Es compatible gozarse con el Evangelio, alabar, orar y dar culto a Dios en el seno de la iglesia, con ser una persona comprometida con el mundo, con el prójimo.
La iglesia hoy, en pleno siglo XXI, tiene que tirar lastre si quiere elevarse a la altura de su misión en el mundo. Quizás en la iglesia también han entrado filosofías mundanas, valores en contracultura con la Biblia, tradiciones y costumbres que le hacen creer que su misión es tener tranquilos y confiados a sus fieles hundiéndoles muy mucho en una pasividad frente al mundo mientras que les mantienen activos en las actividades litúrgicas, cúlticas y de mantenimiento de los menesteres de la iglesia.
Así, no es de extrañar que nos mantengan un poco ajenos ante las dinámicas del mundo. A veces, nos animan a vivir intramuros de la iglesia con líneas más o menos dogmáticas que paralizan el compromiso cristiano con el entorno social, económico y político en el que nos movemos y vivimos.
Es por eso que creo que la iglesia, tanto desde su misión diacónica, como desde su misión docente y transmisora de los valores del Reino que nos deja Jesús, debería ayudar a sus miembros a responsabilizarse de las problemáticas del mundo rompiendo su ser y estar en el templo con un actuar y posicionarse ante el mundo.
Sería la única manera de que el creyente pudiera llegar, de forma responsable, a tomar postura ante las injusticias sociales siguiendo la línea profética. También, ante los abusos y ante las diferentes violencias y robos de dignidad que sufren muchos hombres en el planeta tierra. ¿Cómo un cristianos, un seguidor de Jesús no va a tomar partido ante la pobreza en el mundo, ante la opresión, la acumulación desmedida de bienes por parte de muchos, la injusticia social, las estructuras económicas de poder y de pecado que marginan a más de media humanidad?
Jesús fue humano, muy humano y entroncó con los profetas sublimando sus denuncias y poniéndolas también como ejemplo de servicio al prójimo. Desde ahí fue ejemplo de servicio tomando postura ante la realidad triste de un prójimo marginado, maltratado, abusado y oprimido. La iglesia nos debería ayudar a entender que nosotros somos los seguidores del Maestro para andar por el mundo como Él anduvo.
Los cristianos deben posicionarse ante el mundo de forma justa y misericordiosa siendo las manos y los pies de Jesús en medio de un mundo de dolor. Es compatible gozarse con el Evangelio, alabar, orar y dar culto a Dios en el seno de la iglesia, con ser una persona comprometida con el mundo, con el prójimo. Es más, la Biblia nos enseña que, sin esto segundo, caree de sentido todo ritual insolidario.
La iglesia debería transmitir a sus miembros que ser creyente no es sólo tener vidas piadosas y buscar el camino al cielo a través de cumplimientos religiosos, sino que hay que añadir las exigencias de la projimidad que nos enseñó Jesús: comprometerse con los débiles de nuestra historia, caminar por el mundo haciendo bienes, denunciar la maldad y sus estructuras, mirar no solamente al cielo, sino también al suelo, a la tierra, a los lugares de conflicto allí donde nuestro prójimo sufre y es injustamente tratado.
Debemos tener una postura de compromiso, amor y misericordia ante el prójimo que sufre extramuros de nuestros templos. Se debe ver la acción de los cristianos en el mundo trabajando de forma práctica y solidaria. Todo esto deberían ser líneas de enseñanza de una iglesia que cree en el poder y la justicia de Dios, que conoce la vida, compromisos y acciones de su Maestro mientras anduvo por el mundo.
Es posible que haya muchos cristianos tranquilos y gozosos en el interior de las iglesias, bastante pasivos y endureciendo sus conciencias para no ser interpelados por sus responsabilidades para con el mundo. Centrados en el ritual y de espaldas a la realidad social, sordos al grito de los sufrientes de nuestra sociedad, a las injusticias, a la denuncia profética que, quizás, nunca han aprendido y que nadie les introduce en ella. Ser cristiano es lo contrario a convertirse en un ser estático y solidario que se centra en el ritual litúrgico. Ser cristiano, seguidor de Jesús, es, de alguna manera, pasear la figura de Jesús en nuestra forma de posicionarnos en el mundo, en nuestra historia presente, en nuestro aquí y ahora asumiendo en sus prioridades y estilos de vida los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la figura de Jesús.
La conversión, la fe en Jesús, el vivir la espiritualidad cristiana consecuencias individuales que nos consuelan y dan gozo, no sólo tiene promesas de salvación eterna, sino que nos transforma para ser manos tendidas en medio de un mundo injusto y de dolor. Tenemos que asumir compromisos, ser, junto a Jesús, agentes de liberación que transmiten un mensaje de salvación para el más allá, pero que tiene también sus consecuencias en nuestro momento histórico en el que Dios nos ha puesto.
La iglesia debe enseñar a sus miembros que Dios les demanda ser agentes de cambio, de compromisos, de acciones, de transformaciones, de denuncias de la injusticia, de poner en práctica ese valor del Reino que quiere que muchos últimos sean primeros.
El cristianismo no ha perdido su fuerza, la vivencia de la espiritualidad cristiana auténtica sigue lanzándonos al mundo, pero quizás el problema es que vivimos la fe de una manera light y cómoda que hemos de cambiar o que, si se quiere, la iglesia debe ayudarnos a cambiar para que no aceptemos pasivamente las injusticias del mundo ni demos la espalda al grito de los sufrientes de la tierra.
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