El sábado 26 de Julio regresaba yo en tren desde Santander a Valencia. Mi viaje a Cantabria incluyó una visita a la biblioteca de Don Marcelino Menéndez y Pelayo en la ciudad de Santander. Tenía curiosidad por saber qué libros “heterodoxos” había tenido en su poder ese ilustre anti-protestante. De entre las joyas que encontré, con gran emoción pude tener en mis manos un ejemplar de la primera edición de la Biblia del Oso bellamente encuadernada.
Cuál no sería mi sorpresa en el tren al leer en el suplemento literario “Babelia” del diario
El País un artículo magistral de Antonio Muñoz Molina sobre la Biblia del Oso: “La obra maestra escondida”.
[1] Y ayer Domingo 27 me he regocijado al ver que
Protestante Digital ha reproducido el artículo.
A propósito del artículo de Muñoz Molina, comparto ahora algunos apuntesque incluí en un trabajo preparado para la edición especial de la traducción de Reina y Valera que la Sociedad Bíblica de España publicó en 2009 con el título
La Biblia del siglo de oro.
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Nuestro autor insiste con admiración no disimulada en recordarnos la belleza de esta traducción. Dice, por ejemplo, “Traducidos por Casiodoro de Reina, el libro de Job o el Eclesiastés son sin la menor duda dos de las obras máximas de la poesía y de la sabiduría en español.”
[3] Y abundando en comparaciones nos recuerda que “Casiodoro de Reina escribe en un castellano prodigioso que está en el punto intermedio entre Fernando de Rojas y Cervantes, con una efervescencia expresiva que sólo tiene comparación con santa Teresa, san Juan de la Cruz y Fray Luis de León.”
Por otra parte Muñoz Molina nos recuerda que
tanto Casiodoro de Reina como Cipriano de Valera fueron perseguidos sin misericordia por la Inquisición, y vivieron a salto de mata, escapando en busca de refugio en diversas ciudades europeas. Afirma luego con cierto tono de lamento, que “una de las cimas literarias de la lengua española, la Biblia traducida en el siglo XVI, ha sido invisible o ha permanecido en los márgenes de nuestra cultura desde el momento mismo en que se publicó, y no ha podido ejercer ninguna influencia vivificadora…”
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Hay buenas noticias, Don Antonio. Esa maravillosa traducción de la Biblia es todavía la más difundida entre los protestantes de habla hispana de las Américas, que en las décadas más recientes se han venido multiplicando, al punto que hoy se estima que son ya un 20% de la población. Pese a que hay muchas traducciones nuevas y revisiones diversas, la clásica “Versión Reina-Valera”, como se la conoce, sigue siendo la que prefieren los lectores evangélicos.
José Comblin, un sacerdote católico belga que pasó varias décadas en Brasil desde 1958, escribía en 1987sobre la experiencia de las iglesias de los pobres, evangélicas y católicas, en Iberoamérica, en las cuales hombres y mujeres, comunes y corrientes, lectores entusiastas de la Biblia, se hacen también propagadores del mensaje bíblico. Dice Comblin “Una señal: todos tienen acceso a la Biblia. Este acceso significa que todos pueden conocer las fuentes del conocimiento. No dependen de otros sino que pueden saber por sí mismos. A partir de la Biblia todos pueden decir cosas que valen…Hasta en la oración pueden dirigir la palabra a Dios….Si esas palabras fueran pronunciadas por personas formadas , no habría en ellas nada de espiritual. Todo podría explicarse por la formación intelectual y por la facilidad de palabra habitual en las clases dirigentes. Lo espiritual está en la conversión radical: los mudos hablan. La experiencia del Espíritu está en que son ellos los que toman la palabra. Se trata de una verdadera toma, de una conquista. La palabra surge de las energías que estaban escondidas en el fondo secreto de la persona. La palabra empieza a resucitar.”
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Con estas frases emocionadas
describía Comblin el hecho que constantemente yo mismo he podido comprobar también en el mundo de habla hispana durante los últimos cincuenta años. “Los mudos hablan” dice Comblin en lenguaje bíblico y podríamos agregar que en muchos casos “hablan en un castellano excelente”, el de la Biblia Reina Valera.
Los estudiosos de las iglesias evangélicas reconocen que el aprendizaje de la Biblia de memoria es una práctica que incluía también a quienes no sabían leer aún. Esta práctica sin duda tuvo su influencia en la formación del habla, especialmente de quienes crecieron dentro de una cultura evangélica.
Fue en ese español rico y sonoro de la Reina Valera en el que varias generaciones memorizamos los salmos, por ejemplo, como se puede advertir en los pasajes favoritos del pueblo evangélico: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno porque tú estarás conmigo” (del Salmo 23), “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del omnipotente” (del Salmo 90), “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” ( del salmo 46).
En mis recorridos como misionero y educador en el mundo de habla hispana me ha tocado escuchar en iglesias populares del sur de California, de la sierra peruana, de la periferia de la gran ciudad de Buenos Aires, o del barrio de Vallecas en Madrid el cántico emocionado del salmo 100 que las congregaciones saben de memoria: “Cantad alegres a Dios habitantes de toda la tierra. Servid a Jehová con alegría, venid ante su presencia con regocijo.” Aun frases o párrafos de sintaxis compleja se memorizan, como aquel proverbio que dice “Instruye al niño en su carrera y aun cuando fuere viejo no se olvidará de ella” (Proverbios 22:6); o las palabras del apóstol Pablo en 1 Corintios 13: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe.”
Los observadores del crecimiento de las iglesias evangélicas y pentecostales en el mundo de habla hispana prestaron atención al cambio cultural que se producía en los conversos cuando entraban en comunidades en las cuales la Biblia ocupa un lugar central. En el caso de las clases pobres, un aspecto clave de ese cambio cultural era el aprendizaje de la lectura y la escritura, ya que poder leer la Biblia diariamente y por sí mismo era un aspecto importante de la experiencia cristiana. Otro cambio era que el nuevo creyente se convertía en un activista en la propagación de su fe, en la cual la Biblia ocupaba un lugar central.
Uno de los primeros estudiosos católicos que investigó de manera sistemática el protestantismo en su país fue el jesuita Ignacio Vergara en Chile quien escribía de esta manera: “El triunfo del protestantismo está sobre todo en los métodos; en que ha llegado a presentar a los humildes un cristianismo popular…La participación activa en su iglesia o en un culto lo hace sentirse ligado a otros; sin su actividad no marcharía el movimiento, y esto despierta en ellos el interés. El mismo adepto tendrá que dirigir la actividad en su sector, avivar a los más lentos, propagar lo que él mismo ha sentido. El descubrimiento personal de Cristo en el contacto asiduo del Evangelio, no lo deja tranquilo.”
[6] Tanto en la vivencia de su nueva vida como en la propagación de su fe estos creyentes populares se nutren de la lectura y estudio de la Biblia y la usan para comunicar su fe. Como sigue diciendo Vergara: “Esta participación íntima y activa se aumenta al tener como lengua en su culto a Dios la misma que emplea en su vivir diario. El protestante siente que está hablando con su Dios de una manera inteligible; su ‘liturgia’ la entiende y la Biblia puede tomar el sitio que le corresponde en los actos oficiales de culto igual que en el seno del hogar.”
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Medio siglo después de los comentaristas que acabo de citar, y ya en la primera década del siglo veintiuno, Manuela Cantón Delgado, una antropóloga española que estudia a las iglesias pentecostales populares en Andalucía encuentra fenómenos semejantes a los de Iberoamérica entre los gitanos de esa región del sur español. Cantón observa que la “Palabra de Dios” ocupa en estas iglesias el papel de “palabra revelada” contenida en la Biblia, y comenta: “Por ello este libro sagrado se convierte en el símbolo dominante en los cultos evangélicos cuyo eje central es la lectura de ciertos pasajes por parte del predicador y su explicación a la comunidad, generalmente estableciendo significativas conexiones con elementos reconocibles de la vida cotidiana de quienes allí se congregan.”
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El trabajo de campo resumido en el libro de esta socióloga se desarrolló entre 1998 y 2001. Los autores y autoras entrevistaron a decenas de personas y asistieron a una gran variedad de reuniones de estas iglesias en la región andaluza.
En el libro se nos presentan las conclusiones fruto de la reflexión informada por la Antropología y la Sociología, pero también podemos escuchar las voces de los protagonistas cuando leemos las transcripciones de sus expresiones y diálogos, una verdadera coral. No se pasa por alto el impacto social de esta experiencia religiosa, pues como dicen los autores: “A este respecto quisiéramos llamar la atención sobre un tema decisivo para evaluar la repercusión del pentecostalismo sobre ciertos procesos de cambio que están teniendo lugar entre los gitanos: dentro de la Iglesia Filadelfia se está produciendo un importante movimiento dirigido a la alfabetización de sus miembros, un movimiento que toma como referente explícito el énfasis judío en la formación para poder conocer los textos sagrados.”
[9] La versión de la Biblia que se usa mayoritariamente en la Iglesia Filadelfia es la Reina-Valera.
Hay pues buenas noticias, don Antonio Muñoz Molina. La hermosa traducción que Reina y Valera completaron en medio de persecuciones, está siendo un instrumento para este acontecimiento singular: los mudos hablan…y en buen castellano.
[1] Antonio Muñoz Molina, “La obra maestra escondida”,
El País, Babelia 26/07/14; p. 3.
[2] Samuel Escobar “Los mudos hablan…y en buen castellano”, en Sociedad Bíblica de España-Sociedades Bíblicas Unidas
La Biblia del siglo de oro, Madrid, 2009;pp. xxxvi-xl
[5] José Comblin,
El Espíritu Santo y la liberación, Madrid: Ediciones Paulinas, 1987.
[6] Citado por Ireneo Rosier,
Ovejas sin pastor, Buenos Aires: Ed. Carlos Lohlé, 1960; p. 106.
[8] Manuela Cantón Delgado (y otros),
Gitanos pentecostales. Una mirada antropológica a la Iglesia Filadelfia en Andalucía, Sevilla: Signatura Ediciones, 2004; p. 80
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