La preciosa película que ha dirigido James Marsh cuenta con extraordinaria sensibilidad el papel de la fe y la enfermedad en el matrimonio de Hawking.
Finalmente, sólo hay dos formas de ver el universo: o bien es resultado de un accidente, producido por un azar impersonal, o nace de una relación de amor, que nos revela a un Dios personal. La búsqueda de la explicación de la realidad que hay detrás de todo, ha llenado la vida de Stephen Hawking. “¿Qué adora un cosmólogo?”, le pregunta el personaje de su esposa (Felicity Jones) en “La teoría del todo”, a su futuro esposo. “Una sola y unificadora ecuación, que explique todo el universo”, le contesta Eddie Redmayne, cuando el científico no tenía todavía la voz digital, que conocemos ahora.
La preciosa película que ha dirigido James Marsh –autor de dos maravillosos documentales, "Man On Wire" y "Proyecto Nim"–, cuenta con extraordinaria sensibilidad el papel de la fe y la enfermedad, en el matrimonio de Hawking. No rehúye aspectos oscuros, pero los sugiere con delicadeza. La interpretación de Redmayne es espectacular. Y Jones se muestra aún más encantadora que haciendo de amor secreto de Dickens, en "La mujer invisible".
“La teoría del todo” no es una película acerca de la ciencia, sino sobre la fragilidad de la vida. Al tratar sobre un científico, que han utilizado mucho los ateos, sorprende que hable tanto de Dios. La explicación es que esta no es la historia de Hawking, sino de su matrimonio. Ya que el film de Marsh se basa en las memorias de su primera esposa, Jane. Es el segundo libro que escribe. Se llama “Hacia el infinito” y lo ha publicado la editorial Lumen en Barcelona.
UNA HISTORIA DE AMOR
La historia del matrimonio Hawking no me era desconocida. Al estar relacionado con Cambridge, he escuchado de Jane desde mi adolescencia, ya que es una creyente muy conocida en las iglesias que visito desde los años ochenta, cuando el astrofísico se convirtió en una estrella mundial con su libro "Breve Historia del Tiempo". Ella habla castellano, perfectamente, al haber sido doctorada en Hispánicas. De hecho, dice que se dio cuenta que estaba enamorada de él, en Granada, cuando pasó un verano viajando por España, al acabar la carrera.
Jane conoció a Stephen en 1963, en una fiesta de año nuevo que pasaron en casa de unos amigos, en otra ciudad que me resulta también familiar, la antigua villa romana de Saint Albans –donde vivían con sus familias, antes de ir a la universidad–. Hawking parecía tímido, pero tenía un encanto especial, por su peculiar sentido del humor. “Conseguía verle el lado gracioso a todo”, dice Jane. Era conocido por hacer bromas sobre sí mismo, algo que siempre despierta la simpatía de todos.
Tan sólo un mes después de conocerse, Stephen descubre la razón de la torpeza, por la que no sólo tropieza constantemente, sino que no acierta ni a ponerse los cordones de los zapatos. Los médicos le diagnostican una terrible enfermedad neurodegenerativa, que se conoce como ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica). Obviamente, no afecta su inteligencia, pero le dio una esperanza de vida de dos o tres años, como mucho. Al principio, no le dijo nada, pero luego, les unió más todavía. Estaban tan enamorados, que al casarse en 1965, se enfrentaban al desafío de una muerte anunciada.
UN EXTRAÑO CUARTETO
Antes de convertirse en una estrella mediática, Hawking era ya una figura en el mundo científico, pero no estaba rodeado del ejército de enfermeras, que tuvo después. A sus 28 años, era ya famoso por sus trabajos sobre los agujeros negros, pero no tenía contratos multimillonarios, ni era perseguido por la prensa. Jane era la única persona que le cuidaba, hasta contratar a la seductora enfermera Elaine, que ganó el corazón de Stephen, hasta hacer que dejara a su mujer.
En este segundo libro, hay menos amargura por el abandono, ya que Stephen se había divorciado de su segunda esposa, la enfermera que había sido acusada de malos tratos. Lo que hizo que se reconciliara con Jane, que sigue casada con un viudo, que conoció en la iglesia, Jonathan Heller Jones. Este organista y director de coro, se instala en la casa, para ayudar a su marido, pero al propio Stephen no se le escapa que su fe y comprensión, hace que su esposa se sienta cada vez más atraído por él.
Ni la película, ni el libro, sugieren que las diferencias del matrimonio sobre la fe, fueran las causas del abandono de su marido –como algunos han dicho–. Jane es honesta, en este sentido. Y no se cree el papel de heroína de la fe, que algunos le atribuyen. Son interesantes por eso, las declaraciones del propio Stephen, que reconoció haber aprobado la relación de su esposa con Jonathan, sabiendo que alguien tenía que cuidar de ella, ya que tenía los días contados.
Lo cierto es que es él, quien la deja en 1990, a causa de Elaine, su enfermera. Descrita en el libro, como “controladora, manipuladora y mandona”, todos coinciden en que era propensa a estallar en arrebatos de ira. Cuando su esposo sufre una insolación, por haberle dejado horas al sol, su hija Lucy la denuncia a la policía, pero él se negó a colaborar en las pesquisas. Así que el caso se archivó en 2004, aunque el matrimonio se divorcia en el 2007.
HACIA EL INFINITO
Debido a su experiencia como documentalista, Marsh no hace de esta historia, el “culebrón” en que podría haberse convertido. La película carece de los clichés de las biografía cinematográficas –conocidas en inglés como “biopics”–. No se explota el aspecto trágico con una emotividad manipuladora. Es incluso fría y calculada, pero el director imprime a la narración un magnífico ritmo, con una puesta en escena perfecta, formalmente intachable. Al ser una producción británica, la película tiene ese tono académico, tan elegante y bien construido, que es la debilidad y fuerza del cine inglés.
Los que conocen la obra de Hawking, se sentirán tal vez, decepcionados, al pensar que trata sobre el científico. Es la historia de Jane. Por eso la figura de Stephen se desfigura bastante. Para Marsh, “es imposible trasladar un lenguaje matemático tan complejo a un discurso cinematográfico comprensible”. Le mandaron el guión antes de rodar, por cortesía, pero está basado en el libro de Jane, “Hacia el infinito”. Dio a entender que no iba a poner ningún problema y cuando le hicieron un pase privado, parecía realmente conmovido. Dijo que lo que había visto, es “básicamente la verdad”.
La prueba de su identificación con la película es que dio el derecho para usar su voz electrónica, que era para él, su seña de identidad. No permitía alterarla. Las escenas hechas en Super 8 y 16 milímetros, fueron grabadas para la película, pero están basadas en las que tienen en su archivo familiar en California. Parece que hay algunos errores científicos –como usar el nombre de “agujero negro”, antes de 1967–, pero por lo menos, lo muestra rodeado de compañeros como Thorne –en cuyas teorías se basa “Interstellar”–, que se apuesta una suscripción de la revista pornográfica Penthouse, para él, pero para Hawking, una para la revista satírica “Private Eye”.
La sutilidad de la película se ve en cómo sugiere las cosas, sin mostrarlas. Así Elaine le enseña la revista Penthouse, que ha recibido por la suscripción de la apuesta. Cuando le pregunta si quiere ver más, no escuchamos su respuesta. Jane acompaña así, a su futuro esposo, en una estancia en un camping con sus tres hijos. Al dejarlos dormidos, sale de su tienda, como para ir a la de él, pero no la vemos entrar en ella. El aparece, por cierto, en este segundo libro, con una figura menos idealizada que en la película, donde se le ve como alguien extremadamente generoso.
LA FE QUE SE ENFRENTA A LAS DIFICULTADES
“¡Por favor, Señor, que Stephen esté vivo!”, ora Jane, al escuchar que su marido está al borde de la muerte. Fue en el verano de 1985, cuando una neumonía le dejó en coma, mientras hacía un curso de verano en la escuela suiza del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) –no solamente iba a un concierto, como aparece en el film–. Le preguntan si desconectan la respiración artificial, para dejarle morir, pero ella se niega, obligándoles a hacer una traqueotomía, para salvarle la vida. Jane se aferra a Dios, “para resistir y mantener la esperanza”, mientras que él desprecia sus “supersticiones religiosas”. Según Jane, “su única diosa es la física”.
Lo cierto, es que Hawking se vuelve cada vez más ateo, tras dejar a Jane. No hay duda que al principio, hablaba de Dios en sus libros, aunque no fuera creyente. Lo curioso es que para ella, la misma enfermedad que fortalece la fe de Jane, explica el ateísmo de Stephen. Jane dice: “yo entendí las razones del ateismo de Stephen, porque sí a la edad de 21 años a una persona se le diagnostica una enfermedad tan terrible, ¿va a creer en un Dios bueno? Yo creo que no. Pero yo necesitaba mi fe, porque me dio el apoyo y el consuelo necesarios para poder continuar. Sin mi fe no habría tenido nada, pero gracias a la fe, siempre creí que iba a superar todos los problemas”.
Es la paradoja de la vida misma. Lo que a algunos, les hace perder a la fe, a otros, les afianza en ella. ¿Cómo es esto posible? Si la fe se basara en meras circunstancias, no tendría explicación. Lo que sostiene a Jane, es su confianza en Dios “a través de la oscuridad, el dolor y el miedo”. A ella, le sorprende por eso, que Stephen dijera que “el milagro no es compatible con la ciencia”. Porque para ella, su vida, es un verdadero milagro.
Mientras Stephen se mofa de la fe, Jane “necesita fervientemente creer que en la vida hay algo más que la realidad de las meras leyes de la física y la lucha cotidiana por la supervivencia”. Para ella, está claro que el ateismo “no puede ofrecer consuelo, bienestar, ni esperanza, respecto a la condición humana”. Aunque su fe no acaba con sus problemas –a veces, está en situaciones tan límite, que “sólo pensar en sus hijos, le impidió haberse suicidado”–, le sostienen en los momentos difíciles.
UN RELATO HONESTO
Este es un libro honesto. En él, leemos cosas tan sorprendentes, como Stephen Hawking llevando biblias a Rusia, con un grupo de bautistas, escondiéndolas en los zapatos, de “contrabando”. A más de un ateo, se le caerá el alma a los pies, leyendo episodios como este. Cuenta cosas como que el científico intercedió ante el papa, para rehabilitar a Galileo, y como su colega, el galardonado físico teórico John Polkinghorne, decide estudiar teología, para ser ordenado como ministro anglicano.
Una de los momentos del libro que mejor describe la fe de Jane, es cuando Hawking tiene una estudiante cristiana americana, que se dedica todas las mañanas a evangelizarle, en el desayuno. Su esposa le advierte que sus esfuerzos están destinados al fracaso, porque su “amplia e iluminada autopista de certezas bíblicas, tiene todavía menos probabilidades de éxito, que el tranquilo, silencioso y modesto sendero, lleno de curvas, de su simple confianza en la fe y sus obras, puesto que Stephen no tiene paciencia para otra cosa que la fuerza racional de la física”.
Como dice en la película, Stephen entiende la cosmología como “una especie de religión para ateos inteligentes”. Mientras que Jane se aferra a una fe, sobre la que Stephen dice que “tiene cierta dificultad con la premisa del dictador celestial”. El comentario suena brillante, pero se vuelve ridículo, cuando dice que está trabajando en una teoría para probar que Dios no existe. La Biblia nos dice que Dios ha dejado testimonio de todo lo contrario.
“Las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:19-20). No es por falta de evidencias que no podemos creer. Es que nadie quiere un “dictador celestial”. La cuestión es si ese, el Dios de la Biblia. El milagro de la vida de Stephen, demuestra todo lo contrario.
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