Nos falta libertad, desenvoltura, y más que nada valentía para expresar lo que creemos y también lo que dudamos.
Sería necesario imprimir kilos y kilos de talonarios de razonamiento y llevarlos con orgullo cual seña de identidad en el monedero, o mejor aún, ir pegándonoslos en la frente para que no se nos olvide usarlos cuando cruzamos el umbral del templo. Así, al estar visibles, nos podríamos recordar unos a otros que pensar es, en justicia, bueno y necesario.
Podríamos anotar en ellos cuánta lógica somos capaces de aportar; registrar el listado de dudas para luego solucionarlas, ya sea en soledad o en compañía; y valorar en negativo la inútil costumbre de dejarnos en el hall de la iglesia el don tan preciado de la inteligencia porque, tristemente, de una u otra manera, por algún u otro motivo, le hemos prohibido la entrada.
A veces caemos en la tentación de que al participar en un estudio bíblico o una predicación hay que dejar fuera del recinto cualquier opinión y atisbo de discernimiento. Unas veces lo hacemos por simpatía, otras porque es la tónica común que practican los demás y la peor es cuando, haciendo caso del abuso de autoridad ejercida por los dirigentes, perdemos la libertad y decidimos no pensar, todo cobijado bajo la insistencia de que allí vamos a escuchar y tragar lo que nos digan, subtitulado como palabra de Dios.
Nos falta libertad, desenvoltura, y más que nada valentía para expresar lo que creemos y también lo que dudamos.
Hay muchos hermanos y hermanas convencidos de tal modo que pensar y razonar es malo que no pueden oír una frase que les suene en contra de lo que ya tienen marcado a fuego en su cerebro, o lo que otros les han marcado a fuego en su cerebro. Se les nota temblorosos, incapaces de terminar la conversación si alguna frase contraria les pulsa el timbre del miedo. Viven temerosos, dejan de saludar al que opina diferente, no se atreven a charlar con ellos por la ansiedad que les produce el contagio y que esto les encamine a ser mirados con inquina.
¡Cómo hemos llegado a acostumbrarnos a vivir este pobre e insulso cristianismo por el que somos incapaces de dar la cara y levantarnos! Amigos, nos han ido desviando hacia un limbo desprovisto de razón y pensamiento.
Talonarios, hacen falta kilos y kilos de talonarios, que no falten, y si faltan yo te doy de los míos, y si me faltan, ayúdame tú y regálame de los que tengas, porque en Jesús, el mismo que nos sostiene y nos da luz, gozamos de una fuente inagotable de fondos lúcidos que jamás se acaban. ¿A qué tanto miedo?
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