En el matrimonio en la voluntad de Dios hay lugar para el disfrute y el contentamiento.
Uno de los libros de la Biblia sobre los que resulta más difícil escuchar predicaciones es Cantar de los cantares; de hecho, su potestad para estar entre los demás libros canónicos ha sido puesta en entredicho a lo largo del tiempo por algunos autores, tanto cristianos como judíos, que consideraron que no reunía los requisitos necesarios para estar ahí. Los argumentos esgrimidos giraban en torno al carácter puramente secular de su contenido, a la ausencia del nombre de Dios, algo que comparte con Ester, e incluso al atrevido lenguaje usado, que parece impropio de lo que es sagrado.
Pero el libro ha tenido más defensores que detractores, estando entre los primeros no pocos de los místicos de todos los tiempos, que han encontrado en su mensaje un poderoso acicate hacia la elevación espiritual, la comunión con Dios y el deleite y el éxtasis que la acompañan. Bernardo de Clairvaux, Fray Luis de León, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y muchos otros estarían entre los escritores católicos que elaboraron comentarios al libro o incluso lo tomaron como guía de sus propias composiciones, como hiciera Juan de la Cruz en su famoso poema Cántico espiritual.
La interpretación alegórica del libro ha sido la principal a lo largo del tiempo, tanto en el campo judío como en el cristiano, pues ya Rabí Akiva (40-135) lo entendió de esa manera y lo mismo hizo Orígenes (c. 182 - c. 251). Pero igualmente en ambos campos no han faltado partidarios de la interpretación literal, como ocurrió con Rashi (1040-1105), en el lado judío, y con Teodoro de Mopsuestia (c. 350-428), en el cristiano. Para los abogados de la interpretación literal no hace falta redimir al libro mediante la espiritualización, porque ya de por sí posee suficiente trascendencia sin necesidad de echar mano de rebuscadas maneras de entenderlo. Su importancia intrínseca radicaría en el valor del amor conyugal, una de cuyas manifestaciones es la expresión sexual, lo cual enseña el alcance y la belleza de la sexualidad ordenada, como la voluntad de Dios para el ser humano, anulando así cualquier intento de situar la sexualidad en un marco de sospecha, subestimación o rechazo.
Pero ya sea que nos decantemos por el sentido alegórico o por el literal, el Cantar de los cantares ocupa un lugar único en la Biblia, en la que faltaría algo vital si se le hubiera sacado del canon, porque además de la valía del contenido está la riqueza del ropaje en que ese contenido está envuelto, al ser una composición poética de altos vuelos de sin par hermosura literaria.
Ahora que tantas banderas ondean al viento, es preciso recordar que en este libro hay sitio para una bandera, aunque bien distinta de las que estamos acostumbrados a ver, a la que se puede denominar la bandera del amor, porque así la llama el mismo texto:
‘Me llevó a la casa del banquete y su bandera sobre mí fue amor.’ (Cantar de los cantares 2:4).
Tanto si se entiende en el sentido alegórico como en el literal, esa bandera tiene un significado pertinente. En el sentido alegórico, porque el Amado lleva a su amada a la casa del banquete (exactamente, casa del vino), donde el buen vino es el colofón de la fiesta y donde el vino nuevo se almacena en odres nuevos para ser servido. El gozo, la alegría, de la que el vino es símbolo, es la señal característica de la vivencia con el Amado. Y ello flanqueado por la bandera del amor, un amor que no puede ser medido, ni sondeado, ni agotado, porque es infinito en su abundancia y extensión. Así es el amor de Cristo, capaz de transformar al desagradable en grato, al sucio en limpio, al vil en noble, al pecador en santo y al triste en dichoso. Bajo esa bandera del amor que ondea flameando al viento, el alma puede encontrarse satisfecha en brazos del Amado. Una bandera que cubre totalmente a quien bajo ella viene a cobijarse.
Mas también en el sentido literal se puede entender esa bandera del amor, incluso en el estado caído en que estamos, pues en el matrimonio en la voluntad de Dios hay lugar para el disfrute y el contentamiento, también en el aspecto sexual; algo que está ausente en todos los sucedáneos sexuales inventados, que si bien prometen plenitud y placer, en realidad producen insatisfacción, decepción y vacío. La bandera del amor, del amor conyugal entre marido y esposa, en esa casa del banquete, es la bendita enseña que Dios mismo ha provisto para el hombre y la mujer desde el origen. Es importante fijarnos en esta bandera, porque las palabras del texto las pronuncia la esposa refiriéndose al amor del esposo. Y hoy, cuando tanta agresividad, odio y violencia hay en muchos matrimonios, en muchos maridos hacia sus mujeres, es necesario considerar el bien supremo que supone esta bandera.
La bandera del amor. Del amor de Cristo hacia su esposa, la Iglesia. Y del amor del marido hacia su mujer.
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