EN VIDA, HERMANOS, EN VIDA
Tratándose de Monroy, dejo que hable el corazón y vocee la indeclinable admiración que tiene por este imperfecto cristiano nacido en suelo de África. También la razón que no admite tatuajes contradictorios: la razón, aquella que afirma con certeza la ímproba entrega de un miliciano del amor irradiado por Jesús.
Lo mío no se deriva de una conducta lisonjera o lambiscona, como más de uno pueda murmurar, largamente educado (mal) en una represión de las gratitudes y/o reconocimientos por temor de envanecer al otro. Craso error el de estas posturas que, como todo extremismo, oculta una carga de hipocresía y falsa humildad, divisable a la legua.
Antaño alguien preguntó mi parecer sobre Juan Antonio Monroy. Mi respuesta fue la siguiente:
¿Monroy?
Fuerza primordial de lo fraterno,
sin manos frías, sin hueca voz.
Creo que bastaría con estas tres líneas para retratar a un Quijote del Evangelio sin medias tintas. Pero, buscando entre mis papeles, he encontrado algún texto en verso, fruto de mi aprendizaje poético, el cual está expresamente dedicado a él, en cuerpo y alma vivificantes.
En vida, hermanos, en vida. Desaprendamos costumbres insinceras o esa manía de elogiar al muerto que en vida no recibió ningún afecto, al menos de forma pública.
LOS INGRATOS QUEDAN SIEMPRE LEJOS
Bien nos lo enseña el Rabí. También Juan Antonio Monroy se habrá preguntado en innúmeras ocasiones “¿Dónde están los otros?”. Claro que se sobreentiende que todo se hace por Cristo. Es evidente, hermanitos, pero no simulemos que no lacera el corazón cuando los ingratos arremeten contra el que les tendió la mano. Si hasta Pablo se lamenta de ello y advierte de las conductas de ciertos personajes…
Pero basta que uno, extranjero y leproso, venga a nuestro lado, para seguir con la misión de demostrar que el Amor de Cristo todo lo puede.
Aquí rescato otro poemita, dedicado a Monroy el año 2010.
¿DÓNDE ESTÁN LOS OTROS?
Para Juan Antonio Monroy
Me hablabas en futuro
porque sabías
lo que pasaría en realidad.
La gratitud
de los labios suele
mermar deprisa
y las loas o súplicas
dejan paso a las
ingratitudes.
Como pocos son
los que vuelven atrás,
mañana
tampoco vendrán a ti
los nueve que faltan.
Yo soy
quien ahora repite
el acto agradecido
del leproso extranjero.
DEJARNOS DE LUTOS PLAÑIDEROS
Somos el pueblo de la Vida, y es en vida cuando debemos expresar nuestros reconocimientos a los hermanos que han dejado huella, que están dedicando hasta el último suspiro en pro del genuino Evangelio.
Veamos si más pronto que tarde empezamos a dejar nuestro testimonio sobre quienes sabemos que se han entregado por completo a la obra del Señor. Claro que hay excepciones a esta mala costumbre; claro que hay algún hermano que lo hace desde tiempo atrás: pero no es la regla y sí el silencio, y sí la displicencia o el gesto circunspecto teñido por la envidia.
En vida, hermano, en vida…
Aquí un tercer poema que he dedicado a Juan Antonio Monroy, un cristiano al que no he agradecido lo suficiente. Pero estoy a tiempo. Luego de seguro que lo encontraré por la boda de Caná, abrazando al Amado galileo y celebrando con el vino de la primera señal.
UN MESÍAS Y EL AMOR APARECIÓ DELANTE
Hemos hallado al Mesías, que quiere decir el Cristo (Jn. 1, 41)
Se nos desvanecerá la muerte
porque al verla
Tú le harás olvidar su cumpleaños
y esos disfraces
que mansamente retira nuestra historia;
oh Galileo que amorosamente
lo revolucionas todo,
tu cuerpo redivivo avanza del destierro
para que los indóciles
dejen de estar lanzando piedras.
Se les irá el rencor y el pedestal
donde están como ofendidos,
y el desencanto a diestra y siniestra…
No hay orfandad de ti,
Mesías que remojas nuestro corazón
con el vino alado que bebió la
tórtola.
Por Ti nos hacemos fuertes
amando a quienes arañan torpemente,
amando hasta tres metros bajo tierra…
Tus pies divinos
llegan cojeando por nosotros,
mientras los cables de alta tensión
de tus parábolas
nos descubren que el futuro va pasando.
Aquí es allá.
(Para Juan Antonio Monroy)
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