Samuel Vila supo emplear la escritura como un instrumento sagrado que Dios puso en sus manos para servir al pueblo evangélico de habla hispana en la generación que le tocó vivir.
Tengo por norma no entrometerme en nada de lo que publica “Protestante Digital”, medio periodístico de cuyo Consejo de administración soy presidente, esté de acuerdo o en desacuerdo con el contenido o con el autor.
Pero un reciente debate en sus páginas me ha herido al comprobar el desconocimiento que hay de la Editorial Clie en las nuevas generaciones de evangélicos españoles, por lo que pido permiso para intervenir y para aclarar algunos conceptos.
Editorial Clie es el resultado de la preocupación y pasión que Samuel Vila sentía por la literatura.
Vila nació en Rubí (Barcelona), el 28 de mayo 1902, y murió en Tarrasa el 1 de marzo 1992, cumplidos los 90 años.
El escritor y el pintor se hacen visibles desde los primeros años de vida, decía el novelista francés Honorato de Balzac, autor de 96 libros. Esto mismo ocurrió con Samuel Vila. A los seis años, con una imprentilla de juguete, imprimía versículos de la Biblia que arrojaba por la ventanilla del tren cuando sus padres recorrían pueblos catalanes en viajes de evangelización.
El año 1939 supuso el triunfo del nacionalcatolicismo en aquella guerra incivil que duró tres años. El anterior, 1938, Vila se vio obligado a salir de España. Estuvo en Inglaterra, Estados Unidos y Francia. Aquí fundó la revista “El refugiado”, muy apreciada por aquellos españoles que se vieron obligados a abandonar su patria por ser del bando de los vencidos.
De regreso a la Cataluña que siempre amó Vila inició el “Sermón por correo”, que enviaba a líderes de iglesias y de grupos de 20 personas que se reunían en domicilios particulares. Las leyes de la dictadura no permitían, bajo penas de multas, y hasta encarcelamientos, reuniones privadas de evangélicos con más de 20 asistentes. Yo viví estos tiempos aciagos en la isla de Tenerife.
Cuando en 1923 los bautistas del Sur abrieron un pequeño seminario en Barcelona, Samuel Vila entró como profesor de Ciencia y Lengua española a la vez que alumno de Teología. La Misión Bautista le encomendó la fundación de una revista, que apareció con el nombre “El Eco de la Verdad”. Vila fue su primer director. La revista continúa publicándose en nuestros días.
Tenía 24 años cuando apareció su primer libro, “A las fuentes del Cristianismo” (1924), seguido por “La religión al alcance del pueblo” (1926).
La mente de Samuel Vila siempre tuvo claras las cosas que quería decir. Y las expresó de manera adecuada y concreta, con el mayor relieve y talento. Supo emplear la escritura como un instrumento sagrado que Dios puso en sus manos para servir al pueblo evangélico de habla hispana en la generación que le tocó vivir. A lo largo de sus años escribió 45 libros, tradujo otros 190 del francés y del inglés. Un líder de la España protestante, afortunadamente vivo y activo aún, Roberto Velert, dijo en un discurso pronunciado en Tarrasa en 1991 con motivo de un homenaje a Samuel Vila: “Desde la España de la restauración monárquica pasando por repúblicas y alzamientos, en tiempos de auténticas oscuridades literarias por censuras y opresiones, Samuel Vila brilla con luz propia y sus libros son como llamas que, en vez de agotar la lumbre, multiplican su luz”.
Dos catalanes, Samuel Vila y Zacarías Carles fundaron en 1948 la Misión Cristiana Española. Samuel Vila fundaba iglesias y escribía libros en España. Carles vivía en Estados Unidos recaudando los fondos necesarios. Amante de las letras, Vila fundó el Departamento de Literatura de la Misión. Durante años escribió libros. Puede que por ellos no le concedieran el Premio Nobel de Literatura, pero fueron de mucho valor y de mucha ayuda en aquella España del nacional-catolicismo, intolerante, perseguidora, casi inquisidora. Para los protestantes españoles, huérfanos de literatura en nuestro idioma, los libros de Samuel Vila eran un tesoro.
Aquellos fueron años amargos para los escritores evangélicos y para nuestra mínima producción literaria.
En 1955 fueron suspendidas dos revistas que se editaban en Barcelona. Los inquisidores argumentaron que no estaban dirigidas por periodistas profesionales.
José Grau, aquél valiente teólogo y escritor catalán, miembro de la Iglesia en calle Verdi, de Barcelona, hubo de pagar multas, estuvo encarcelado y le fueron confiscados miles de ejemplares que inteligentemente publicaba con el sello de la misión europea.
Hubo por entonces dos impresores que, desafiando las leyes de la intolerancia, se arriesgaban a publicar libros de Grau, de Samuel Vila y uno mío. La policía de entonces puso en varias ocasiones sus talleres al desnudo en busca de literatura prohibida. Pagaron multas. Fueron amenazados, pero ellos continuaban su labor clandestina. Fueron Salvador Salvadó, bautista, y Rafael Serrano, de las Asambleas de Hermanos.
Gloria y honor a aquellos cuatro valientes: Samuel Vila, José Grau, Salvador Salvadó, Rafael Serrano y a otros muchos que anduvieron en sus mismos pasos, cuyos nombres no figuran en nuestros libros de historia, pero sí en el Libro de la Vida.
En aquella España de leyes antiprotestantes, carencia de libertad y actuaciones policiales indignas, el gigante de Tarrasa, como fue llamado Samuel Vila, no se amilanaba. Cuanto más arreciaban las persecuciones contra su persona, más se afanaba en su vocación: predicar y escribir, sobre todo escribir, lleno de una inquietud profunda, de pensar que lo que estaba haciendo en la redacción de página tras página beneficiaría a miles de personas.
En 1956 se rompieron las relaciones entre Vila y Carles. Éste vino a España en busca de un nuevo director. Lo encaminaron a Tánger. Una semana de conversaciones fueron suficientes para que yo aceptara dirigir en nuestro país la Misión Cristiana Española.
Un grupo de interesados mantuvimos conversaciones en Tarrasa con Samuel Vila para tratar del departamento de literatura fundado por él. Allí nació Clie, “Comité de literatura para las Iglesias Evangélicas de España”. Fui nombrado presidente y José María Martínez vicepresidente. Martínez dimitió dos años después. Yo lo hice cinco años más tarde. Tanto Martínez como yo entendimos que la editorial debía quedar en manos de Vila. Él estaba muy ocupado y yo vivía lejos de Cataluña, en el continente africano.
Escribo con orgullo que las decisiones de Martínez y mía fueron justas y recompensadas. Libre de preocupación por las iglesias, Samuel Vila se dedicó en cuerpo y alma a la editorial hasta conseguir que figurara entre las grandes editoriales seculares del país. Al mismo tiempo extendió la producción por todas las principales naciones de la América hispana, poniendo en manos de los evangélicos habitantes en esos territorios un tipo de libros que no podían obtener por ningún otro medio.
Muerto Vila, asumió la dirección de la editorial el menor de sus dos hijos, Eliseo.
Este hombre es un genio. Bien preparado en teología, en dirección de empresas, economista acreditado, ha expandido la editorial Clie en todos los países donde se habla la lengua de Cervantes. Como escritor y traductor ha dado a la imprenta un tomo de 2.500 páginas traduciendo, comentando y ampliando la exégesis de 61 salmos interpretados por Charles H. Spurgeon. El libro ha recibido premios en Congresos literarios de Estados Unidos. Yo lo adoro. El libro. Tengo en él una herramienta eficaz para mi trabajo.
El liderazgo de Eliseo Vila al frente de Clie cuenta con otros dos hombres importantes: Alfonso Triviño como director comercial y Alfonso Ropero como director editorial.
Clie es mi editorial. De los 53 libros que he escrito, casi todos han sido publicados por Clie, incluyendo los once tomos de obras completas.
Según el catálogo disponible, Clie ha editado unos mil setecientos libros a lo largo de los años. Libros que han llevado a millones de personas en España y en los veintidós países de la América hispana conocimientos para la mente y medicina para el alma, así como las farmacias distribuyen medicinas para el cuerpo.
Quienes hoy cuestionan a Editorial Clie, que lo hagan ellos mejor. Si no saben, o no pueden, o no quieren, por favor que guarden silencio.
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