Puede que Mª Elvira Roca gane fama, dinero y prestigio reinando en la mentira. Pero su argumento (sobre Lutero) se construye con basura intelectual.
Este es un artículo de José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, experto en protestantismo y Lutero, en el que responde a un esperpéntico artículo de María Elvira Roca Barea publicado en el diario “El País”. Villacañas no es protestante.
He sentido pena y estupor al leer el trabajo "Martín Lutero: mitos y realidades", que publica María Elvira Roca Barea, autora del libro Imperiofobia y leyenda negra, editado por Siruela, la editorial vinculada al Ducado de Alba.
Inmediatamente he ido a Dialnet para ver si la señora Roca tenía alguna bibliografía propia sobre Lutero. Como suponía, ni una página publicada sobre el doctor alemán. Sin embargo, a pesar de no haber acreditado un saber cualificado sobre Lutero, Roca publica lo que no puede ser si no un montón de prejuicios personales. Siento inquietud ante esta expansión de prejuicios cargada de resentimiento, xenofobia, incomprensión y demagogia, aliñada con carencia de criterio histórico, confusión y oscurantismo.
En efecto, se trata de un trabajo que habría firmado Menéndez Pelayo. ¿Debe ser esa nuestra pauta intelectual para el presente? ¿Tenemos todavía que servir a este tipo de mente, incapaz de mirar la historia de forma rigurosa?
La de Roca es así. Primera regla que viola: si se habla de celebraciones sobre Lutero, ¿qué tal si primero se informa algo acerca de ellas? ¿Cuáles son? ¿Y de cuál en concreto habla Roca? Nadie lo sabe. Se juzga sobre lo ignoto.
Segunda regla: no tomar partido ante el objeto histórico que se analiza. Así se caracteriza la obra de Lutero como «cisma». ¿Fue un cisma? ¿Quién juzga? ¿Desde dónde se juzga? ¿Por qué no llamarlo Reforma?
Tercera regla: reducir su objeto de forma arbitraria. «Mantener el cisma luterano en el orbe de lo religioso enturbia su comprensión», dice Roca. ¿Lutero no forma parte del orbe religioso? ¿No hay nada religioso en Lutero? Vengo de un curso en El Escorial sobre Lutero. Entre los asistentes, un oyente, un viejo agustino, una autoridad sobre san Agustín. Este hombre el primer día dijo: Lutero buscó una iglesia reformada, no una reforma eclesiástica, como hizo Trento. Con sentido histórico y religioso añadió: Lutero es nuestro hermano.
Cuarta regla: no acumular sobre Lutero todo lo que en Alemania pasó de malo tras él. Roca lo hace. ¿Es ecuánime, por ejemplo, atribuir a Lutero el programa de los nazis? Ni aunque lo diga Jaspers. ¿Condenar a un cismático del siglo XVI por lo que hizo un católico austríaco en el siglo XX? ¿Estigmatizar a un pueblo, el alemán, por lo que era un destino ya culminado desde su cisma de la Iglesia Católica? ¿Es este el espíritu europeo que necesitamos?
El artículo es así cercano a la insidia. Lutero se celebra cuando el nacionalismo alemán se enciende, dice. Se celebra el 500 aniversario. Luego el fuego del nacionalismo alemán está a las puertas.
Como un Tsipras, Roca agita el resentimiento del sur: estos hijos de Lutero, los cismáticos que nos han impuesto el euro, mencionan el sur con arrogancia moral, con superioridad, con desprecio. Y por eso el Reino Unido promueve el brexit y Francia se lo piensa. ¿Es esto veraz? ¿Y todo por Lutero?
He participado en un programa oficial del Goethe Institut sobre los 500 años del reformador. El sentido de la encuesta era el siguiente: ¿Qué podemos reformar en Europa o en cualquier realidad cercana? ¿Qué sensibilidad para las reformas se podría promover en tu entorno? ¿Es esto nacionalismo alemán?
La acusación de Roca parece pedir licencia para ejercer el burdo nacionalismo propio. ¿Pero qué tal si por un momento dejamos de engordar los bajos instintos de bendecirnos incondicionalmente y somos capaces de apreciarnos con distancia y comprensión?
«Heroísmo a toro pasado». Así caracteriza Roca a Lutero. Una carta al cardenal de Colonia, y otra al arzobispo de Maguncia, serían mitificadas luego como si fuera un desafío en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Un héroe falso que creó un monstruo falso: el imperio español.
Pero, ¿no fue Lutero valiente hasta la angustia en Worms? Esta necesidad de ofender a la persona de Lutero, ¿de qué miasmas procede? Cuando anuncié en mi Facebook mi curso sobre Lutero, alguien colgó un rosario de insultos personales, como si el pobre exfraile fuera su enemigo personal. ¿De dónde brota este fuego incesante? ¿No debería apagarse un poco tras 500 años? ¿No somos capaces los españoles de una aproximación menos ofensiva al pasado? ¿A eso llega nuestra capacidad de análisis?
Roca nos avisa de que las celebraciones alemanas de Lutero conciernen sobre todo a los españoles y católicos. Por supuesto añade: «Cuando digo católico no quiero decir creyente». ¿Qué quiere decir entonces? Esto: «La fe es irrelevante en este contexto». Ya se ve. Con españoles y católicos quiere decir «españoles». Por eso la fe es para ella por completo irrelevante. ¡Bonita manera de juzgar la Reforma!
Afortunadamente, el lenguaje es transparente. Roca habla a los que «han nacido en un país de cultura católica». Somos españoles, ergo somos católicos. Nuestra fe no importa. Y entonces excita la pasión patria. Ese «relumbrón germánico» ha necesitado siempre alimentar la enemistad sureña, denunciar a los malvados e inmorales latinos. Lutero nos insulta como españoles porque somos «la nación defensora por antonomasia» del catolicismo. ¿Pero qué tipo de argumentación es esa? Se celebran los 500 años para establecer estrategias de distanciamiento respecto de las pasiones que forjaron la historia. No para alentarlas como si todavía estuviéramos allí, en la batalla.
Luego, lo de siempre. Que la libertad luterana fue una revolución antisistema, que Lutero fue un cobarde al no seguir sus propias teorías como Müntzer, que se convirtió en el valedor de los señores feudales, que impidió la unidad alemana y que por Lutero los siervos alemanes lo fueron hasta Bismarck.
Ya se ve. La Reforma no tendría relación alguna con el espíritu urbano. A cambio de su acción, Lutero obtendría un palacio para vivir en un lujo que los agustinos no le habrían permitido. En fin, puede que Roca gane fama, dinero y prestigio reinando en la mentira. Muchos ya hicieron lo mismo antes que ella y otros muchos la seguirán. Pero su argumento se construye con basura intelectual. Por ejemplo, cuando organiza un argumento retórico escuálido. Si Lutero defendió la libertad de interpretación, ¿por qué no aceptó la católica?, nos dice. Olvida que el católico no podía leer la Biblia. A su argumento lo llama Roca la «lógica humana», para diferenciarla de otras planetarias. Para ella, el clero luterano habría condenado todas las interpretaciones excepto la propia. ¡La proliferación de interpretaciones, como sabemos desde Boussuet, sería un efecto del catolicismo! Su conclusión: «Siglo tras siglo, Lutero se ha paseado por la historia, inmune a la verdad, a los hechos y a la lógica». Sobre él, todas las brujas muertas, todos los judíos quemados por Hitler, todos los campesinos destrozados. ¿Se puede hacer historia con este nivel de brutalidad? ¿No está hecho todo esto para sentirnos satisfechos con nuestros conversos quemados, nuestros indios masacrados, nuestros siervos empobrecidos, nuestros moriscos vejados?
¿Qué pasaría si nuestra relación con la historia fuera diferente del tu quoque? ¿Qué pasaría si evitáramos entrar en esta carrera por imputar todos los crímenes de que es capaz el ser humano al cismático Lutero?
Cuando se dice que Alemania celebra a Lutero porque «se siente bien, porque Lutero es el padre del nacionalismo alemán», se descubre claramente el anhelo de Roca: ¿Por qué nosotros no nos sentimos bien y avanzamos hacia un nacionalismo católico, para el que la fe es irrelevante? Ese llamamiento final a italianos y españoles para que superen el complejo de inferioridad frente a la hegemonía alemana, como si ambos hubieran mantenido la misma lucha histórica contra Lutero, es revelador de la ingente ignorancia maquiavélica de Roca.
¿Qué vieja barbarie es esta? ¿No somos capaces de un argumento más refinado sobre Lutero del que podría haber esgrimido el inquisidor general Fernando Valdés hace ahora casi los mismos 500 años?
¿Tenemos necesidad de hacer injusticia a otros para evitar ser justos con nuestra propia y dramática historia?
(Nota de la Redacción: las negrillas son de nuestra edición, el texto es literalmente el original, publicado en el diario de Levante bajo el título “500 años de Lutero”)
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