Genial y contradictorio, el cine de Luís Buñuel (1900-1983) es imposible de entender sin su interés por la religión. El director de “Viridiana” dice a veces que es “ateo, gracias a Dios”, y otras que es “cultural y nostálgicamente, cristiano”. Siempre paradójico, hay en él algo provinciano y universal, amoral y puritano, naturalista y surrealista, artístico y comercial, comunista y apolítico.
Tras hacer juntos “Un perro andaluz” en París, Dalí acusa a Buñuel de ser ateo y de izquierdas. Lo que le hace perder su trabajo de documentalista en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. En el exilio mexicano conocerá al escritor de origen judío, Max Aub, que colabora con él en “Los olvidados”. Cuando Aub murió en 1972, no había acabado de escribir un libro sobre Buñuel, cuyas notas se acaban de publicar.
Como muchos creadores, el director aragonés se enorgullecía de no leer nada de lo que se escribía sobre él. La biografía de Aranda –revisada en 1975– es bastante incompleta. Y sus memorias –redactadas por Carrière como “Mi último suspiro” en 1982– han sido discutidas por muchos. Luego vendrá el volumen del australiano John Baxter –traducido en 1998–, lleno de errores.
El único autor que Buñuel pensó que tenía algo que decir sobre él, era Aub. El escritor hispano-mexicano, compañero de exilio, descubrió que el anticlerical, blasfemo e irreverente “come-curas”, conocía tantos clérigos en todo el mundo que se pasaba horas con ellos hablando de teología. Ninguno hablaba mal de él. Y a la hora de la verdad, le ayudaron más que los comunistas…
SOCARRÓN ARAGONÉS
Este socarrón aragonés, nacido en Calanda (Teruel),
no desafiaba tanto a Dios como a la religión organizada. Alguien ha dicho que su estilo y su obra no es más que un intento de responder a la pregunta de si es posible crear sin creer en Dios. Su austera visión del hombre muestra una criatura que intenta elevarse del barro, y no encuentra nadie que le escuche. En su incursión en los ritos y las palabras sobre la Palabra, los milagros se ocultan en una memoria llena de recuerdos de rosarios, procesiones, leyendas, comuniones e iglesias.
Este librepensador español es capaz de tomar chocolate y discutir de teología con un canónigo, a la vez que prorrumpe en blasfemias con chistes soeces.
“Gracias a Dios, desde que nací soy ateo”, decía Buñuel. “Yo estudié con los jesuitas, ¡buena gente!”, recuerda en boca de uno de sus personajes mejicanos. Según el actor Francisco Rabal, “lo que pasa es que se rebeló contra la Iglesia desde muy pequeño”.
Un amigo cura que tenía, el padre Juan Pablo, sin embargo le presenta como “un amante del misterio”. Una vez le dijo: “usted cree en Dios, y yo creo en el misterio, ¿dígame la diferencia?”. Por eso también decía a sus amigos que le gustaría llamar a todos aquellos comunistas y ateos, cuando se muriera, y anunciarles con sorpresa su conversión, en falso arrepentimiento.
“PROTESTANTISMO SURREALISTA”
El escritor mexicano Carlos Fuentes cree que “Buñuel quería rebelarse contra las estructuras dogmáticas de la Iglesia Católica que decían que no hay salvación fuera de la Iglesia”, haciendo a “la Iglesia intermediaria de toda gracia”. Según Fuentes, “quería llegar a una especie de protestantismo surrealista, en el que la gracia era directamente asequible, como en “Nazarín”, o por ejemplo “Viridiana”.”
El problema, para Buñuel, es que no sólo la religión, sino toda la cultura es católico-romana. En una de sus películas un cura está hablando con un policía y le dice que son “todos católicos, el mundo entero”. Sorprendido el agente le pregunta: “Pero ¿y los musulmanes?”. A lo que el sacerdote le contesta: “Son católicos”. Asombrado le responde: “¿Y los judíos?”. A lo que el cura reacciona diciendo: “También lo son”.
Puede que haya algo de ironía en esto, ¡claro! La misma que muestra Don Lope cuando dice a Tristana (1970) que “Jesucristo fue el primer socialista”, pero “los verdaderos sacerdotes somos los que defendemos al inocente, los enemigos de la injusticia, de la hipocresía y del vil metal”.
A Buñuel le gustaba vestirse de cura, fraile, e incluso de monja. Admiraba los conventos y sus claustros. Le encantaba Santo Domingo de Silos o el Paular, donde iba para preparar sus guiones. Había leído muchos textos sobre la vida contemplativa, y preparaba una película sobre un monje visigodo, que no pudo hacer. “Simón del Desierto” (1965) es todo un documental sobre la vida de anacoretas como El Estilita, en quien se inspira su Simón. Parte de las fuentes de Delahaye y el dominico Festugières, que tradujo al francés los originales griegos y latinos. De hecho, pensó rodarla en latín, pero descubrió que los monjes sólo hablaban siríaco y eran analfabetos.
¿QUÉ MILAGRO PODRÁ CAMBIARNOS?
Buñuel tenía especial fascinación por el llamado milagro de Calanda, cuyos tambores de Semana Santa resuenan en películas como “Simón del Desierto”. Dice la leyenda que en 1640 una persona tuvo un accidente en su ciudad natal, por el que perdió una pierna al pasar por encima de él un carro, que le reapareció milagrosamente a la mañana siguiente. Lo sorprendente es que, como al hombre que le crece una mano por la oración de Simón, el milagro no tiene ningún significado, ya que a continuación le golpea con esa misma mano a su hija, que se interesa por él. Son como las vírgenes lavables de plástico de Lourdes, que espera conseguir la mujer enferma de cáncer en “El Ángel Exterminador” (1962).
La religión es para el director algo profundamente humano, pero “el Dios creado por el hombre es el espíritu del mal”. Y si hay algo esencial en su idea del cristianismo, eso es el sentido de pecado, que siempre relaciona con el sexo. La protagonista de “Belle de Jour” (1967), Severine, recuerda su primera comunión justo ante la puerta del burdel en el que quiere entrar a prostituirse. En uno de sus sueños ve a su marido, Pierre, con su amigo Henri, viendo unos toros en el campo. Cuando le pregunta si tienen nombre, como los gatos, Pierre le contesta: “Casi todos se llaman arrepentimiento, pero el último se llama expiación”. Catherine Deneuve aparece a continuación humillada, mientras le arrojan barro con insultos. “Sé que algún día tendré que pagar por todo lo que he hecho”, dice al ser descubierta en el burdel por el amigo del marido.
¿ES LA SANTIDAD INHUMANA?
La santidad es algo imposible para Buñuel, porque es algo inhumano. Los sacerdotes de “La muerte en el jardín” (1956) o “La joven” (1960) fracasan como religiosos, pero triunfan como hombres. Es como si la santidad fuera en realidad un vicio. “Nazarín” nos muestra una caridad que crea más mal que bien. Tras leer la “Historia de los heterodoxos españoles” de Menéndez Pelayo, Buñuel hace en 1969 “La Vía Láctea”. Siguiendo a dos mendigos franceses, en camino hacia Santiago, se hace una historia del cristianismo en sentido descendente. De un Jesús barbado se llega a un diablo adolescente.
Cuando el hombre enfoca su vida por los caminos de la santidad es como si anulara involuntariamente su propia condición de hombre. Como le dice el ladrón a Nazarín, tras una vida de amor sacrificado que le lleva al fracaso y a la humillación: “Usted para el lado bueno y yo para el malo... ninguno sirve para nada”. La vida piadosa de Viridiana para expiar sus culpas acaba en una última cena de odio y desolación. La biblia del misionero de “La muerte en el jardín” no sirve sino para hacer fuego, y el atuendo clerical del obispo de “El discreto encanto de la burguesía” (1972) no impide la venganza contra el asesino de sus padres, una vez absuelto del pecado confesado. La calle Providencia de “El ángel exterminador” lleva en realidad a un lugar sin salida.
La niña sentada de Viridiana (1961) juega con una corona de espinas, con la que acaba pinchándose, tirándola luego al fuego. Y la actriz mejicana Silvia Pinal aparece como diablo disfrazada de un Cristo con barba, para tentar a Simón en el desierto. Lleva un borrego como el Buen Pastor del fresco de Gala Placidia en Ravena. Pero al escuchar sus herejías, el anacoreta le grita, “Vade retro”. El diablo entonces le insulta, tirando al suelo el cordero, al que da una patada. Así como “Robinson Crusoe” (1952) pregunta a Dios en la montaña, y ésta sólo le devuelve ecos. Echa a correr al mar con una antorcha en la mano, que arroja al agua, ante el silencio de Dios. Sólo en Viernes encontrará Robinson la ayuda que necesita.
EL MISTERIO DEL UNIVERSO
Cuando Buñuel se llama “ateo instintivo”, se define así frente al agnóstico racionalista. Al considerarse producto del azar, ve el universo como un misterio en el que el hombre es tan importante como una mosca. En sus memorias escribe: “Me parece en realidad que no era necesario que este mundo existiese y nosotros estuviéramos aquí viviendo y muriendo. Puesto que no somos sino hijos del azar, la Tierra y el Universo hubieran podido continuar sin nosotros, hasta la consumación de los siglos.”
Ante la “tendencia al caos que sentimos a veces muy profundamente en nosotros mismos”, se pregunta: “Pero Dios que lo puede todo, ¿no habría podido crear un mundo entregado al azar? No, nos responden los filósofos. El azar no puede ser una creación de Dios, porque es la negación de Dios.” Y es “junto al azar” que aparece “su hermano, el misterio”. Es por eso que,
para Buñuel, “el ateísmo conduce a aceptar lo inexplicable”. Por eso “todo nuestro universo es un misterio”. El artista añora una vida plena, en la que el hombre sea libre de todo engaño, condicionamiento y atadura.
“Si fuéramos capaces de devolver nuestro destino al azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia”. Allí estaría lo que Buñuel llama “la libertad total”, pero que en realidad es una visión de una vida absurda sin sentido. Su mundo está lleno de muerte, corrupción, temor y dolor. Carece no sólo de gozo, sino también de cualquier vestigio de consuelo o esperanza, como las imágenes mudas en la pesadilla de “Un perro andaluz” (1929).
EL PROBLEMA DEL HOMBRE
Buñuel incomoda, porque muestra una realidad oscura en nuestro interior, que es la miseria del hombre sin Dios, perdido en el engaño, la crueldad y la locura del pecado. La Biblia está de acuerdo en ese sentido con Buñuel sobre la condición del mundo, pero rechaza la solución que él propone.
La denuncia a la religión del autor de “Viridiana” nos recuerda a la controversia de Jesús con los religiosos de su tiempo. No nos ha de escandalizar por eso su ataque a la Iglesia. De hecho, su anhelo de amor, belleza y compasión nos muestran a Buñuel no como un demonio amante de la oscuridad, sino más bien como un hombre esclavo del mal.
El mal no sólo tiene influencia en nosotros, sino poder. Su dominio nos esclaviza. El apóstol Pablo dice, escribiendo a los Romanos (1-3), que ese es el problema del hombre, pero hay una buena noticia. Dios ha derrotado el mal mediante la obra de Cristo Jesús (8:18 ss.). Y esa verdad es la que nos hace verdaderamente libres (Juan. 8:31-36).
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