Antonio de Alvarado, Pérez de Pineda, Antonio del Corro o Cipriano de Valera fueron acogidos en una Europa más tolerante que la España impulsora de la Contrarreforma.
No son muchas las palabras que dedica a Alvarado el polígrafo Menéndez Pelayo, pero, la apreciación que tiene de Alvarado como lingüista nos obliga a citar sus palabras. “Por el mismo tiempo vivía en Londres otro español refugiado, D. Félix Antonio de Alvarado, sevillano de nacimiento, que en sus primeros libros se titula presbítero de la iglesia anglicana y capellán de los honorables señores ingleses mercaderes que comercian en España. También hacía oficios de maestro e intérprete de la lengua española, y suyos son unos diálogos ingleses y castellanos ricos en proverbios, frases y modos de decir galanos y castizos, como que el autor parece haberse inspirado en otros manuales de conversación del siglo XVI, y especialmente en el de Juan de Luna, el continuador del Lazarillo. Alvarado se enmarca dentro de la actividad académica y literaria de los emigrados, como era la producción de literatura, la divulgación del hecho religioso, las traducciones y la difusión de la Biblia fundamentalmente. Evidentemente esta labor literaria contribuyó a la difusión y estudio de la lengua española como disciplina académica e introducirla también en la enseñanza superior. Varios protestantes españoles encontraron refugio en Europa de los que solo daremos los nombres. Pedro de Pineda, Sebastián de la Enzina, Francisco de Abrego, Melchor Román y otros más ya citados Valera y Corro, así como otros reformadores, de los que desconocemos su obra escrita, fueron bien acogidos en las Universidades y pulpitos ingleses, y fueron muy bien tratados por los eclesiásticos protestantes. Cipriano de Valera escribió casi todo en español, y sus obras pasaron muchas veces de contrabando desde Inglaterra a España, con gran indignación del rey Felipe. Valera comenzó la publicación de sus obras con un libro en español, titulado Dos tratados: uno acerca del Papa y otro de la Misa en 1588, y desde entonces hasta 1602 sus obras en español salieron constantemente de la prensa, al principio en Londres, y después en Ginebra. No se anda Valera con atenuaciones. Es un puritano de ideas avanzadas, que atacó la misa y el Papado con vigor y eficacia. Se mostró despiadado, por ejemplo, con la impostura de una famosa monja estigmatizada, llamada María de la Visitación, que se impuso a Luis de Granada siendo castigada duramente por su fraude. Las vigorosas obras polémicas de Valera fueron generalmente bien acogidas por los protestantes ingleses, como otras tantas obras de controversia. No obstante, Cipriano de Valera no se ocupó de los ingleses, sino de sus paisanos, y su fama se funda no tanto en estas obras polémicas como en su hermosa revisión de la traducción de Casiodoro Reina, de la Biblia en castellano.
Por otra parte, Pérez de Pineda fue un escritor puramente devoto que, aunque protestante y calvinista, esquivó la simple controversia y se dedicó, como lo habían hecho los escritores místicos, a la religión fundamental. Su libro titulado Epístola Consolatoria fue traducido por Pedro Daniel y publicado en inglés en 1676 con el título de “Excelente consuelo para todos los cristianos” y en el mismo año su Jehová, indulto para todos los pecadores, o más conocido como Breve sumario de indulgencias, que fue publicada en Londres, y estos libros fueron una lectura devota muy popular en todas las clases sociales.
Antonio Corro, que era profesor de Oxford y popular predicador de Londres, vivió aquí por algunos años, y fue el más activo de todos los reformadores españoles. Sus escritos, sin embargo, estaban en su mayor parte en latín, y aunque algunos de ellos eran polémicos, como su “Petición a los pastores protestantes de Amberes” y su “Súplica al muy poderoso príncipe Felipe, Rey de España”, traducida al inglés por Feuton en 1569, la mayor parte de su obra fueron sermones o exégesis de los pasajes de la Biblia. Varios de éstos se publicaron en Londres, tales como, en 1575, su “Epístola de San Pablo a los Romanos”, sus “Sermones sobre el Eclesiastés”, sus Sermones de Salomón, etc. Generalmente hablando, sin embargo, la influencia de los escritos de los protestantes españoles sobre la Reforma inglesa no fue considerable -dice Martin Hume-. Con excepción de Corro y Valera, no residieron mucho tiempo en Inglaterra, donde los españoles, por su nacionalidad, no eran populares; y el hecho de que Corro era luterano, mientras que Valera era calvinista de la escuela ginebrina, dividió la poca fuerza que hubieran podido ejercer. Llegaron, por otra parte, a Inglaterra demasiado tarde para convertir al pueblo inglés, y se ocuparon de ofender a Felipe, facilitando la difusión de la literatura protestante en España, más que de contribuir al movimiento en Inglaterra, que ya era bastante poderoso sin su auxilio.
Hubo un escritor que no vino a Inglaterra, pero cuyo ataque y exposición de los métodos y procedimientos de la Inquisición, cuando fueron traducidos al inglés por Vincente Skinner en 1568, influyeron en aquellos cuyo principal pesar era la persecución de los protestantes en España por el Santo Oficio. Las obras de Juan de Valdés, -dice Hume- el primero de los reformadores españoles y el más esmerado prosista castellano de su época, no llegaron a Inglaterra hasta un siglo después. Su más famoso libro religioso es el titulado Ciento diez consideraciones divinas, y no fue traducido al inglés hasta 1638 por Nicolás Farrer. A pesar de su fama en los países extranjeros, nunca hasta hoy se ha publicado entero en español. La razón de su tardía aparición en Inglaterra ha de buscarse en su rígido tono puritano, que tiende no poco al unitarismo. Hasta que la reacción puritana no fue ese tono admitido en Inglaterra. El delicado poeta puritano Jorge Herbert fue quien en el siglo xvi sirvió de padrino a la obra y la hizo popular, y posteriormente Mr. Wiffen, ese industrioso e ilustrado cuáquero que hizo de su dominio especial el protestantismo español, ha revivido la moda para las obras de Juan de Valdés.
José Gabriel de Montealegre pertenece ya al siglo XVII y es uno de tantos españoles exilados por causa de la religión y que se conoció por el “Martinus Lutherus vindicatus” descubierto por el bibliotecario de Stuttgart, Dr. Teodoro Schott, quien se lo comunicaría a Eduardo Boehmer. Este insertaría un preámbulo y lo publicaría en una revista de teología luterana. Montealegre parece hacer hincapié en las ideas luteranas fundamentales. Dice Menéndez Pelayo: “El libro se rotula Martinus Lutherus vindicatus a votorum monásticorum violatione (Martín Lutero vindicado de la violación de los votos monásticos), y el autor es un fraile apóstata, lo mismo que su héroe. En el prólogo nos da algunas noticias de su vida. Llamábase José Gabriel de Montealegre, era natural de Madrid y había sido abogado en los Reales Consejos hasta el año de 1650, en que, arrebatado por súbita, aunque falsa vocación, entró en una cartuja. Allí se dio a meditaciones teológicas, y, enamorado de la Independencia de su propia razón, entró en los torcidos senderos del libre examen”.
Juan Nicolás Sacharles publica en Londres en 1621 “El español reformado”. Cuenta que siendo fraile y nada menos que bibliotecario del Escorial se había convertido al protestantismo y por tal causa tuvo que huir a Francia, donde se graduó en bachiller en medicina. Mas adelante en Inglaterra será perseguido cruelmente por los católicos que intentan asesinarlo. Nada nuevo en el panorama de las persecuciones a los protestantes españoles.
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