Puesto que Jesús decía: “Si no os hacéis como niños...”, aquí conviene recordar lo que Miguel de Unamuno escribiera, desde Salamanca y en una carta dirigida a Rubén Darío, destacado poeta nicaragüense: “Yo he creído siempre que el poeta es quien conserva eterna niñez –no sólo ya juventud– en su espíritu. Desconfío de los hombres que no llevan a flor de alma los recuerdos de su infancia…Usted, un poeta, y como tal un niño grande, va a la tierra de su niñez, y yo espero de este viaje un nuevo manantial de inspiración”
(10-11-1907).
“Si no os hacéis como niños...”. De eso depende, del asombro y del respeto profundo sobre el misterio de Dios, para poder anunciar el Reino, para poder entrar en él. Hemos querido olvidar ese deseo expreso de Jesús y prácticamente lo hemos legalizado todo, con un lenguaje dogmático que genera repetidores a mansalva, que no escudriñadores
, que no vivificadores del poderoso mensaje del Hijo, de Aquél que hizo decir a Juan: “Jamás nadie habló así”. No desdeño lo repetitivo como método pedagógico, pero la nueva evangelización debe ser original. Quiero decir, debe volver a los orígenes, y orientar (a esos niños que serán mayores y a esos mayores que se vuelven como niños) tal y como hablaba Jesús:
en parábolas o con un lenguaje impregnado de Poesía.
Hacer pensar, dejar abiertas las posibilidades de resolución, ir por el diálogo hacia la verdad…, eso son las Parábolas
. Al niño, desde temprano, debe hacérsele sentir la emoción y la proyección poética de las palabras: el niño confía en el poder de sugerencia de las mismas, se proyecta con ellas, supera angustias, espera milagros, trasciende ideas fijas. El niño y el poeta comprenden la absoluta potencialidad recreadora de las palabras, aquella que crea puentes para salvar el manido lenguaje rutinario y su significación más plana.
Los cristianos pareciéramos tener temor a pronunciar la palabra “Poesía”. Es inexplicable, pues desde Génesis a Apocalipsis la Biblia traslada, en lenguaje poético, buena parte de la voluntad de Dios y los avatares que pasaron sus hijos. Y no me refiero solo a los Salmos y demás libros poéticos-proféticos-sapienciales. También en la parte histórica o en los Evangelios hay pasajes escritos con esa temperatura del lenguaje perdurable, que permite innúmeras exégesis, duración definitiva. La poesía es el lenguaje fundamental, el que viene desde el principio de los tiempos, aquel donde podemos oír la voz más profunda.
La existencia no puede concebirse si el Dios-Padre no es Poeta, si el Dios-Niño no es Poesía, Verbo carnalizado, el acto poético más perfecto de toda su Creación, la gran Belleza. Nosotros solo somos versos, mejores o peores, Vida que se hace palabra en nosotros. Jesúspresentó su Palabra de Reino haciendo uso de la poesía en sus parábolas, las cuales no son un mero atavío del Cuerpo, sino la piel del mismo. No son algo complementario sino Savia de Él mismo, Poesía hecha carne, Asombro ante una Vida que llena todo nuestro ser. Que los niños asuman, interpreten y culminen esas parábolas dichas por Jesús. Así es el descubrimiento del Reino: un tesoro que se evalúa mejor en el corazón de los niños, alejados de todo cálculo.
La hermenéutica ha intentado múltiples métodos para interpretar las parábolas, pero ninguno agota su lectura, ninguno lo roza de lleno. Y es que Jesús resulta la parábola de Dios, su mejor Hechura, Poesía de cuyas semillas (parábolas) germinan la apertura de los sentidos y nuestra reverencia maravillada.
Las parábolas son unos magníficos relatos poéticos y resultan alimento sapientísimo para los niños. Por eso debe habarse de sus verdades abiertas, de sus escasas alegorías para evitar el uso equivocado por quienes sienten amenazado su pensamiento historicista, teológico o filosófico. Los niños -y los mayores que se vuelven como niños- entienden las parábolas como unas sendas que allanan la marcha hacia otra realidad, plena de Amor y de Esperanza, de esa cercanía que Jesús imprimió a sus actos, en la calle, en el campo, compartiendo, dejando participar a los oyentes, haciéndoles agentes del cambio, portavoces de la Buena Nueva.
Termino esta introducción con unos versos del lusitano Fernando Pessoa, un poeta que era no creyente, y por lo general algo hermético en su escritura, y que sin embargo se vuelve tierno a la hora de hablar de los niños, y honesto a la hora de reconocer al Jesús que hablaba en Parábolas: “Grande es la poesía, la bondad y las danzas.../ Pero lo mejor del mundo son los niños,/ Flores, música, la luna y el sol que peca/ Sólo cuando, en vez de crear, seca.// Más que esto/ Es Jesucristo,/ Que no sabía nada de finanzas,/ Ni consta que tuviera biblioteca...”.
(Introducción -fragmento- de la Conferencia de inauguración del Encuentro Anual de Godly Play España, dirigida por David Pritchard. Colegio Mayor Fonseca de la Universidad de Salamanca, 2 de marzo).
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