Hace medio siglo, C. S. Lewis (1898-1963) defendió el carácter sobrenatural del cristianismo en un medio en que ya no era social, ni intelectualmente aceptable. La filosofía que dominaba entonces en Oxford era una especie de idealismo, totalmente opuesto a la fe cristiana, incluso dentro de la misma teología. Según recuerda Chesterton en su Autobiografía, “de toda la confusión de herejías inconsistentes e incompatibles, la única herejía imperdonable era la ortodoxia”.
¿Cómo pudo este “hereje” publicar en las editoriales más prestigiosas y ser continuamente invitado a dar charlas, incluso en la BBC? La explicación está posiblemente en su lenguaje. En Lewis se une la razón con la imaginación. Lo que explica quizás, por qué apela tanto al lector moderno, como al postmoderno –según observa Alister McGrath en su último libro–,
Obras como
Cristianismo esencial o
El problema del dolor iban dirigidas a un público amplio. Por lo que se esforzaba en evitar cualquier término teológico, citando pocas veces la Escritura. Y aunque su lenguaje es popular, lo último que se puede decir de su pensamiento es que es superficial. Ya que su claridad no está reñida con la profundidad. ¿Cómo presenta entonces Lewis el cristianismo?
CRISTO ES LA RESPUESTA,
PERO ¿CUÁL ES LA PREGUNTA?
Para Lewis era fundamental recobrar el sentido del pecado. Él pensaba por eso que había que dirigirse a la gente decente que está orgullosa de sí misma, porque no robaba ni mataba, para mostrarle su orgullo, avaricia y envidia. Esa fue una de las mayores críticas que le hicieron por sus
Cartas de un diablo a su sobrino, el hecho de que, en un tiempo de guerra y nazismo, no hablara más que de glotonería, egoísmo y orgullo espiritual. Pero en esto Lewis era más sabio que sus críticos...
“No importa lo leves que puedan ser sus faltas, con tal de que su efecto acumulativo sea empujar al hombre lejos de la luz y hacia el interior de la Nada. El asesinato no es mejor que la baraja para lograr ese fin, si la baraja es suficiente para lograr este fin. De hecho, el camino más seguro hacia el infierno es el gradual, la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones”.
Esto es sin duda algo que los cristianos debiéramos aprender de su apologética y todo predicador debiera practicar. Ya que no hace falta buscar el pecado en los titulares de los periódicos, cuando está en tu propio corazón.
Como hacía Francis Schaeffer: si tenía diez minutos para hablar con alguien sobre el Evangelio en un tren, utilizaba ocho para hablarle del problema y sólo dos de la respuesta. ¿Por qué? Porque ¿de qué me sirve saber cuál es la respuesta, si no sé cuál es la pregunta?
EL CRISTIANISMO ES SOBRENATURAL,
O NO ES NADA
Una de las críticas más demoledoras que encontramos en sus ensayos es la que hace al racionalismo teológico. Su respuesta a la crítica bíblica alemana es que intenta desmitificar el contenido de los Evangelios, sin saber siquiera lo que es un mito. Por ello ataca a Bultmann en su propio terreno: la crítica literaria: “Si me dice que algo de un Evangelio es una leyenda o un romance, quiero saber cuántos leyendas y romances ha leído, cómo de bien ha sido formado su paladar para detectarlas por el sabor: no cuántos años se ha pasado con este Evangelio.”
Según Lewis, estos críticos quieren que creamos lo que ellos pueden leer entre líneas, cuando son incapaces siquiera de leer lo que dicen las líneas. Intentar predicar un cristianismo que niega los milagros, produce religiosos o ateos, pero nunca cristianos. Particularmente sutil es por eso la sátira que hace del protestante liberal que va camino del Infierno en el autobús de
El gran divorcio. Ya que en esta historia, llena de inteligentes imágenes y fina ironía, hay un pastor que va allí a dar una conferencia ¡sobre cómo hubiera evolucionado la teología de Jesús, si hubiera vivido más tiempo!
Es por eso importante entender, como dice Lewis en su discurso inaugural, al ser hecho profesor de Cambridge, que “un hombre post-cristiano no es un pagano”. Eso sería “como pensar que una mujer casada recobra su virginidad al divorciarse”. Él entendió que el mundo post-cristiano no es simplemente una vuelta al paganismo. Si desconoce el auténtico sentido de pecado, verdad o Dios, no es por ignorancia, sino todo lo contrario…
EL PESO DE LA GLORIA
La actualidad de Lewis no reside, sin embargo, en su capacidad profética para darnos las claves de lo que luego va a ser la post-modernidad, sino en su apelación a las realidades eternas. Otro famoso converso del siglo pasado, el periodista inglés Malcom Muggeridge, dijo: “La Madre Teresa nunca lee un periódico, nunca ve la televisión y nunca escucha la radio; por eso tiene bastante idea de lo que pasa en este mundo”…
Lewis tenía fama de no leer nunca un periódico. Sin embargo, sabía muy bien lo que pasaba en el mundo, porque conocía su corazón. Mientras los medios de comunicación de masas se concentran en lo efímero y transitorio, nosotros deberíamos poner la mira en las realidades eternas. Lewis entendió que es así como los individuos y las sociedades se alejan de Dios. ¡No perdamos de vista por eso “el peso de la gloria”!
Obras como
Mero cristianismo han sido instrumentales para la conversión de muchas personas. Hombres como Chuck Colson –el antiguo consejero de Nixon–, dice que tuvo por primera vez convicción de pecado al leer este libro en la cárcel, donde estaba cumpliendo pena por el escándalo
Watergate.
Kenneth Tynan, el promotor del polémico espectáculo de desnudos de los años sesenta
¡Oh, Calcuta!, estudió con Lewis en Oxford y se sintió siempre perseguido por su Dios, aunque nunca llegó a convertirse.
Y pensadores evangélicos como Francis Schaeffer han construido toda su apologética inspirados por la obra de Lewis.
Así que, con las palabras que él mismo escribiera para el funeral de Dorothy Sayers, ¡demos gracias por él, “al Autor que le inventó”!
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