La renovación de las lenguas, las letras, la teología y la Biblia en Alcalá.
Aunque nosotros entendamos que el movimiento de Alcalá, en muchos de sus destacados guías fue eminentemente racionalista, también sería un movimiento de renovación espiritual, un intento de que la cultura sirviese para avivar la piedad.
Así lo entendió Cipriano de Valera reconociendo la obra de Cisneros en la Biblia Complutense, impresa en 1515, y el cambio de mentalidad que produjo en el estudio y la espiritualidad, pero dejará clara su posición teológica y el efecto de ese evangelismo en España:
“Esta Biblia fue el único instrumento y medio que Dios tomó para renovar el estudio de las lenguas y de las buenas letras que en aquel tiempo estaban al rincón, comidas de polilla y cubiertas de moho; y allí los doctos comenzaron a dejar la teología escolástica, que consiste en vanas e intrincadas especulaciones sacadas de la filosofía inventada por los hombres, sin ninguna Palabra de Dios; y se dieron a la verdadera teología, que es la lección de la Sagrada Escritura. (Más adelante dice:) En nuestra España, muy muchos doctos, muy muchos nobles y gente de lustre e ilustres han salido por esta causa en los Autos. No hay ciudad, y a manera de decir, no hay villa ni lugar, no hay casa noble en España, que no haya tenido y aun tenga algunos que Dios, por su infinita misericordia, haya alumbrado con la luz del Evangelio. (Stockwell, 1951, pág. 149)
La Universidad de Alcalá ahora es el lugar de la renovación de la fe. Los grandes debates, la efervescencia de ideas que emanan de los libros de Erasmo y de Lefevre d’Etaples, y la gran conmoción luterana, todo se centra en Alcalá que tiene un colegio de teólogos. “No nos imaginemos multitudes en torno a la cátedra donde Francisco de Vergara enseña griego- dice Bataillon-. En el otoño de 1525 no contaba más de doce oyentes. Dos años después no tiene sino unos veinte. Las prensas de Miguel Eguía, que trabajan activamente por la vulgarización de los libros de Erasmo, y que han impreso varios textos de explicación, profanos y sagrados, para uso de los jóvenes helenistas, no han hecho nada para remediar la falta de gramáticas de que tanto se quejan: no les han suministrado más que un “Alfabeto” de pocas páginas en que los principiantes aprenden al mismo tiempo a leer y a orar en griego, pues esta “cartilla” del perfecto humanista contiene el Pater noster, el Ave María, la Salve Regina, el Credo y finalmente –con traducción latina interlineal- hermosas sentencias del Sermón de la Montaña, en particular las Bienaventuranzas” (Bataillon, 1995, pág. 341)
Pese a esta escasez de medios, veremos que realmente existía en Alcalá una multitud de hombres de estudio con las mismas aspiraciones que los de Lovaina. A nosotros nos interesaran especialmente algunos alcalaínos que, sabemos con certeza, abrazaron la Reforma en España, como Juan del Castillo, Agustín Cazalla, Constantino Ponce de la Fuente, Juan de Valdés, etc.
La cátedra de Biblia en Alcalá es tardía (1532) pero aparecerá sin estar subordinada a preocupaciones dogmáticas y tendrá entre sus oyentes a Arias Montano y fray Luis de León. Esta cátedra suponía no solamente cultura del espíritu sino una verdadera iluminación de almas. “Quizá el carácter del movimiento, más espiritual que intelectual, explique esa pobreza de su producción erudita, pobreza que, desde lejos, inquieta a Juan Luis Vives. Su más alta expresión –dirá Bataillon- es sin duda un libro en lengua vulgar, compuesto al margen de la Universidad, el “Diálogo de doctrina cristiana” del reformador español Juan de Valdés“ (Bataillon, 1995, pág. 345)
El Diálogo valdesiano está dedicado al marqués de Villena y salió de la imprenta de Miguel Eguía el 14 de enero de 1529. Dice Nieto (Nieto, 1979, pág. 193) que Valdés publicó esta obra en el segundo año de su estancia en la Universidad de Alcalá, siendo esta la única obra que se publicó en vida del autor. Parece ser que fue revisada por un catedrático de la Universidad, pero Bernardino Tovar consideró precipitada la publicación. Con esta obra, Valdés se anticipa a los catecismos Mayor y Menor de Lutero, que aparecerían en abril o mayo de este mismo año de 1529 y por lo mismo su obra se encuentra entre las de vanguardia entre la literatura catequética del siglo XVI. Bataillon dirá que era el primer ensayo de uno de los más auténticos genios religiosos del siglo, pero lo que se expresaba a través de él era el movimiento de Alcalá y “Juan de Valdés parece capaz de llevar lejos de Alcalá, a toda la Península, el ideal religioso elaborado al calor de pequeños cenáculos espirituales”. (Bataillon, 1995, pág. 361)
Parece ser que la obra se distribuyó con rapidez y se leyó bien en toda España. El mismo Sancho Carranza de Miranda, antes de ser elegido inquisidor de Navarra, adquirió varios ejemplares para sus amigos, y, también se sabe, que María Cazalla lo había leído. El mismo Constantino Ponce, el gran predicador de Sevilla, escribirá su “Summa de doctrina cristiana” (1544) con parecidas formas y contenidos. (Nieto, 1979, pág. 197)
El Diálogo de doctrina cristiana, es el primer libro del protestantismo español. Para Bataillon, de entrada, el comentario del credo esta tomado casi textualmente del coloquio erasmiano Inquisitio de fide, en el que Erasmo hace enfrentar la fe de un ortodoxo con la de un luterano que ha
sido excomulgado. “Lo cual equivalía a insinuar que el cisma luterano dejaba subsistir un acuerdo profundo sobre las creencias fundamentales. Pero ya se ve que el comentario pierde todo su veneno desde el momento en que se pone en boca de un arzobispo”. La minuciosidad con la que José Nieto aborda la vida de Juan de Valdés no le deja tranquilo y cree que la inclusión de la Inquisitio de Erasmo en el Catecismo tiene importancia capital si se le busca este sentido erasmiano que aporta Bataillon.
El mismo Bataillon ya había dejado claro que en el “Diálogo de Doctrina Cristiana” se verifica “un movimiento irreversible que se aleja de Erasmo “y por tanto está más relacionado con la “religión del espíritu” que con el termino erasmiano. Por tanto, no hay afinidad entre Erasmo y Valdés, ni teológica, ni antropológica, ni en aspectos prácticos de espiritualidad. ¿Entonces por qué Valdés usó la Inquisitio en su Diálogo? ¿Por qué exhibió tan claramente su erasmismo, en tiempos en los ya la Inquisición buscaba a los erasmistas como herejes? ¿Por qué poner en peligro a los erasmianos?
No resultan fáciles de explicar y dar respuestas a estas preguntas–dice Nieto-, máxime cuando Valdés no necesita recurrir al texto de Erasmo y eso lo podía poner en palabras suyas. Pero quizás, Valdés se expuso a este peligro para evitar un peligro mayor: el ser identificado como “alumbrado” y esto si estaba demostrado. Para Nieto el usar la Inquisitio fue un disfraz para tapar las ideas de Alcaraz que se derramaban por el texto del Diálogo. “La apelación a Erasmo dio los resultados apetecidos: los erasmianos le defendieron frente a la Inquisición.” Por tanto “el moderado catecismo erasmiano” se queda en una máscara oportuna y sagaz, aunque no se pueda demostrar con certidumbres históricas. Lo que si queda claro es que al dedicarle al marqués de Villena el libro, se quería demostrar que, aunque el alumbradismo de Alcaraz había sido suprimido, el Valdés “mochacho” seguía llevando la antorcha de la piedad y la enseñanza.
Una anotación de José Nieto sobre el Diálogo de Valdés que apareció con formas repetidas y sin pulir para mostrar las voces de los seres humanos y hacer decir al arzobispo: “ Pues que por la bondad de Dios, hermanos míos, somos cristianos, y el principal y más continuo ejercicio del cristiano debe ser en la ley de Dios, que se contiene en la Sagrada Escritura -porque sola ésta es la que nos declara la voluntad de Dios y sola ésta, sin faltar una letra es escrita por el Espíritu Santo” Nos referimos a la comparación del Diálogo de Valdés con los Coloquios de Erasmo. Dice Nieto:
“Todos los intentos de medir el Diálogo de Doctrina, con el modelo de los Coloquios se resuelven en el más completo de los fracasos. Valdés comunica un pensamiento vivo y se sumerge en las profundidades del alma humana y sus experiencias, mientras que Erasmo se interesa por la fluidez
de la pluma (en el más perfecto de los latines) y maneja ideas que, si bien son inteligentes, no pasan de superficiales. Para Valdés lo que cuenta es el
contenido; para Erasmo la forma. Y, en cualquier caso, ¿es correcto comparar al maduro y consumado erudito de los Coloquios con un estudiante “novato” de dieciocho años? Para establecer adecuadamente esta comparación, habremos de esperar hasta 1535, al Diálogo de la Lengua momento en que Valdés alcanza la más alta cumbre de su prosa española y rivaliza con Erasmo: en 1535 Valdés no escribió sobre asuntos religiosos y, quizá por ello, estaba mucho más interesado en pulir su estilo” (Nieto, 1979, pág. 193).
El movimiento de Alcalá y la espiritualidad de Juan de Valdés.
¿Fue el Movimiento de Alcalá la vía de acceso del protestantismo? Afirma Werner Thomas que “el ambiente creado por la labor reformadora de Cisneros abrió paradójicamente la puerta a las influencias luteranas” Sin embargo, la reforma cisneriana debe entenderse como una fase previa a la reforma protestante, donde el alumbradismo nacerá en España con doctrinas propias y más tarde con emboque luterano. Así por simple evolución e influencia las costumbres abiertas con Cisneros, sirvieron para la fácil absorción de lo venido de Europa, siendo los conversos, alumbrados y humanistas-erasmistas proclives a simpatizar entre ellos y a la conversión posterior al luteranismo en España.
Ockham será el verdadero inspirador de las posteriores interpretaciones teológicas, con su agnosticismo moderno por lo cual se cree en Dios o “lo divino” por la fe, pero no es accesible a la razón. Los estudiantes que se forman en Alcalá y absorben esta filosofía, llegarán a la misma conclusión que Lutero y la lucha reformista que aquí también se emprende. “Si es cierto, -dice Bataillón- que Lutero fue orientado por el occamismo de Biel hacia su doctrina de la gracia y hacia su concepción de la Biblia, autoridad suprema tocante a las verdades irracionales de la revelación, bien pudo darse una influencia semejante en Alcalá sobre no pocos teólogos españoles sospechosos más tarde de tendencias luteranas”.(Bataillon, 1995, pág. 18) Aunque el primer condenado por tendencias luteranas sería el profesor nominalista Juan de Oria, este pertenecía a la Universidad de Salamanca que, la mayoría de las veces, estuvo en la línea tradicional.
La Universidad alcalaína fomentará el Biblismo, reuniendo un grupo de especialistas en lenguas, pero paradójicamente nacerá la defensa de la lengua vulgar. Más adelante consideraremos el trabajo de los traductores y otros protestantes españoles, muchos de ellos estudiantes en Alcalá, como Constantino Ponce de la Fuente, Francisco de Enzinas, Juan de Valdés, Pedro de Lerma, Juan de Vergara, Bernardino Tovar, Juan del Castillo, Francisco Vargas, Juan Gil (Egidio). También estaría Andrés Miró que venía de París con un baúl lleno de libros “heréticos”. Miró había estudiado en Alcalá y se había trasladado a Lovaina donde se había convertido al calvinismo. “La lista de herejes -dice Ramón González Navarro- o sospechosos de luteranismo redactada por Diego Hernández incluye más de sesenta nombres con lazos en la Universidad de Alcalá: los canónigos de Palencia (pensemos en el arcediano de Alcor, traductor del Enchiridion al castellano); fray Gil López, predicador imperial; a los complutenses Laso de Oropesa, Hernán Núñez el comendador griego, fray Dionisio Vázquez, catedrático de Biblia; Ramírez, catedrático de Retórica, los doctores Hernán Vázquez y Albornoz, canónigos de Sant Yuste, y Miguel Torres, antiguo vicerrector del Colegio Trilingüe. Todos éstos se suman a los nombres de los cabecillas de la revolución de la Reforma.
Esta revolución realizada en las aulas de la Universidad de Alcalá se centra en la persona de Bernardino Tovar. Cuando es encarcelado este, los humanistas y clérigos que forman ese grupo, asustados ante la posibilidad de una acción semejante contra ellos, se dispersan, e incluso se distribuyen por algunas ciudades europeas (Juan de Valdés y Mateo Pascual son vistos en Roma; Miona, Miguel Torres y Juan del Castillo en París). Es suficiente para que esta acción abortiva desangre la fecunda célula humanística que residía en los claustros complutenses. Todo el proceso inquisitorial contra Alcalá comienza a finales de julio de 1530, cuando es encarcelada Francisca Hernández, una “alumbrada”. En ese momento su denuncia sobre ciertos luteranos le produce un éxito total, ganándose la clemencia de los jueces si prosigue en las delaciones. Los primeros sobre los que va a caer la máquina inquisitorial serán Bernardino Tovar y su hermano el doctor Vergara. A estos le siguen las detenciones de su hermana Isabel, Pedro Cazalla y su hermana María; el clérigo Juan del Castillo, Juan López de Celaín y el impresor Miguel de Eguía”.
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