Ocurren incidentes en las congregaciones. El dolor aflora. Las opiniones se dividen en diferentes grupos. Las confrontaciones hacen acto de presencia. Desaparece el amor y el respeto.
Hace muchos, muchos años, en los primeros tiempos de mi conversión al Señor y mi entrega a él, existían preguntas interesantes cada vez que algún miembro del grupo con el que me congregaba se encontraba con otro. ¿Qué puedes contarme del Señor? ¿Qué has aprendido hoy? Enséñame, quiero aprender también. ¿Qué ha hecho hoy el Señor en tu vida? ¿Qué has descubierto en la Palabra? Las respuestas no podían ser sí o no; bien o mal. La contestación terminaba en una interesante conversación.
Del mismo modo nos decíamos con sinceridad si nos hallábamos bien espiritualmente. Esto permitía que aflorara la franqueza. Nos contábamos todo y lo hacíamos con claridad, con pura confianza. Los amigos nos mirábamos a los ojos, nos veíamos como en un espejo. Cada cual entendía al otro como si se tratara de sí mismo. ¡Qué felices éramos!
Aquella era otra época, decimos para consolarnos. Nos queríamos y la vida cristiana parecía ir viento en popa. ¿Podrá volver el tiempo pasado a hacerse realidad de nuevo en el presente? Sí, pero no de la misma forma.
La vida es larga y los años pasan. Recuerdo que los roces en la convivencia fueron apareciendo, las discrepancias, los plantes, las malas interpretaciones, las dudas de fe, el alejamiento de tal o cual iglesia o de todas a la vez.
Hoy día me encuentro con personas y sé que entre nosotras se acumula cierta tensión. Sin embargo, nos vemos obligadas a pararnos y no sabemos de qué hablar. Queremos dar el paso y no podemos, o no sabemos darlo. Es entonces cuando acudimos al primer recurso, la salud, y a continuación al segundo, hablar del estado del tiempo. Son temas socorridos aunque, en realidad, a ninguna de las partes les interese. Enseguida viene estrechar las manos y la despedida.
Ocurren incidentes en las congregaciones. El dolor aflora. Las opiniones se dividen en diferentes grupos. Las confrontaciones hacen acto de presencia. Desaparece el amor y el respeto.
En medio de los conflictos prima, con rapidez, retirar la palabra que antes fluía entre unos y otros con facilidad. La falta de querer entenderse lleva a saludos superficiales hechos con frases manidas y conversaciones absurdas.
Esto que me pasa a mí les pasa a otros, lo sé, a ti quizás que también eres humano. Por eso te pregunto, ¿tú crees que esto tendrá arreglo algún día?
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