Hay gente buena que, al margen de ser prestigiosos profesionales, irradian fraternidad por doquier, sin importantes la relevancia o el cargo de la persona que se tiene enfrente.
Un día de principios de octubre de 2005 recibí la llamada de
Daniel Morzinski, uno de los fotógrafos que más admiro por su genuino entrañamiento con sus hermanos escritores. Sépase, antes de continuar, que la Patria de Daniel no es Argentina o Francia, sino el País de las Buenas Letras, esencialmente del Gran continente del idioma castellano, aquende y allende la vieja Europa o el nuevo Mundo.
En cada encuentro literario de importancia es posible encontrar a este magnífico recreador, destilando empatías para que el poeta o narrador elegido, acepte ir desnudándose de poses e imposturas consuetudinarias, y se someta al dictado lleno de terneza que él estima apropiado para captar lo más relevante del retratado. Para ello antes se ha leído las novelas, cuentos, poemas o ensayos del ciudadano que quiere incorporar a su país de las Buenas Letras.
Sépase que Daniel es buen artista y una excelente persona (tan difícil de encontrar, antes, ahora y siempre), aunque también resulta exigente hasta en los más mínimos detalles. Y tal meticulosidad es de agradecer cuando lo que ofrece no sólo es una excelente imagen final, sino también una perdurable amistad que no se acaba ni con el paso del tiempo o por la acción del fuego.
La llamada la hacía desde Salamanca. Y es que estaba por aquí, en el salón de exposiciones “La Salina”, de la Diputación Provincial, instalado una muestra de retratos titulada “Las dos orillas”, motivada por la Cumbre Iberoamericana de Presidentes y Jefes de Estado que se celebraba por esos días en Salamanca. “Quisiera verte en la inauguración, querido Alfredo”, dijo. Y allí me presenté, sin saber que me había preparado una especie de ‘encerrona’, producto de su heterodoxa forma de ser: Nada más entrar, y entre las fotos de Miguel Delibes y Jorge Sábato, se encontraba la foto mía, hecha el 2002 en la Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca. Atiné a decirle que se había equivocado, que yo no merecía tal lugar… Esbozó una leve sonrisa, no dijo nada y siguió atendiendo a los invitados.
Y recordé bellos gestos de humildad suyosen 2002 mientras preparaba un libro con retratos de escritores salmantinos por encargo del Consorcio de la Capitalidad Cultural Europea. Como cuando visitamos al poeta Félix Grande García en una residencia de ancianos distante a diez kilómetros de la ciudad. Le conté de la difícil vida que había tenido el poeta de Escurial de la Sierra, de su interesante obra, de su forma de ser… Y allí fuimos, y allí dedicó largas horas a hacer un tiernísimo reportaje fotográfico que, estoy seguro, no habría hecho a alguna otra personalidad a pesar de una generosa compensación económica. También recuerdo cuando retrató al sabio Alfonso Ortega Carmona haciendo de peluquero, en vez de Luis Monzón, magnífico fotógrafo fuera de sus horas de cortar pelos y barbas. A quien debía fotografiar era solo al catedrático de Griego en la Universidad Pontificia, pero sabiendo de la estrecha amistad entre ambos, además de la calidad del trabajo fotográfico de Monzón, hizo una magnífica composición con los dos personajes.
Otro momento entrañable fue cuando le pedí que fotografiara a un grupo amigos pintores, entre los que estaban Miguel Elías, Gasco y Salud Parada
Morollón, para que así pudieran promocionaran su trabajo. A pesar de lo recargado de su agenda, se dio el tiempo para buscar un escenario apropiado para tal encargo producto de la amistad. Y fueron a la otra orilla del Río Tormes, entre un bosque de troncos pintados por el vasco Ibarrola.
Comento estas anécdotas porque hace unas semanas algún empleado del periódico Le Monde (en la capital francesa) vació la oficina que ocupaba junto al corresponsal de El País, llevó al sótano unos dos mil rollos de películas con retratos de cientos de escritores relevantes (Cortázar, Borges, Sábato, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Severo Sarduy, Juarroz, Benedetti, Gelman, Soriano, Paz, Cela, Piglia, Saer, Cabrera Infante, Bryce Echenique, Plinio Apuleyo Mendoza, Bioy Casares, Bareiro Saguier, Nélida Piñón, Sergio Ramírez, Donoso, Mutis, Roa Bastos, Jesús Díaz, Jorge Amado…), los puso en un contenedor y, finalmente, los quemó.
Me indigna este trato al heterodoxo Daniel Mordzinski. Sepan que el fuego quizá acabó con gran parte del trabajo de tres décadas que no había podido digitalizar hasta ahora, pero nunca podrá acabar con el retrato que todos los escritores amigos tenemos de él, empezando por el que le hizo en Estocolmo mi paisano Mario Vargas Llosa, justo antes de recibir el Premio Nobel, una prueba más del inmenso afecto que sentimos por el pelirrojo comendador del País de la Buenas Letras.
Sigue siendo hereje (es decir heterodoxo contra malas prácticas establecidas), querido Daniel. Sigue enseñando esa generosidad que trasciende fronteras y recala en los corazones. Tu ejemplo lo cito a menudo para opacar cualquier envanecimiento, sea propio o ajeno.
Que mi Amado galileo te ampare en todas tus travesías.
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