Sin ley no se puede vivir, porque es lo que regula la convivencia humana y también el equilibrio individual de cada cual.
La palabra ley no es la más encantadora que se pueda imaginar, dado que nos lleva al terreno de la obligación y de la norma, lo cual supone una imposición que, por definición, la naturaleza humana tiende a rehuir. Nos gusta más todo lo que tenga que ver con deseo, antojo y agrado. Además es una palabra que está asociada con sanción y castigo, que es lo último que cualquiera quiere oír. Ley, por tanto, es algo demasiado grave, demasiado serio, para que se le tenga ni siquiera un poco de afecto. Mucho menos en los tiempos actuales, donde libertad y derechos sí son palabras favoritas que tienen gancho para seducirnos, porque soplan a nuestro favor.
Y sin embargo, sin ley no se puede vivir, porque es lo que regula la convivencia humana y también el equilibrio individual de cada cual. Así que la ley es una dama que carece de atractivo externo, pero que tiene un inmenso valor interno.
Pero como tiene esa componente desagradable es por lo que tratamos de vulnerarla de diversas maneras, para evitar que su rigurosidad nos afecte, habiendo dos formas principales de hacerlo. Una tiene que ver con la letra de la ley; la otra tiene que ver con el espíritu de la ley.
La vulneración de la letra de la ley es la forma más elemental de quebrantar la norma. No hace falta que nadie nos la enseñe, porque desde nuestra más tierna infancia ya sabemos, por sentido innato, cómo hacerlo. Si los padres mandan algo, el niño, antes de que pueda haber aprendido el mal ejemplo en otros, desobedece abiertamente los términos del mandato. Lo entiende perfectamente, pero actúa en contra de lo que se le manda. La letra, expresión externa de la ley, está ahí, pero es rechazada, con lo cual se está rechazando la propia ley. Es una vulneración abierta, patente.
La segunda manera de vulnerar la ley tiene que ver no con su letra sino con el espíritu de la misma. Es cuando se entiende perfectamente el mensaje que transmite la letra, pero al no estar dispuesto a sujetarse a ella y al mismo tiempo querer dar la impresión de que nada se está quebrantando, se buscan rendijas y resquicios por todos los medios para eludir su cumplimiento. Aparentemente parece que se quiere ser fiel a la ley, pero en realidad lo que se pretende es violentarla, no abiertamente, como en el caso de la letra, sino subrepticia y astutamente, tergiversando el espíritu que sustenta la letra. Se retuerce el sentido de las palabras, se procura darle nuevos significados a las mismas y se descubren huecos o lagunas que permiten que la vulneración sea legal. Se trata de aprovecharse, por todos los medios, de la imposibilidad que tienen las palabras, incluso las más precisas, para definir perfectamente la intención de la ley.
De las dos maneras de vulnerar la ley es evidente que la segunda requiere una tarea más minuciosa, más elaborada, porque es más sutil. La vulneración de la letra de la ley no precisa demasiado razonamiento; sólo hace falta mala voluntad. Pero para la vulneración del espíritu de la ley, además de mala voluntad hace falta mala inteligencia, para darle la vuelta a las cosas.
El caso es que en España estamos asistiendo en los últimos años a la vulneración de la ley de las dos maneras citadas, por parte de los representantes del pueblo, esto es, de parlamentos. En un parlamento, el catalán, se ha vulnerado la letra de la ley de manera fehaciente, sin necesidad de echar mano a argucias legales. El propio reglamento interno del parlamento, en su letra, ha sido vulnerado a fin de vulnerar otra ley, la Constitución, a fin de independizarse de España. En otro parlamento, el español, hace unos pocos años se vulneró también la Constitución, pero no en la letra sino en el espíritu, cuando se modificó el ordenamiento jurídico sobre el matrimonio. Aunque la letra de que ‘el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica’ quedó intacta, su espíritu fue vulnerado, al introducir en su interpretación un componente espurio, aprovechando la laguna que ofrecía la definición en sus palabras. De esta manera se aprobó, y refrendó posteriormente por parte judicial, el “matrimonio” entre personas del mismo sexo.
Como en democracia los parlamentos son la representación de sus votantes, hay que concluir que las vulneraciones de la ley en el parlamento de Cataluña y en el parlamento español reflejan la voluntad de quienes les votaron. Y es que, en última instancia, el agente ejecutor de la vulneración de la ley no es tal o cual institución sino el corazón humano.
Un corazón que además de las leyes humanas vulnera las divinas, como ya se denunció hace 2.700 años, al citarse las dos maneras en que vulnera lo que Dios ha establecido: ‘Traspasaron las leyes, falsearon el derecho.’ (Isaías 24:5).
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