Aquel lugar sólo tenía dos tipos de personas: los que derrochaban maldad, y los que sufrían.
“La lista de Schindler” es una de las películas más premiadas a lo largo de toda la historia del cine. Creo que casi todos conocéis la historia, Oscar Schindler, un empresario alemán, utiliza todo el dinero que tiene para construir empresas “fantasma” (fábricas donde no se construye nada) sólo para salvar la vida de más de mil judíos perseguidos por el tercer Reich.
Muchos quedaron impresionados al ver la película, pero si me permites una historia personal, te diría que como siempre, la realidad supera con mucho a la ficción. Recientemente tuve la oportunidad de visitar lo que fue el campo de concentración de Bergen-Belsen, en Alemania. Pude ver los cementerios comunes, las películas de la época, pasear por lo que queda de los barracones dónde eran encerrados los judíos y pasar varias horas contemplando uno de los muchos recuerdos de la maldad humana.
Gente sacada con palas de los camiones (lo que quedaba de ellos, porque no eran más que huesos amontonados).
Familias enteras separadas. Niños solos y hombres y mujeres llorando por no encontrar a los suyos.
Les quitaban todas las partes del cuerpo que tuviesen algún “valor” como muelas de oro u otros metales, los desnudaban de sus ropas, gafas, les cortaban el pelo…
Los cementerios eran comunes. En ellos sólo se veía el número de las personas enterradas allí. Había uno de 5.000, otros de 10.000 en otros simplemente decía “número desconocido”.
¿Sabes una de las cosas que más me impresionó?... En el juicio, los responsables del centro de concentración enfrentaban las condenas impuestas por los aliados sin inmutarse, sin un gesto de dolor o de tristeza, arrogantes, con su frente erguida. Escuchaban sus sentencias de muerte orgullosos por lo que habían hecho.
Pasé varias noches sin dormir y otras teniendo pesadillas después de ver todo eso. Muchos de mis amigos me comentaban: “Yo sería incapaz de ir allí a ver eso”. Creo que todos deberíamos hacerlo, ¡Hay que ver esas cosas! ¡Tenemos que darnos cuenta de hasta dónde puede llegar la maldad humana!... Hasta dónde podemos llegar cada uno de nosotros en nuestro odio por los demás.
Aquel lugar sólo tenía dos tipos de personas: los que derrochaban maldad, y los que sufrían. Cuando estaba allí, te aseguro que en muchos momentos no supe que pensar. Sólo recordaba una y otra vez las palabras del profeta, cuando dijo que Dios “En todas sus angustias Él fue angustiado” (Isaías 63:6)
En cada uno de los momentos de sufrimiento, Dios estaba allí.
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