No podemos permitirnos una reproducción histórica de la España negra y cainita que ha generado continuas contiendas fratricidas.
Soy un pastor protestante barcelonés. He nacido en el Raval justo entre la calle Hospital y las Ramblas, muy cerca del lugar donde se estrelló la furgoneta asesina del atentado terrorista de este pasado mes de agosto. Mis padres y algunos de mis hermanos son “els altres catalans” procedentes de Murcia y arraigados en Barcelona desde los años 50. Soy hijo de padre republicano, exiliado durante casi diez años en el sur de Francia por estar amenazado de muerte por el régimen franquista. En un viaje fugaz desde el país galo, después de recoger a mi madre y hermanos en Alcantarilla (Murcia), mis padres se trasladaron en dirección a Nimes en el sur de Francia, realizando una inesperada parada y fonda en la ciudad condal; pero por los soberanos designios del Altísimo y de forma imprevisible, mis padres decidieron quedarse en esta bella localidad mediterránea, cambiando sus planes por completo. Aquí es donde precisamente nací yo y también dos de mis siete hermanos. Amo esta ciudad y al meu petit pais y a su encantadora gente con sus particulares singularidades, también amo a la buena gente de la España de mis ancestros y me siento tanto de aquí como de allá. Sin embargo, ahora mismo me encuentro enormemente preocupado por la creciente escalada de tensión social que se está produciendo en estos últimos tiempos en Cataluña (y entre catalanes) con el actual gobierno español, sometiéndonos a todos los ciudadanos a un estrés sociopolítico cada día más vertiginoso e inquietante.
Por razones de espacio y tiempo no puedo explicar todos mis argumentos sobre la actual crisis institucional que estamos viviendo en Cataluña, pero lo que más me importa en estos momentos es que se produzca cuanto antes un necesario y urgente diálogo entre las dos partes contendientes. Es cierto que el Partido Popular ha manejado muy mal este conflicto desde el punto de vista político, consiguiendo que se empeorase la situación; pero también es real que el “govern” de Cataluña ha llevado las cosas al extremo, decidiendo unilateralmente que se produzca el tan temido choque de trenes para conseguir a toda costa su aspiración soberanista.
No pretendo entrar a discutir quien tiene mayores y mejores razones que el otro, pero sí tengo que decir que ambas partes tienen sus razones y sus sinrazones, y esta situación ha llegado a un punto que se tiene que resolver mediante un diálogo honesto y sereno, sin descalificaciones previas, para que no se produzca un indeseado desenlace. Como ciudadano preocupado por el bienestar de unos y de otros exijo a ambas partes que “se sienten a dialogar” todo el tiempo que haga falta y más, porque no podemos permitirnos una nueva reproducción histórica de la España negra y cainita que ha generado continuas contiendas fratricidas. Probablemente harán falta mediadores imparciales, sabios y también audaces para bregar con estos dos rinocerontes políticos que son mutuamente intransigentes; y que Dios y el buen criterio nos asistan y lleguen a ceder ambas partes para poder alcanzar acuerdos, aunque sea de mínimos, y por esa estrecha senda poder seguir avanzando hacia una pronta reforma de nuestra Constitución y la creación federal de un nuevo marco territorial. Todo es posible si dialogamos hasta el infinito si hace falta, porque si no somos capaces de resolver pacíficamente nuestros conflictos y diferencias actuales, nuestros hijos y nuestros nietos generacionales nos maldecirán, que no nos quede la menor duda.
Permítanme finalmente una benigna declaración bíblica para nuestra ciudad y para nuestro país: “Procurad la paz en la ciudad en la cual vivís y rogad por ella a Dios; porque en su paz tendréis vosotros paz.” (Jeremías 29:7). Esta es parte de la vocación conciliatoria y pacificadora de las más de ochocientas iglesias evangélicas de Cataluña, porque más allá de nuestras diversas simpatías políticas, en ellas nos encontramos miles de hombres y mujeres de todos los trasfondos sociales y culturales que nos consideramos sinceramente y por encima de todo gent de pau.
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