de metralla. El siglo XIX aupó al materialismo histórico hasta la cima de lo absurdo, reduciendo la antropología humana a átomos materiales y perecederos. El siglo XX ha vivido desintoxicándose de tanta medicina caduca y dañina, buscando al mismo tiempo nuevos rumbos a la fe y a la creencia. El siglo XXI, que ya está aquí, mirando por las ventanas, atisbando por las celosías, será un siglo eminentemente religioso.
Eugenio Trías, uno de los grandes pensadores contemporáneos, nacido en 1942, catedrático de Historia de las Ideas en la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, ha vaticinado en dos libros el resurgir y el auge de la religión en los años que se avecinan. Uno de estos libros fue publicado por la Editorial Destino. Se titula La edad del espíritu y tiene 722 páginas.
Un segundo libro de tema parecido, Pensar la religión, fue publicado también por Destino. Trías pronostica para el siglo XXI una era de despertar de lo religioso, tras el vacío que ha dejado una época en que dominó la secularización. Aboga por una concepción y aplicación personal de la religión. Una religión por la que seamos poseídos, pero que a la vez tenga el suficiente encanto como para ser poseída por el individuo. En otro lugar Eugenio Trías escribe que “la religión comparece en el horizonte y nos reta para que la pensemos de verdad”. No sólo para que la pensemos, también para que la vivamos, para que la ensalcemos, para que la prediquemos. “Se trata de ir mostrando cómo la aventura humana del pensamiento, al enfrentarse al enigma de lo sagrado, va dando respuestas diferentes, de las que derivan los grandes marcos teóricos y filosóficos que están en la raíz de las principales culturas”.
La historia del pensamiento, sobre todo en occidente, se ha desarrollado unas veces en diálogo y otras en confrontación con el pensamiento religioso. Se acercan nuevos tiempos, tiempos de suspiro por lo religioso. Pero ¿puede valer cualquier religión para el hambriento espiritual del siglo XXI? No basta afirmar que la sociedad del futuro debe ser impregnada de espíritu religioso. Es preciso que el mundo de las ideas, que el campo de la reflexión, sean profundamente cristianos, genuinamente cristianos.
Del cristianismo han salido infinidad de religiones, pero el cristianismo de Cristo no es religión. Es el anuncio de una buena nueva, la única noticia celestial que al ser aceptada y aplicada produce cambios profundos en la vida de los seres humanos. El cristianismo implica un absoluto que llamamos Dios y otro absoluto que llamamos Cristo, encarnación de Dios y cuerpo de Dios en la tierra. Como lo escribe Olegario González de Cardedal, “una Iglesia fiel no sólo al Cristo del pasado, sino al Espíritu Santo del presente, descubrirá un cristianismo siempre nuevo y se descubrirá a sí misma en permanente novedad”.
Decía Ernesto Renán que la religión es la más elevada manifestación de la naturaleza humana. El progreso tendrá por efecto engrandecer la religión, y no destruirla ni disminuirla.
Pese a los ataques de unos y al pesimismo de otros, el hecho religioso sigue vivo y no se ha evaporado del mundo la conciencia religiosa.
Como objeto formal de estudio, la ciencia religiosa debería merecer toda nuestra atención. Atraernos y subyugarnos, como la abeja se siente atraída por el néctar de la flor.
Si es cierto que al hombre nada humano debe serle ajeno, los cristianos hemos de convertir el hecho religioso en temática apasionante, prestando atención a todas sus manifestaciones. Sólo en Cristo reside el sentido de la vida. Si creemos que en el ser humano hay algo más que materia, estamos creyendo que está dotado de religiosidad, como lo está de razón. Y si hay un alma que sobrevive a la muerte del cuerpo, hay también un Dios y una relación entre el alma y Dios, porque Dios es el principio y la fuente del alma. Del mismo modo, sólo porque hay mujeres y hombres hay también religión, un lazo que les une a Dios y que cada día lo necesitan más desesperadamente.
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