Entre pecadores, lo hermoso consiste en lavarnos los pies unos a otros.
Pasa, de hecho pasa, que cuando en alguna congregación surgen problemas y la dirección de la misma es egoísta, inmadura, soberbia, orgullosa, no sabe afrontar bien lo que sucede y decide actuar por cuenta propia sin consultar con nadie, está haciendo mal uso y abuso de la autoridad que se supone Dios le concede. El resultado será que los problemas no se solucionarán como deben.
A esto se añade que, para curarse en salud, después de haber tomado una determinación, normalmente interesada y drástica, estos gobernantes eclesiásticos, con gesto compungido por el dolor que dicen sentir, a todas luces falso, piden al resto del personal la confirmación que necesitan para sentirse arropados.
A la dirección, para tapar la impunidad que acaba de cometer, le urge implicar a los miembros de la iglesia, busca formar piña. Según ellos, este es el momento de hacer un llamamiento a la oración, porque además de a las personas ve evidente que tiene que poner al Señor dentro del complot de sus torpes decisiones. Así, con la palabra "Dios" en su boca, trata de convencer a los súbditos -cómplices pasivos con su silencio de tales injusticias- de que ellos, o sea, los que mandan, tienen razón y no el otro, ese al que han puesto en disciplina por fumarse un cigarro en la puerta de la iglesia "sin ocultarse"; aquella a la que han denigrado porque habla claro y le tienen miedo; al que se ha apartado del grupo (el motivo es lo de menos); o la que ha visto que su matrimonio va de mal en peor, se ha separado, divorciado, o lo que sea, con tal de salir del infierno en el que vivía y ser feliz el tiempo que le queda de vida; o a quien tiene demasiado diezmados sus recursos y no diezma en la iglesia.
Tales dirigentes eclesiales tapan religiosamente y de manera visible sus sentencias mundanas. Buscan textos que los justifiquen, los disfrazan y los colocan dentro del orden divino de la condenación, no de la salvación.
En su interno y oscuro proceder matan el gusanillo de la conciencia de la siguiente manera:
Pidamos oración, hermanos, porque así no se creará sospecha alguna sobre nuestro mal proceder.
Pidamos oración, hermanos, porque con esta petición sentiremos esfumarse ese run run que no cesa en nuestra mente, y si no desaparece ahora, que lo haga quizá mañana, o pasado tal vez.
Pidamos oración, hermanos, porque de este modo tapamos la atrocidad que hemos cometido y damos a entender que amamos a Dios, sufrimos y perdonamos a los hermanos. Hemos echado, denigrado, apartado, puesto en disciplina a tal y cual porque sólo queremos su bienestar.
Pidamos oración, hermanos, porque así seguiremos teniendo apoyo, nos saldremos con la nuestra una vez más, tal vez mientras el cuerpo aguante y el Señor nos dé salud.
Así, el desgraciado al que le ha tocado la china se siente en total desamparo, pues con esta artimaña de petición de oración manipulada, todos terminan viéndolo como el más atroz pecador, posiblemente porque la compasión hace tiempo que desapareció de la escena eclesial.
Lo más peligroso de esta manera de actuar que comento es que, sin notarlo del todo, nos vamos vacunando de la verdadera realidad a la que nos convoca la iglesia del Señor. Nos vamos olvidando de que es un lugar de pecadores. No nos enteramos de que nos estamos posicionando en un lugar superior, en un falso estatus del que tarde o temprano caeremos de bruces ya que nadie es perfecto si no es porque la perfección del Señor nos alcanza de manera gratuita sin que la merezcamos. Nadie.
De ninguna manera actuamos con justicia haciendo discriminación entre los congregados. De ninguna manera tenemos licencia a separar a los "buenos" que, según la opinión de algunos, cumplen la ley (a ojos vista), de los "malos" que se la saltan (como lo hacían Jesús y sus discípulos).
Entre pecadores, lo hermoso consiste en lavarnos los pies unos a otros. Unos pies que están tremendamente sucios hoy, mañana, pasado y siempre. Cuando Jesús lo hizo, cuando lavó los pies de sus discípulos no les recriminó su estado, ni les echó en cara la mugre que los cubría, ni les obligó a enfundárselos hasta las ingles para no ensuciarse más. Es absurdo examinar los motivos por los que cada cual actúa como actúa.
Concluyo. Hay ocasiones en que las peticiones de oración, propuestas por parte de algunos cargos, terminan siendo la excusa perfecta con la que tapar los propios pecados, despóticos, soberbios, egoístas, ansiosos de poder, haciendo recaer la culpa en el prójimo.
Para terminar recuerdo a todos aquellos que sufren estas maneras insanas, a los que son castigados, a los que pierden la ilusión y la fuerza, que tienen mucho camino delante y que:
Él da fuerzas al cansado, y al débil le aumenta su vigor. Hasta los jóvenes pueden cansarse y fatigarse, hasta los más fuertes llegan a caer, pero los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como águilas; podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse.
Isaías 40:29-31
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