Para el nuevo Premio Príncipe de Asturias, “ser progresista no es defender a rajatabla el grupo al que uno pertenece sino vindicar como propias las causas singulares de quienes en principio no son como nosotros”. Esa capacidad de ponerse en el lugar del otro es lo que hace a Antonio Muñoz Molina alguien tan especial en un país lleno de fanáticos como éste.
En una conversación que tuvimos, me firmó su última novela, “La noche de los tiempos”. En la dedicatoria dice que “compartimos el amor por la libertad de expresión y la Biblia”.
Para el médico de Mágina –que es el trasunto de Úbeda, la localidad de Jaén donde nació el escritor en 1951–, Don Mercurio, “leer la Biblia en privado y en el propio idioma, sin la mediación policial del clero, es uno de los actos que establecen la modernidad de la conciencia europea”. Dice el personaje de “El Jinete Polaco”, que “el libre examen es la base de la libertad del pensamiento, y hasta del modo cotidiano y solidario en el que ahora leemos cualquier libro”.
Para el más joven Premio Príncipe de Asturias de las Letras, “la literatura no es lo más importante de la vida, ni mucho menos basta para darle sentido”. A Muñoz Molina, “no le atrae mucho la literatura que se vuelca sobre si misma, que tiene al escritor y a la escritura como foco principal de atención”. Por eso, aunque al principio pensó en Pedro Salinas como el protagonista de “La noche de los tiempos –para hablar de Madrid antes de la guerra civil, la aventura del exilio americano y su amor secreto por Katherine Whitmore–, luego se le ocurrió que el personaje principal podría ser el arquitecto de la Complutense.
Leo a Muñoz Molina desde los años ochenta, que publicó libros tan maravillosos como “El invierno en Lisboa” o “Beltenebros”, pero nunca he disfrutado tanto de su lectura como en esta última novela. No quería que acabara nunca. La terminé una noche, cruzando el Atlántico –donde el autor ha vivido con un pie en cada lado, estos últimos años–. Esta emocionante historia de amor transcurre, de hecho, entre dos ciudades para las que yo también tengo especial afecto, Madrid y Nueva York.
LA NOCHE DE LOS TIEMPOS
Leí el libro en la preciosa edición que ha hecho el Círculo de Lectores. La conseguí por medio de mi amigo Pedro Pérez –cuya casa se ha convertido en una especie de segundo hogar para mí, en Barcelona–. Este ejemplar tiene mucho valor para mí, no sólo porque está firmada por el autor, sino porque lo hizo con fecha del 2008, ¡cuando no había publicado el libro todavía! Creo que no fue un despiste. Es el año en que lo acabó de escribir. Aunque me lo dedicó en 2012.
Es una novela río de casi mil páginas. Se le ocurrió contemplando el bosque que se ve desde el tren, a orillas del río Hudson, cuando iba a dar unas clases en Bard College. La extraña placidez de aquellos árboles, camino de esa pequeña estación, dos horas al norte de Nueva York, pensó que se podía ver quebrada por algo inesperado e imprevisto, como el desgarro de una guerra civil, que muestra la locura de la condición humana.
El protagonista de “La noche de los tiempos” es una persona templada y pacífica, como el escritor. Ignacio Abel es un arquitecto formado en la escuela alemana de la Bauhaus, que llega un día a finales de 1936 a la estación de Pennsylvania, tras dejar a su esposa y a sus hijos en un país a los albores de la guerra civil. Es un hombre de humildes orígenes, que ha ascendido socialmente por su matrimonio, pero se ha enamorado apasionadamente de una chica americana, Judith Biely.
La prosa clara y limpia de Muñoz Molina describe atmósferas y recuerdos, impresiones y sentimientos, más que acciones, hechos o circunstancias. Realidad y ficción se entrelazan, mezclando la Historia con el desgarro de los personajes.
Es una novela “total”, que engloba y desarrolla los conflictos de la España de los años treinta del pasado siglo, junto a las vicisitudes de un individuo en busca del amor de su vida.
EL OFICIO DE ESCRIBIR
El escritor dedicó su discurso en Asturias al oficio de escribir. Su padre trabajaba en una huerta y vendía hortalizas en el mercado de abastos, mientras su madre hacía lo que entonces se llamaba “sus labores”. A los dos les costaba escribir y leían murmurando las palabras. De niños, tuvieron que dejar la escuela por la guerra civil, aunque siguieron cursos de formación de adultos en los primeros años de la democracia. Eran muy jóvenes, cuando tuvieron a su hijo en la buhardilla que alquilaron al casarse.
Muñoz Molina estudió con los jesuitas y los salesianos. Le gustaban los tebeos, los seriales de radio y los programas de discos dedicados. En vacaciones iba casi todas las noches a un cine de verano. Empezó a leer a Julio Verne –la novela que ha leído más veces en su vida es “La isla misteriosa”–, a Mark Twain, Stevenson, Dumas y Agatha Christie. Luego, a Cervantes, Bécquer y García Lorca. Pasó de las canciones de Lola Flores, Juanito Valderrama y Antonio Molina, al pop anglosajón de los Beatles o Simon y Garfunkel.
Tras hacer el bachillerato superior en un instituto, entró en la Facultad para estudiar Periodismo. Era una época de agitación política y es detenido en Madrid en una manifestación por el fusilamiento de Salvador Puig Antich. Quería escribir teatro, pero tiene que volver a Úbeda, porque la beca no le da apenas para comer. Hace Geografía e Historia en Granada, cuando está a punto de entrar en el Partido Comunista, pero el miedo, dice que se lo impidió. Se especializa en Historia del Arte y comienza a escribir sus primeros cuentos, artículos y novelas, durante los años ochenta. Se casó y tuvo dos hijos en Granada.
En los años noventa conoce en una entrevista a Elvira Lindo, que trabajaba en la radio y tenía un hijo de soltera. Tras dar un año clase en la Universidad norteamericana de Virginia, se casa con ella. Desde comienzos del nuevo milenio están entre Madrid y Nueva York, donde Muñoz Molina enseña en la Universidad y dirige un tiempo el Instituto Cervantes. Dice que su vida cambió a partir de vivir en el extranjero. Recomienda por eso a cualquier famoso irse por un tiempo a un lugar donde nadie le conozca. Se le acabarán las tonterías de repente.
LA BIBLIA DEL OSO
Muñoz Molina es un hombre humilde, que resulta accesible y entrañable. He tenido la oportunidad de conocerle el año pasado y ha escrito incluso sobre mí. Para él, yo soy ese “teólogo protestante, que tiene aire de cualquier cosa menos de teólogo”. Me describe como “bastante alto, rápido y cordial”. Dice que me presento “naturalmente como teólogo”, pero “con mucha educación”. Y le asombra que venga de “una de esas familias que tenía que vivir medio clandestinamente su fe en la brutal España católica de la dictadura”.
Es cierto que mi padre era pastor y le metieron alguna vez en la cárcel, pero no por cualquier motivo, ni le solían dar palizas –como él dice–.
Aunque lo que a él más le impresiona, es que “en casa se leía la Biblia, maravillosamente traducida al castellano por Cipriano de Valera y Casiodoro de Reina a finales del siglo XVI, que estaba prohibida en España”. Ya que para el autor de “Pura alegría”, la Biblia tiene “una íntima relevancia personal”.
Don Mercurio explica en “El Jinete Polaco” que “por nuestra feroz tradición católica y contrarreformista, los españoles no nos hemos educado leyendo la Biblia y cuando esta empezó a difundirse de verdad en España, cuando se puso de moda entre las familias de clase media tener una Biblia con tapas repujadas en el comedor, la traducción que se publicaba estaba escrita en un castellano sin color ni sabor, sin ninguna belleza y con grandes dosis de pudibundez… pero existía una Biblia en español desde el último tercio del siglo XVI”.
El personaje de Muñoz Molina se refiere a la llamada Biblia del Oso, que describe como “en un español que tiene toda la furia y toda la poesía del español de La Celestina, toda la abundancia selvática del idioma en que están escritas las Crónicas de Indias, el descaro del Lazarillo, la solemnidad terrible de la gran arquitectura y de la música religiosa de entonces”. Es “la traducción de la Biblia de Casiodoro de Reina, completada por Cipriano de Valera y publicada en Amberes en 1576”. Aparece “en el destierro, por un fraile hereje, y es leída clandestinamente a lo largo de los siglos por los protestantes españoles, pero inaccesible para casi todos”.
Es paradójico que cuando tantos evangélicos españoles y latinoamericanos empiezan a usar nuevas traducciones, hombres como él descubren la Reina Valera. A veces me encuentro a algún protestante conservador en Inglaterra, que me pregunta si uso la versión del Rey Jaime. Yo siempre les contesto con orgullo que mi traducción es anterior a la suya.
La Reina Valera no tiene nada que envidiar a la mal llamada Versión Autorizada inglesa, o a la alemana de Lutero.
Es la Biblia del Siglo de Oro, un monumento a nuestra lengua, al que no debemos nunca renunciar. Yo soy el primero en utilizar diferentes versiones de la Biblia –incluso cuando predico–, pero la Biblia que comparto con alguien como Muñoz Molina, será siempre la Reina Valera.
Si no la ha leído, ¡búsquela! Le aseguro que no le dejará indiferente…
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