La educación teológica debe tomar como punto de partida la Gran Comisión, que expresa con claridad el propósito de Jesucristo de edificar su iglesia por medio de “hacer discípulos”, lo que supone la proclamación del evangelio, la incorporación a la iglesia, y la integración de la enseñanza de Jesús en la vida de cada discípulo.
Llevar a cabo la Gran Comisión en un mundo plural, cambiante y posmoderno, supone un reto doble: la fidelidad en la transmisión de los contenidos y la claridad en la comunicación de los mismos a una generación posmoderna que, como alguien ha definido, escucha con la vista.
El libro misionero por excelencia, Hechos, coloca en un lugar central -para el desarrollo de la misión- la fundamentación de la iglesia en la doctrina de los apóstoles. Hechos es una segunda parte de la obra de Lucas que tiene en su inicio la declaración de propósito “para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lc. 1:4), es decir, “has sido discipulado”. En los albores de la iglesia, un elemento fundamental de su vida era perseverar en la doctrina de los apóstoles (Hch. 2:42). La evangelización y la educación teológica van de esta manera de la mano. La enseñanza bíblica no es una actividad accesoria, superflua, que se pueda obviar, es una necesidad y una responsabilidad de la iglesia si quiere ser fiel al llamado de Jesucristo y consecuente con la misión que le ha sido encomendada, y esta enseñanza debe enfocarse en la formación y transformación de las personas en discípulos de Cristo.
Una primera consecuencia es
entender la función de la educación teológica en la iglesia no como mera transmisión de conocimiento o doctrinas, sino como la preparación de las personas, discípulos de Cristo, para vivir su existencia en el seguimiento de Jesucristo, siguiendo su ejemplo, viviendo para glorificarle.
CENTRANDO EL OBJETIVO DE LA EDUCACIÓN TEOLÓGICA
No se pude superar en la formación teológica cristiana el objetivo que marcan las mismas Escrituras: llevar a los cristianos al crecimiento “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13). Cristo debe ser el referente de la educación teológica.
Este objetivo abarca a todos los creyentes, no a un grupo especial o selecto. La idea de que la teología es solo para algunos, probablemente tiene como base un enfoque muy centrado en la parte intelectual y no en la dimensión práctica. La formación teológica es la base para el desenvolvimiento de la vida del cristiano en el mundo de acuerdo a los parámetros de Dios.
Cada vez que se expone la Palabra, bien o mal, se desarrolla una teología, una visión de Dios y del mundo que afecta a la vida positiva o negativamente, afianzando en la verdad bíblica o desviando de la correcta interpretación a los oyentes. Por ello, un aspecto clave para una buena educación teológica será la buena preparación de los líderes que han de comunicar la enseñanza a las iglesias.
LA FUNCIÓN DEL LIDERAZGO
La formación teológica debe comenzar con aquellos que tienen la responsabilidad del liderazgo en las iglesias, siguiendo los principios del discipulado tal como aparecen en la carta a Timoteo: encargar a personas fieles que sean idóneas para enseñar también a otros. La importancia clave de esta preparación la podemos observar en el mismo proceso que siguió Jesucristo con sus discípulos: tres años de convivencia con una dedicación continuada para formarlos a fin de que estuviesen capacitados para llevar a cabo la misión de extender el evangelio. Una formación intensiva que incluía tanto clases magistrales en las que exponía con concisión y claridad los principios de la vida a sus discípulos, momentos de discusión y preguntas, una apologética sobre la marcha respondiendo a los opositores religiosos, como realizaciones prácticas que servían no solo de experiencia, sino que además avanzaba el reino y permitía corregir conceptos distorsionados.
El modelo demanda que los líderes no sean meros transmisores de información doctrinal o bíblica. La formación teológica debe incluir, como parte del discipulado, la relación entre discipulador y discípulo. Esto requiere de líderes vocacionales, con el llamamiento y el reconocimiento de la iglesia; que comuniquen con su vida los valores que enseñan, que no se limiten a clases magistrales sino que se puedan convertir en referentes, en su humana debilidad, para otros. Deben, por tanto, aunar la necesaria capacitación teológica para el buen desarrollo de su labor capacitadora y educativa, con una vida íntegra. La falta de cualquiera de estos dos aspectos llevará al fracaso en la transmisión de la esencia de la educación teológica.
En nuestro contexto occidental hemos de reconocer que la enseñanza y la reflexión teológica han estado muy enfocadas hacia la parte intelectual, quedando en muchas ocasiones en la esfera de la especulación y la investigación teórica pero sin una conexión clara con la praxis cristiana y el vivir lo cotidiano. Es necesario reunir de nuevo ambos aspectos, la profundización en el mensaje de la Biblia, pero, a la vez, destacando su aplicabilidad a la vida. La enseñanza debe equipar a los creyentes para enfrentar los retos de la sociedad en la que viven y darles herramientas para tener la capacidad de defender su fe tal como exhorta el apóstol Pedro. De esta manera se cumplirá la función de los líderes de capacitar a los santos para la obra del ministerio (Ef. 4:12).
FUNCIÓN DE LAS ENTIDADES EDUCATIVAS CRISTIANAS
Un liderazgo sin una buena base bíblica no podrá fortalecer la iglesia para conocer y vivir la verdad revelada en la Palabra. Esta referencia a la Biblia es básica en nuestro contexto histórico cuando la diversidad de opiniones y las extravagancias de algunos predicadores producen una sensación de confusión respecto a los verdaderos contenidos de la fe cristiana. La exposición del mensaje de la Biblia debe ser tarea principal en la educación teológica.
Seminarios y escuelas bíblicas tienen una parte clave en la educación teológica, es parte esencial de su misión. Pero ¿cuál es el enfoque? En la práctica, la principal función de las instituciones docentes evangélicas ha estado centrada en la comunicación de contenidos bíblico-teológicos y la formación de líderes. Por parte de los estudiantes, una de las intenciones puede ser tener un título que acredite unos conocimientos para el desarrollo de un ministerio cristiano. Es evidente que es necesario un currículo completo, pero la educación teológica no debe perder su objetivo de formar el carácter de aquellos que han de ser los líderes que formarán a otras personas. Son centro de formación de formadores, de personas que van a influenciar sistemáticamente en cientos de personas.
Hay dos aspectos en los que se puede incidir desde las instituciones dedicadas a la docencia bíblica. El primero, es una revisión de nuestros currículos en los que se equilibre la dimensión teológica y la práctica. Un buen ejemplo bíblico de este quehacer son las mismas cartas de Pablo que encontramos en las Escrituras, en la mayoría de los casos contemplan una primera parte que provee la base teológica y, una segunda parte, que expresa con claridad y practicidad las líneas de actuación concreta que pueden y deben seguir los creyentes.
El segundo aspecto es que el contenido de cada materia debería incluir, así mismo, una parte práctica importante. Tomo como ejemplo la cristología. Es posible abordar la cristología desde la dimensión histórica del desarrollo doctrinal, incluir las conclusiones sobre la investigación de la persona de Jesús, entrar en el campo de los distintos modelos cristológicos, y pasar por alto temas tan relevantes y necesarios como el seguimiento de Jesús (discipulado) y la conformación de nuestra vida y carácter según su modelo. En otras palabras, podemos quedarnos en los énfasis doctrinales y especulativos, y no abordar el propósito por el cual tenemos esta revelación: la transformación de nuestra propia vida. Esta perspectiva debe impregnar también la enseñanza en la iglesia y la predicación. No debemos quedarnos en una prédica que esté enfocada en transmitir información, sino que debemos enfocarnos en la transformación y la capacitación de los creyentes para la misión que comienza con el ser y saber ser iglesia, ser un modelo de vida y de relaciones que expresen los valores del Reino de Dios y sirvan de referente en una sociedad que está en tinieblas espirituales.
Una interacción más fluida entre las instituciones y las iglesias, para formar personas con las aptitudes adecuadas y para los ministerios que se desarrollarán en estas últimas, será de gran ayuda para el avance de la obra en España.
RESPONSABILIDAD DE CADA CREYENTE
Hoy tenemos más escuelas y más posibilidades de aprendizaje, existe un nivel más alto de formación bíblica. Pero también es verdad que el interés por el estudio y conocimiento de la Biblia está concentrado básicamente en aquellas personas que tienen ministerios.
No somos, en la práctica y como antaño se nos llamaba, el pueblo del libro; la lectura sistemática y reflexiva no es una tarea mayoritaria en los creyentes. Es necesario recuperar la importancia del estudio y el examen personal de la Palabra, y no como un ejercicio intelectual para el conocer, sino desde la perspectiva del crecimiento en la piedad.
REFLEXIÓN TEOLÓGICA CONTEXTUAL
Si la formación teológica ha de ser capacitación para tener líderes discipuladores y creyentes que vivan el cristianismo en la sociedad que les envuelve, la simple repetición de conceptos no es suficiente, se hace necesaria la reflexión teológica en nuestro marco cultural.
La teología no debe tener por objeto la especulación acerca de Dios, sino la comunicación de su ser y sus demandas para nuestra generación. Una buena base bíblica nos permitirá interconectar, con criterios adecuados, los principios bíblicos y su aplicación a la vida familiar, laboral, eclesial, social, etc. La misión debe entenderse desde la propia vida, desde la existencia, no es una acción puntual, sino la vida concreta que expresamos con nuestras palabras, acciones y reacciones.
La enseñanza bíblica tiene el reto de equipar a la gente para la vida y no solo para pasar el examen del conocimiento o desarrollar un determinado ministerio en el marco de las actividades eclesiales.
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