Mientras la corriente se la llevaba en volandas, se podían oír sus gritos, pues no callaba y seguía pronunciando sus fantasmagóricos discursos.
Érase una vez un hormiguero que, como es natural, estaba lleno de hormigas. Entre todas ellas se distinguía una que cuando se miraba al espejo se veía elefante. Sintiéndose tal se atrevía a meterse con manadas de elefantes a los que ella veía como hormigas.
Tenía una marca de maldad en su frente y en sus ojos cierta mirada alocada. Su boca estaba llena de dientes. En fin, era una hormiga muy rara, pues más que animal casi parecía ser humano.
Los elefantes, por respeto y consideración, por educación y cortesía, no querían dañarla, pero sí comentaban entre ellos:
—Bueno, si soportamos a las moscas, ¿por qué no soportar a esta Hormiga Narcisista? (Ella exigía que su nombre se escribiera con mayúsculas). Y le tenían paciencia. Toda la paciencia del mundo.
A veces, Hormiga Narcisista, se subía a una lenteja que a ella le parecía la cima del Everest y desde allí propagaba sus ideas. No. No era graciosa Hormiga Narcisista. No lo era. Pero daba risa verla refunfuñar y provocar, levantando los brazos dando sus absurdos discursos. Era la más bocaza de la región. ¡Qué gracia hacía cuando criticaba a los que avanzaban!, ¡lo hacía de un modo tan ridículo...! Ella pensaba que así les cerraría el paso, era su forma de hacerles la zancadilla con el fin de adelantarles. Y es que Hormiga Narcisista hacía honor a su segundo apellido: Ignorante.
Existen muchas clases de hormigas. Hormiga Narcisista Ignorante no sólo era pequeña, sino que además, pertenecía a la casta de hormigas más enclenques y de más baja estatura. Eso sí, eran las que tenían la cabeza más gorda.
Pese a su menudencia, cuando pasaba bajo las altas ramas de los árboles milenarios, inclinaba la testa temiendo dañarse, o cuando menos, despeinarse. Aunque las hormigas no tienen pelos, los elefantes sí y, como digo, ella se creía uno de ellos, lo comenté al principio.
Perdió el espejo donde se miraba y usaba una fotografía con su mejor postura para recrearse en ella. La foto hacía el mismo efecto en su ser que el espejo donde se miraba la madrastra de Blancanieves. Este siempre le decía que estaba bien, que nadie como ella, y todas esas cosas que ya sabemos de ese cuento tan clásico que el mundo entero conoce. Quizá, en su interior, había cierta reminiscencia de raíces del cuento mencionado y, como la hormiga no tenía enanos que le bailaran sus gracias, iba buscándolos por ahí.
Para darse empaque, Hormiga Narcisista Ignorante se decía muy amiga de los personajes más relevantes. Por ejemplo, contaba que el rey de su país y ella se habían tomado un jugo de savia mientras hablaban. Por supuesto no era una mentira completa ya que solía beber jugo viendo sus programas favoritos y si su soberano salía en ese momento en la pantalla, pues hablaba con él. Pero era una mentira al fin y al cabo. Lo mismo decía de los políticos del mundo animal, que también los hay, de los artistas, de los escritores, de los actores, de los dictadores y de los demócratas. De todos los que despuntaban en algo se consideraba íntima.
Un día, una brisa templada con olor a pampa, arrancó a Hormiga Narcisista Ignorante del lugar donde llevaba molestando tanto tiempo y los elefantes nunca más supieron de ella. Ni les importó, francamente. Eso sí, mientras la corriente se la llevaba en volandas, se podían oír sus gritos, pues no callaba y seguía pronunciando sus fantasmagóricos discursos.
Con el paso del tiempo, alguien descubrió que fueron los propios elefantes, hasta entonces lentos para la ira y pacientes antes sus presiones, ya hartos, hartísimos de su presencia, los que decidieron tirar sus buenas costumbres a un recodo del río donde el agua corría más veloz y soplar a todo pulmón con sus trompas. Soplaron y soplaron todos a una, como en Fuenteovejuna, hasta enviar a Hormiga Narcisista Ignorante con la música a otra parte, muy, muy lejos de allí. En cuestión de segundos la perdieron de vista y fueron muy, muy felices y comieron lo mismo de siempre ya que a los elefantes no les van las perdices.
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