Una vez más en este 31 de octubre de 2012 muchos evangélicos en España nos hemos unido a la rememoración de aquel día de 1517 en que Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittemberg. Pero es importante recordar que el Protestantismo que se ha extendido más en los países de habla hispana, y que sigue creciendo no es el que desciende directamente de Lutero y Calvino. Este Protestantismo fue mediado por el de los misioneros evangélicos que eran parte de una corriente misionera fuertemente influida por el Pietismo de Europa central, el Avivamiento Wesleyano en las islas británicas y el Gran Avivamiento en los Estados Unidos.
Y la forma de Protestantismo que podríamos describir como “popular”, porque ha arraigado mayoritariamente entre las masas populares en América Latina es el movimiento Pentecostal.
Aunque muchos evangélicos de habla hispana, y también muchos pentecostales, vean a Lutero y Calvino como figuras patriarcales de su historia espiritual, en realidad los antecesores inmediatos del Protestantismo latinoamericano fueron los pietistas, los moravos y los metodistas del siglo 18, precursores del gran movimiento misionero evangélico que iba a florecer en el siglo 19. Es importante recordar que en estos movimientos hay claros antecedentes del movimiento pentecostal que ha florecido durante el siglo veinte.
Es por eso que cuando se trata de imaginar como ha de ser la misión cristiana en el siglo 21 cabe plantearse las preguntas
- ¿Qué pueden aprender los evangélicos de habla hispana de sus antepasados en la fe?
- y también ¿qué pueden aprender de ese Protestantismo popular que se ha multiplicado?
Si se observa las creencias y forma de vida de los evangélicos latinoamericanos, por ejemplo, el parentesco con los pietistas, moravos y metodistas - nuestros padres en la fe - es más evidente que el que podamos tener con Lutero y Calvino - nuestros abuelos en la fe. Sin embargo, generalmente invocamos más a los abuelos que a los padres.
La revisión de nuestra herencia puede ser un factor importante cuando, mirando al futuro, consideramos el desafío misionero específico que se nos plantea en pleno siglo veintiuno: la participación de los evangélicos de habla hispana en la misión cristiana a escala global. Este examen histórico clarifica una cuestión importante para la misión: la relación entre creencia sobre el contenido de la fe, experiencia de la fe y estructura para la propagación de la fe, tal como se ha dado en las diversas formas del Protestantismo.
Este es precisamente el punto que cabe destacar, porque tanto el gran movimiento misionero protestante de los siglos dieciocho y diecinueve, como el dinamismo misionero de los evangélicos y pentecostales latinoamericanos en el siglo veinte
se relacionan directamente con el concepto y la práctica del sacerdocio universal de los creyentes.
Este concepto fue formulado primero por Lutero y si lo leemos en contexto suponía un rechazo de dos males predominantes en la cristiandad que él buscaba reformar: el sacramentalismo y el clericalismo. Por un lado el poder exclusivo que reclamaba la institución eclesiástica para administrar la gracia divina mediante prácticas exteriores, a pesar de la condición moral corrupta en la cual la propia institución había caído. Por otro lado el monopolio de los clérigos respecto a las tareas propias de la vida de la Iglesia en la cual los fieles venían a ser simples espectadores.
Lo que Lutero no llegó a crear fueron estructuras nuevas que facilitasen la participación de todos los creyentes como sacerdotes de Dios en el ministerio mutuo. Un siglo después de Lutero las propias iglesias luteranas parecían haber caído en el sacramentalismo y el clericalismo. El Pietismo y los Avivamientos en Europa fueron movimientos de renovación espiritual que llegaron a crear estructuras y prácticas nuevas y contextuales que facilitaron el sacerdocio universal de los creyentes. Este concepto fundamental de la fe evangélica no se puede separar de una visión de la obra del Espíritu Santo en el mundo y de los dones que el Espíritu da a todos los creyentes, verdades que son fundamentales para la práctica y la teología de la misión.
Por eso en un libro dedicado a este tema
[1] me permití plantear lo siguiente como tesis que vale la pena investigar: que el vigor misionero evangélico de los siglos dieciocho y diecinueve
provenía del Espíritu Santo y se pudo manifestar cuando se crearon estructuras que permitían el ejercicio de los dones de todos los creyentes y su participación en la misión.
De la misma manera, el vigor misionero de las iglesias evangélicas populares latinoamericanas en el siglo veinte viene de un impulso del Espíritu Santo, que encuentra iglesias dispuestas a reconocer que el Espíritu da dones a todos y a estructurarse para permitir que el impulso del Espíritu se manifieste.
Nuestra reflexión tendrá que encaminarse por dos vías. Por un lado la consideración detenida del proceso histórico que permite establecer con cierta claridad la continuidad entre pietismo, avivamiento wesleyano , misiones evangélicas, protestantismo de habla hispana, y movimiento pentecostal. Por otro lado hemos d comprender el curso de la reflexión misionológica que durante el siglo 20 fue redescubriendo la importancia de reconocer, comprender y seguir la acción del Espíritu Santo en la misión cristiana
Como ya se dijo, los evangélicos latinoamericanos estamos mucho más cerca de los pietistas y avivamientistas de los siglos dieciocho y diecinueve que de los reformadores del siglo dieciséis. Y cuando queremos reflexionar acerca de nuestra participación en la misión será mejor que exploremos esa parte de nuestra herencia con más detenimiento. Lo que hemos recibido del Pietismo, del movimiento Moravo y de los Avivamientos puede ayudarnos en la forja de modelos misioneros para el siglo 21.
En más de una ocasión me he referido por extenso a la precisión con que el historiador Justo L. González nos ofrece una descripción de los orígenes del moderno movimiento misionero que se desarrolló durante el siglo dieciocho, como algo nuevo en la historia del protestantismo. El interés en las misiones iba vinculado con "un
despertar de la religiosidad individual". Una nota que destaca González es que "los dirigentes de este nuevo despertar
protestaban contra la rigidez de la vieja ortodoxia protestante, y aunque ellos mismos eran por lo general teólogos debidamente adiestrados, tendían a
subrayar por encima de las fórmulas teológicas la importancia de la vida cristiana práctica".
[2]Además de este pragmatismo, los pietistas insistían en la experiencia personal de conversión y en la obediencia individual a los mandatos divinos. No tenían espíritu sectario, ya que permanecían en el seno de sus propias iglesias o denominaciones, a fin de ser algo así como una levadura de renovación. Como aclara González: "Si en algunas ocasiones éste no fue el resultado de tales movimientos, ello no se debió tanto al espíritu cismático de sus fundadores como a la rigidez de las iglesias dentro de las cuales surgieron."
[3]
El pietismo alemán de Spener y Francke, hombres de gran saber y de gran piedad, influyó sobre promotores celosos de la misión como el Conde Zinzendorf, y luego sobre Wesley en las islas británicas y el llamado "Gran Avivamiento" en América del Norte. En consecuencia, la expansión misionera protestante llevó consigo las marcas del pietismo y los movimientos que le siguieron: "los misioneros protestantes del siglo XIX tendían a subrayar la necesidad de una decisión individual por parte de los conversos mucho más de lo que antes lo habían hecho los misioneros católicos y aun los primeros misioneros protestantes".[4]
Otro conocido historiador de las misiones cristianas, Kenneth Scott Latourette, estableció las mismas vinculaciones históricas en las conferencias Carnahan que presentó en Buenos Aires, en 1956. Luego de trazar un cuadro magistral del protestantismo contemporáneo y de los desafíos que lo confrontaban en ese momento, Latourette nos recordaba que "Las minorías vitales de protestantes en Europa son en gran parte de tradición puritano-pietístico-evangélica. A la misma corriente obedece más aun el crecimiento en números e influencia fuera de Europa. Esto significa que el protestantismo mundial tiene más y más una complexión puritano-pietístico-evangélica."
[5] Estas tres notas descriptivas, puritano, pietista y evangélico que vienen a ser la marca del protestantismo misionero se vinculan con las notas teológicas propias de la Reforma del siglo dieciséis. Latourette señala cómo al expandirse por medio de esta corriente misionera durante el siglo diecinueve, en la vida práctica el movimiento protestante pasó a acentuar doctrinas como la justificación por la fe, el sacerdocio universal de los creyentes y el derecho y deber del juicio individual en la decisión religiosa y concluye: " Y al hacer esto se acerca más que nunca en su testimonio al corazón del Evangelio."
[6]
Los elementos que he subrayado en estas descripciones son algunas de las características propias de los evangélicos de habla hispana. Aspectos extremos de ellas como el individualismo excesivo se han criticado con frecuencia utilizando términos como "pietista" en sentido siempre negativo.
Sin embargo quiero destacar que los evangélicos muestran esas notas pietistas de entusiasmo espiritual, conversión personal, y atención a la práctica visible de la fe más que a las formulaciones doctrinales, y a ellas va unido el fervor misionero.
Mi tesis aquí es que las iglesias populares de tipo pentecostal que han crecido en América Latina muchas veces encarnan las notas del dinamismo misionero de los moravos y pietistas mejor que otras iglesias evangélicas que se consideran guardianes de la herencia protestante. Me refiero a la práctica de estas iglesias populares más que a su capacidad de repetir un discurso teológico formal.
Con esto quiero decir también que el protestantismo renovado y pietista que forjó el movimiento misionero del siglo dieciocho y diecinueve creó estructuras que permitieron la realización práctica del sacerdocio universal de los creyentes, mejor que las iglesias luteranas o calvinistas del siglo dieciséis. También el movimiento protestante popular ha creado en Latinoamérica estructuras que facilitan su misión.
Sin embargo, también es importante aclarar que las iglesias protestantes populares de hoy expresan esas notas evangélicas y ese dinamismo misionero dentro de las condiciones propias de la cultura de la pobreza en que se mueven. Es decir, el movimiento pentecostal es una expresión contextual y popular del Protestantismo del siglo dieciséis, surgida en el mundo de la pobreza tanto en Norteamérica y Europa como en América Latina. En ambos casos lo protestante fue mediado por el movimiento evangelizador o misionero de marca pietista y avivamientista. Le cabe el nombre de Protestantismo Popular porque la contextualización se ha dado en forma creativa respondiendo a las notas propias del mundo de la pobreza.
Aquí creo muy necesaria una nota aclaratoria. Primero insistir en que no me estoy refiriendo aquí a las mega-iglesias neo-carismáticas o pos-denominacionales aparecidas en las décadas más recientes y que constituyen un fenómeno que habrá que estudiar también. Me refiero a las iglesias populares relacionadas con el movimiento pentecostal clásico, como las Asambleas de Dios, por ejemplo.
En conclusión, los protestantes de habla hispana hemos de celebrar a nuestros abuelos de la reforma clásica como Lutero y Calvino. Pero no debemos olvidarnos de nuestros padres: pietistas, metodistas y avivamientistas. Porque en su herencia hay claves para la misión en el siglo 21.
En un próximo artículo exploraré un tema íntimamente vinculado a esta recapitulación histórica: el de la misión cristiana y la teología del Espíritu Santo.
[1] Samuel Escobar
Tiempo de misión, Semilla-Clara, Guatemala-Bogotá, 1999.
[2]. Justo L. González y Carlos Cardoza Orlandi
Historia general de las misiones CLIE, Viladecavalls 2008; p.138.
[5]. Kenneth S.Latourette
Desafío a los protestantes La Aurora, Buenos Aires 1957; p.78.
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