Todos nos preguntamos cómo es posible que una persona normal puede llevar a cabo semejante acto.
Cuando sucede un asesinato que nos estremece, la pregunta que todos nos hacemos es cómo es posible que una persona normal puede llevar a cabo semejante acto. La respuesta que usualmente se esgrime es que no se trata de una persona normal sino anormal, es decir, un psicópata, quien puede realizar algo así. Si se busca en un diccionario el significado de la palabra psicópata, el resultado es que se trata de alguien que padece psicopatía, lo cual nos obliga a preguntar qué es la psicopatía, para descubrir que es una anomalía psíquica por obra de la cual se halla patológicamente alterada la conducta social del individuo que la padece; pero de nuevo hemos de preguntarnos qué significa patológicamente, siendo la respuesta lo relativo a la patología y al preguntar qué es patología se nos responde que es la parte de la medicina que estudia las enfermedades. Después de todas estas piruetas lingüísticas se llega a la conclusión de que solo alguien enfermo en su personalidad es capaz de cometer acciones tan repugnantes.
Pero entonces surge otra pregunta y es referente al cómo, cuándo y por qué de dicha alteración. ¿Qué es lo que causó esta anormalidad? ¿Cuándo comenzó el problema? ¿Son los condicionamientos familiares o sociales los que predispusieron al individuo? ¿O hay algo congénito, hereditario, que hace que la persona ya tenga esta tendencia? ¿O es una combinación de ambos factores?
Conozco el caso de un asesino que, hasta que lo fue, era una persona muy normal. Es más, estaba muy por encima de la media en cuanto a valía en todos los sentidos de la palabra, hasta el punto de llegar a descollar en su generación. De ser un don nadie pasó a ser la persona de referencia, a la que a todos les gustaría parecerse. Una bellísima persona, sería el calificativo que mejor le cuadraría.
Ya desde su temprana juventud comenzó a dar síntomas de que llegaría muy lejos. Hasta su aspecto físico iba acorde con la belleza interior de su alma. La primera ocasión en la que dio señales de su valía fue en un momento crítico, en el que nadie se atrevía a hacer frente a una amenaza que se cernía sobre la comunidad a la que él pertenecía. Resuelto a hacerle frente, cuando nadie apostaba por él y hasta un allegado dudó de si sus intenciones eran limpias, solventó de forma maravillosa el peligro, comenzando entonces su carrera ascendente. Que no se trató de una afortunada casualidad, el tiempo se encargó de demostrarlo, porque su competencia comenzó a hacerse patente en todo lo que emprendía.
Fue precisamente ese valor lo que provocó la inquina de quien antes había sido su protector, que temeroso de que le hiciera sombra, se propuso quitarlo de en medio de forma artera. Pero nuestro personaje, lejos de responder con la misma moneda, fue caballeroso con quien traicioneramente le tratara, perdonándole la vida hasta en dos ocasiones. Fueron actos de generosidad que mostraban la grandeza de un corazón que estaba por encima del rencor y la venganza. Cuando, finalmente, su enemigo cayó, lloró su muerte, en lugar de alegrarse por ella. Ahora, tras años de sufrimiento injusto, alcanzó la cúspide de su carrera, cuando todos le reconocieron, continuando la estela fulgurante de sus logros y triunfos.
En todos estos años no fueron tanto los éxitos exteriores lo más importante, sino los triunfos interiores lo que destacaba en él. Qué valentía, qué nobleza, qué lealtad, qué magnificencia y qué claridad de principios le movían. Y todo eso resaltaba aún más teniendo en cuanta su humilde origen y la mezquindad de muchos de los que le rodeaban. Era una flor rodeada de espinos. Una excepción en un entorno plagado de conspiraciones, traiciones, ambiciones e intereses ocultos.
Pero he aquí, que este personaje, casi de forma súbita, se convirtió en un asesino. Un día, mientras paseaba por la terraza de su casa vio a una mujer, a la que codició en su corazón. Cuando se informó sobre ella, supo que estaba casada; pero el monstruo de la codicia, que había alimentado, ya era demasiado fuerte para ser erradicado. La deseó con todas sus fuerzas y, a pesar del semáforo en rojo, se acostó con ella, sabiendo que su marido estaba ausente. Todo podría haber quedado ahí y nadie se hubiera enterado de nada de no haber sido porque la mujer se quedó encinta. Entonces, para intentar borrar las huellas de su acción, ideó la manera de que el marido volviera a casa y estuviera con su mujer, para que así el embarazo pareciera fruto de la relación conyugal. Pero al no conseguir que el marido entrara en su juego, ordenó matarlo.
Y así fue como este personaje pasó de ser un héroe a un villano. Nada hacía sospechar que alguien como él pudiera caer tan bajo. Pero eso es lo que pasó. ¿Era un psicópata? La respuesta es no, según los cánones psiquiátricos modernos. Entonces, ¿cómo pudo cometer un crimen tan atroz? Él mismo nos da la solución, al confesar: ‘En maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre.’i Es decir, lo que hizo potencialmente lo podía hacer, a pesar de todos los aspectos loables y positivos en su carácter, porque una raíz maligna ya estaba presente en su corazón desde que nació. Una raíz que se llama pecado y que puede manifestarse de muchas maneras, incluido el crimen.
Así que este asesino era una persona sana y normal. Lo mismo que tú y yo. Lo mismo que la mayoría. Pero lo mismo que tú y yo y todos, era portador de un mortal germen que es el pecado. Un problema insoluble, a menos que Dios intervenga; de ahí que, tras reconocer y arrepentirse de su crimen, oró de esta manera: ‘Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí.’ii
El repugnante acto comenzó en el corazón. En la codicia, en la mentira y en el menosprecio. Lo demás vino rodado. El hijo de este personaje escribiría más tarde: ‘Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida.’iii Un recordatorio vigente para cada uno de nosotros.
i Salmo 51:5
ii Salmo 51:10
iii Proverbios 4:23
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