Dios quiere ver a sus hijos jugando, escuchar cómo sale de ellos una voz de alegría porque se están divirtiendo.
El actor Robert Redford ha dirigido en los últimos años varias películas de éxito, una de ellas, La leyenda de Bagger Vance, narra la historia de un jugador de golf que tiene un caddie muy peculiar, un niño que parece tener siempre algo nuevo que decir. Una de sus frases preferidas era: «Dios es más feliz cuando sus hijos juegan».
Tengo tres niñas. Como todos los padres del mundo, yo también pienso que son las mejores que existen. La verdad es que no puedo darte una razón demasiado especial, pero sí puedo decir que ellas son las que me despiertan cada mañana y en muchos otros momentos del día (no solo estamos dormidos cuando estamos durmiendo) diciéndome que me quieren y que le dan gracias a Dios por vivir en nuestra familia. Yo disfruto mucho con ellas, sobre todo cuando juegan, cuando las contemplo felices riendo y disfrutando de la vida.
Nuestro Padre celestial también disfruta cuando nosotros jugamos. Cuando juegas con tus hijos, o con tus padres, y pasas tiempo con tus amigos siendo feliz con todas las cosas buenas que tienes. Cuando sabemos hablar, pasear, viajar en lo posible, descubriendo lo mejor de la vida y viviendo cada día como si fuera una aventura nueva.
¿Y acaso no lo es?
Jugar es crear, inventar, imaginar, soñar, disfrutar de lo nuevo y crear nuevas soluciones... Muchas veces en la vida olvidamos cómo jugar, porque parece ser que nos encanta trabajar, planificar, ordenar y controlar todo. Pocas veces hemos aprendido a disfrutar de la vida, a descansar cuando hace falta, a observar la naturaleza, a agradecer por la vida de los demás y por la nuestra. Pocas veces somos capaces de mirar hacia arriba para recordar que nuestro Padre en el cielo nos hizo para relacionarnos con él y disfrutar.
Jugar con los niños, correr, olvidarse de los deberes alguna que otra vez para estar con el Creador, dejar a un lado el «tengo que hacer, tengo que ir...», y abandonar sobre todo nuestras ansiedades y amarguras, a las que tanta importancia les damos. Debemos aprender a disfrutar de los momentos junto a nuestros amigos y nuestra familia. Ser felices con una buena conversación, un paseo, regalando el tiempo que nuestros hijos (¡o nuestros padres!) necesitan. ¡Disfruta como si nadie te estuviese viendo! Riendo, contando historias divertidas que hagan disfrutar. Recordando momentos que merezcan la pena; situaciones en la familia que nos hacen ser como somos. Juega, ríe, diviértete, disfruta...
Abraza a las personas que amas y recuérdales cuán importantes son para ti. Es lo que Dios espera que hagamos: «Saldrá de ellos canto de acción de gracias y voz de los que se divierten; los multiplicaré y no disminuirán, los honraré y no serán menospreciados». (Jeremías 30:19)
Dios es único. Él quiere ver a sus hijos jugando, escuchar cómo sale de ellos una voz de alegría porque se están divirtiendo. Si es cierto que siempre encontramos tiempo para casi todo, deberíamos hacer un esfuerzo mayor para pasar tiempo con él, todos juntos. Para disfrutar y cantar con el Señor. Para divertirnos con él.
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