Siendo todo por fe y por gracia, como nos recuerda el Día de la Reforma que conmemoramos y celebramos hoy, está casi de más decir que cualquier Premio es inmerecido o al menos que es Dios quien realmente es el único digno de recibirlo por cualquier obra o vida.
Pero entiendo que esta Medalla es reconocer que Dios utiliza a personas con sus errores. Imperfectas, como yo, pero que Él usa para sus planes.
Dicho esto, en la parte humana, y sin falsa humildad, es cierto que trabajé y trabajo mucho y con ilusión. Pero es justo también reconocer a personas sin las que mi labor de servicio al Señor hubiera sido imposible. La primera
mi esposa, a la que le adeudo tanto que sólo el amor puede en parte suplir lo mucho que le he quitado o dejado de dar; y a la vez quien más me ha apoyado en los peores momentos y guiado en las situaciones más difíciles. Sin ella nada de lo que he hecho hubiese sido posible y si fuese por mí, tengo claro que ella merece mil veces más que yo esta medalla.
En cuanto al inicio del Consejo Evangélico de Madrid (CEM) y la firma del Convenio con la Comunidad de Madrid hace ahora 20 años, además de la generosidad política de
Ruiz Gallardón, fue clave el apoyo y visión de
Mariano Blázquez como Ferede, sin el que ni la legalización del CEM ni la firma del Convenio se habrían podido realizar. Y por supuesto el respaldo de la junta directiva del CEM, cuyo presidente
Emmanuel Buch retorna a su cargo veinte años después.
En cuanto al
desarrollo del Convenio, es importante reseñar que en esa etapa realizó una labor no sólo ejemplar, sino de entrega absoluta,
Manuel García Lafuente como Consejero de Cultura. El fue quien impulsó de forma digna, responsable y práctica la enorme actividad que se generó a partir de la firma del Convenio, y que hizo posible que siga hasta hoy ante el buen resultado, la seriedad y el cumplimiento de todo lo acordado. Jornadas, conferencias, publicaciones, ayuda al patrimonio, todo pasó por sus sabias y responsables manos.
También en esta etapa fueron fundamentales las diputadas
Henar Corbi (PSOE) y
Sandra Myers (PP) que supieron entenderse y colaborar a favor de la libertad religiosa y el desarrollo de los acuerdos desde sus respectivos partidos, sin protagonismos personales ni políticos; en el mejor ejemplo de lo que la política bien entendida y ejercida puede hacer por los ciudadanos.
También es una satisfacción que el CEM exista más allá de mi persona, y que tras mis siete años como Secretario ejecutivo hayan seguido desempeñando de manera eficiente esta labor otros siete
Máximo García primero y
Manuel Cerezo después, lo que muestra que la institución esté más allá de las personas, aunque cada cual deje su huella y pequeña historia. Pero el CEM ha sido, es y será lo que somos todos quienes formamos parte de él por encima de individualidades.
Finalmente, y pensando más allá del CEM, en mi labor en Protestante Digital y la Alianza Evangélica Española donde me siento plenamente integrado y comprometido, quiero agradecer de forma especial el apoyo siempre generoso de tres personas:
Juan Antonio Monroy,
Pablo Martínez Vila y
Jaume Llenas. Habría más, pero no quiero dejar a nadie fuera y estos tres nombres exponen quienes para mí son personas que aman al Señor, a su Palabra, y a su Iglesia, desde una perspectiva actual, profunda e íntegra. Son un referente para mí además de un estímulo y apoyo.
Lo que si querría ya para terminar es reflexionar ahora que se cumplen 20 años de la fundación del CEM, y con mi experiencia que empieza a ser larga, sobre el papel de las personas, entidades e instituciones evangélicas en la sociedad y la vida pública.
Pienso que hoy más que nunca
debemos elegir entre ser reyes o profetas. Dios dejó claro que prefería que no hubiese rey en Israel. El rey suele terminar buscando mantener sus privilegios, lograr posesiones, enseñorearse del pueblo, hacer pactos para mantenerse en el poder o lograr sus intereses.
El profeta dependía finalmente de que realmente estuviese acorde a la voz y el corazón de Dios. Nada podía ganar o perder porque todo lo tenía ganado y perdido. Su fuerza era el respaldo de Dios y si fallaba ningún paracaídas más tenía que evitase que se estrellase. Ni necesitaba ni podía tener alianzas estratégicas.
Lutero es uno de los mejores exponentes de esos profetas que necesitamos. Y recordando su figura, no puedo dejar de decir que si hoy en día volviese a clavar sus tesis lo haría en más de una iglesia y medio de comunicación evangélico, donde se vende la gracia con bulas de prosperidad. Esa gracia inmerecida, impagable, sagrada porque es la única respuesta que nos salva y rescata de nuestra culpa y nos ofrece la relación con Jesús, y que a Él le costó todo para dárnosla gratuitamente.
Termino con un poema atribuido a
Teresa de Jesús, que dedico a mi Señor, y que proclamo hoy como mi experiencia personal en la que sigo enamorado de un Jesús del que nunca podré entender ni por qué me amó y salvó, ni por qué ha querido usarme, pero al que agradezco su permanente gracia y misericordia en mi vida:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Muchas gracias.
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