Hoy se enarbolan muchas banderas divisivas y de rechazo, pero el pueblo de Dios tiene una bandera mejor que levantar.
Uno de los modos verbales existentes en algunas lenguas es el jusivo, palabra que procede del latín iŭbĕō y que en una de sus acepciones expresa deseo. La lengua hebrea, la del Antiguo Testamento, contiene muchos ejemplos de este modo verbal, en el que alguien manifiesta un deseo de que algo suceda. Un ejemplo de ello sería la famosa bendición sacerdotal, que dice así: ‘El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz.’i En este caso es un bien lo que se desea, pero no faltan ejemplos en los que se desea el mal para el enemigo, como ocurre en los pasajes imprecatorios: ‘Sean sus días pocos; tome otro su oficio. Sean sus hijos huérfanos y su mujer viuda.’ii, texto que después se aplicará a Judas Iscariote en cuando a lo del oficio o cargo de apóstol, en el que será sustituido tras suicidarse.
En bastantes casos el modo jusivo no es simplemente un deseo que se piensa o se profiere sin más, que se suelta al aire, por así decirlo, sino que va acompañado de una oración intercesora para que Dios cumpla el deseo. De esta manera el deseo va unido a una petición, de la cual depende su obtención, como por ejemplo: ‘Enséñame, oh Señor, el camino de tus estatutos y lo guardaré hasta el fin. Dame entendimiento y guardaré tu ley y la cumpliré de todo corazón.’iii El deseo ahí expresado es el de hacer la voluntad de Dios, pero se reconoce la necesidad de la ayuda suya para que ese buen deseo se haga realidad.
Un magnífico ejemplo del modo jusivo que expresa deseo lo tenemos en los primeros cuatro versículos del Salmo 20, donde nada menos que ocho buenos deseos se declaran. Se trata de una situación de apuro y riesgo en la que alguien se encuentra, seguramente una batalla que ha de enfrentar y en la que evidentemente puede perder la vida. Como reacción ante tal contingencia el autor del Salmo expresa los mencionados deseos hacia esa persona, los cuales son: Que Dios te oiga, que te defienda, que te ayude, que te sostenga, que se acuerde de tus ofrendas, que acepte tu holocausto, que te conceda el deseo de tu corazón y que cumpla tu plan. El espíritu que se respira en ese texto es todo de aliento y de empatía, que denotan el gran aprecio y profunda consideración hacia quien va a enfrentar la lucha. Es una lucha personal, en la que nadie puede sustituirlo, pero al mismo tiempo es una lucha en la que, antes de comenzarla, está recibiendo el respaldo de quienes están de su parte y desean que salga victorioso en la misma. Y no sólo eso; la referencia constante en esos ocho deseos es Dios y su intervención a su favor, recordándole así que aunque nadie más puede librar la batalla, sin embargo no va solo a la misma, dado que Dios estará de su lado en ella.
El resultado triunfante de este conflicto, que ya se anuncia antes de que suceda, produce la siguiente reacción:
‘Nosotros nos alegraremos en tu salvación y alzaremos pendón en el nombre de nuestro Dios.’iv
En primer lugar hay que notar la alegría que genera en quienes aman al que va a la batalla, el hecho de que obtendrá la victoria. Su salvación es motivo de gozo para ellos, lo cual inequívocamente muestra que quieren su bien. No hay asomo de mezquindad, envidia o indiferencia por el éxito obtenido sino todo lo contrario. Su bien les produce satisfacción. Es una actitud de identificación y solidaridad.
En segundo lugar hay que destacar que izan un estandarte o bandera, a consecuencia del triunfo obtenido. Es la expresión externa y visible del gozo interno por lo que ha sucedido. Se trata de una bandera que ensalza a Dios, de quien procede el resultado favorable del conflicto, pero también es una bandera a la que se puede denominar bandera de la fraternidad, al mostrar de forma fehaciente que lejos de serles ajeno el desenlace, se alegran, porque en definitiva esa victoria individual es una victoria de todos. Esta bandera de la fraternidad enseña que los acontecimientos que suceden a un miembro del pueblo de Dios no son particulares sino comunitarios. Se trata de una bandera que indica la estrecha relación que hay entre uno y los demás. De que nadie está solo, aunque haya de afrontar horas malas y circunstancias difíciles, porque el conjunto del pueblo de Dios está en espíritu con él.
Hoy se enarbolan muchas banderas divisivas y de rechazo hacia quienes no militan bajo las mismas, banderas que al pretender ser absolutas sólo dejan rencor, enfrentamiento y odio como rastro. Pero el pueblo de Dios tiene una bandera mejor que levantar, la bandera de la fraternidad. Al izarla, sin lugar a dudas, estamos en la voluntad de Dios.
i Números 6:24-26
ii Salmo 109:8-9
iii Salmo 119:33-34
iv Salmo 20:5
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