Para y piensa. Reflexiona sobre lo que es importante en tu vida.
Derrick Coleman fue elegido número uno del draft de la NBA de 1990. Poco tiempo más tarde ya era el jugador del año en los New Jersey Nets, su equipo, pero algunos problemas con diferentes sustancias prohibidas hicieron que terminara su carrera mucho antes de lo normal. En la revista Sports Illustrated se escribió de él: «Pudo ser el mejor power forward de todos los tiempos, pero solo jugó para recibir la nómina». Años después, algunos de sus negocios dieron en quiebra, y Derrick anunció una subasta de objetos personales para poder sacar dinero.
No me canso de repetirlo: llegar a la cima y tenerlo todo no significa ser el rey del mundo. Ni tampoco es un seguro de vida para que puedas disfrutar siempre y hacer lo que quieras. El poder y las posesiones que tenemos no nos hacen mejores, ni nos ayudan a vivir mejor.
Uno de los versículos escritos por Nahúm hace más de dos mil años me llamó la atención siempre, porque parece como si el profeta estuviese viendo cualquiera de las avenidas de nuestras modernas ciudades de hoy en día: «Por las calles corren furiosos los carros, se precipitan por las plazas, su aspecto es semejante a antorchas, como relámpagos se lanzan» (Nahúm 2:4). Léelo otra vez. ¿No te parece ver como en un espejo los coches de hoy y la vida acelerada que vivimos?
Queremos conseguir lo máximo posible en el menor tiempo posible. Corremos de un lado a otro subidos en carros con sus luces encendidas, que parecen relámpagos, para llegar a tiempo en nuestra próxima reunión, la siguiente cita, el próximo espectáculo… Vivimos una vida desenfrenada (¿has pensado alguna vez lo que significa esa palabra?) para ganar un poco más de lo que estamos ganando ahora. Queremos llegar a la cima de cualquier manera y a cualquier precio, sin darnos cuenta de lo que estamos perdiendo. Sin reconocer que tener más no significa nada.
Si seguimos por ese camino, nuestro futuro es peor de lo que pensamos. Cada día corremos más. Cada hora estamos más desesperados, porque sabemos que podemos conseguir un poco más si no perdemos el tiempo. Cada instante de nuestra existencia estamos más lejos de lo que realmente es importante, porque, en primer lugar, cuanto más rápido vamos, ¡más rápido pasa todo! Y en segundo lugar, si no tenemos tiempo para lo que es importante, nos estamos alejando lo más rápidamente posible de Dios.
Quizá ahora tenemos más posibilidades de hacer ciertas cosas. Puede que vivamos más cómodos y hasta más seguros. Pero si hablamos en términos de disfrutar en la vida y saber en qué dirección estamos yendo, hay que reconocer que nuestro mundo no va hacia algo mejor, sino hacia lo peor.
Para y piensa. Reflexiona sobre lo que es importante en tu vida. Deja de correr para llegar más rápido a ningún lugar. Deja de amontonar posesiones y dinero, poder y satisfacción personal; deja de engañarte a ti mismo. Puede que creas que todos te admiran, pero tú sabes que realmente solo te engañas a ti mismo. Los que admiran ese tipo de vida muy pronto llegan a odiarla cuando se ven en la misma insatisfacción.
Todo es diferente cuando Dios te enseña a disfrutar de lo que estás haciendo.
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