“Dime la antigua historia” cantábamos de niños en la escuela dominical. Y la historia de la Navidad es la historia que en más idiomas se cuenta por el mundo. Los evangélicos de países latinoamericanos cantamos la historia y la contamos también en castellano y en portugués. Algunos de nuestros poetas de habla castellana la han cantado de varias maneras.
Porque esa historia motiva todo tipo de reflexión. Exploremos aquí tres poesías muy distintas sobre la Navidad. Los autores son tres Franciscos, unos más conocidos que otros, pero todos ellos cristianos sinceros.
Empezamos con
Francisco Estrello (1907-1959) , poeta evangélico mexicano, muy conocido por toda América Latina, que era de la iglesia de los Cuáqueros y trabajaba intensamente en la traducción bíblica.
Publicó libros como
Posada junto al camino (1951) y
En comunión con lo eterno (1949, tercera edición 1975). Su poema hace referencia a la narrativa del evangelista Lucas sobre el nacimiento de Jesús, en la cual dice refiriéndose a María: “Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada” (Lc 2:7).
No parece un detalle casual la referencia a que no hubiera lugar en la posada sino una nota propia de la manera de contar de Lucas quien a lo largo de su evangelio hace referencias a la humildad en el estilo de vida escogido por el Señor.
MIS PUERTAS ABIERTAS TE ESPERAN
A rústico albergue llegaste, Señor;
ni un sitio te hicieron en todo el mesón;
apenas las bestias te dieron calor,
y allí entre la paja naciste, Señor.
A todas las puertas tu madre llamó
y nadie a su angustia la puerta le abrió;
hallaste la vida cerrada al amor,
y sólo un pesebre el hombre te dio.
Florece en mi vida la nueva canción
que al mundo trajiste naciendo en Belén;
no importa que encuentres cerrado el mesón,
mis puertas abiertas te esperan, Señor.
Nos vamos luego a Puerto Rico, de donde era
Francisco Molina (nacido en 1913), ordenado como pastor luterano en 1938. Era Molina poeta “de ancha vena y rica veta” como dice el teólogo José David Rodríguez.
De su libro
Ciudad allende el alba (Puerto Rico 1953, reimpreso en 1999), tomamos el poema “La voz”. El poema es una anécdota sutil obre el hecho de que a veces esperamos que Dios nos dé experiencias extraordinarias y no alcanzamos a percibir cómo él se nos manifiesta en las cosas de todos los días.
LA VOZ
Envidiaba a los pastores
un caballero, y quejábase
de no tener, como ellos,
visiones angelicales.
¡Qué fácil fuera la fe
si oyera la voz de un ángel!
Dios mismo vuelto pastor,
desgarrado de breñales
iba tras él angustiado,
ronco de tanto llamarle.
Culminamos nuestro viaje en la Argentina de donde fue
Francisco Luis Bernárdez (1900-1978), poeta católico. Bernárdez vivió parte de su vida en España y publicó libros como
Alcándara,
El buque,
La ciudad sin Laura, y
Poemas de carne y hueso. Fue premio nacional de poesía de su país en 1944.
De su libro
Cielo de tierra tomamos este “Soneto de la encarnación” en el cual se conjuga la riqueza de la expresión poética con la profundidad de la percepción teológica.
SONETO DE LA ENCARNACIÓN
Para que el alma viva en armonía
con la materia consuetudinaria,
y, pagando la deuda originaria,
la noche humana se convierta en día;
para que a la pobreza tuya y mía
suceda una riqueza extraordinaria
y para que la muerte necesaria
se vuelva sempiterna lozanía,
lo que no tiene iniciación empieza,
lo que no tiene espacio se limita,
el día se transforma en noche oscura,
se convierte en pobreza la riqueza,
el modelo de todo nos imita,
el creador se vuelve criatura.
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