Buenas Nuevas nos donan aquellos artistas que saben mantener incólume su fe en el dibujo. Veo un bodegón ‘atípico’ y lo reveo con admiración no silenciada, pues de cierto que encuentro difícil la técnica del dibujo, prueba de fuego o examen que, estoy convencido (soy creyente, ya lo saben), suspenderían la mayor parte de quienes se autodenominan artistas “contemporáneos”.
Pocos, muy pocos de los nuevas promociones, saben dibujar, toda vez que empezaron por deconstruir (trazos por doquier, manchas, garabatos…) sin antes saber construir (dibujar, componer formas…). Levantar la casa por el tejado es algo que el refranero advierte como perjudicial, pues si los cimientos aún no existen, basta el menor vientecillo para derrumbar lo que estaba en el aire.
La crisis actual está podando de forma brutal a tal floración de ‘artistosos’ o ‘artistoides’, ¡vaya uno a saber que nombre apropiado poner a quienes hacían performances con humo, basura y hasta excrementos!
Pues ahora tengo ante mi vista una pequeña obra de arte o recreación magnífica de las cosas sencillas: ha salido de las manos y de la sensibilidad del gallego
José Crespo, evangélico que se congrega en una Asamblea de Hermanos, artista autodidacta a quien no tengo el placer de conocer (digo placer, no como expresión gastada de contenido, sino como minusvalía espiritual de quien no puede darle un abrazo fraterno, emocionado ante la humilde grandeza de su arte).
Viendo tal bodegón y entrañándolo por los canales de mi corazón, no ceso de asombrarme sobre el don que tienen algunos dibujantes: basta un sencillo grafito para que el parto sea una verdad ajena a la confusión de las vanguardias que, por lo general, no llegan siquiera a la retaguardia.
He ahí lo clásico que nunca pasa de moda; ilumina siempre, aún sin focos publicitarios, sin peroratas pseudo-filosóficas que intenten explicar lo nimio del aporte.
A José Crespo, residente en Vigo, le debo que el Evangelio del Arte no esté demasiado lejos. Le debo esta comunión deshinchada de vanidad: lo simple, lo desnudo, resulta vigor para la fe en lo genuino (nunca en lo impostado; nunca en el apogeo de lo banal).
Por ello, y como compensación, me he tomado el esfuerzo de buscar algunos versos de otro gallego como él, sin aureolas o reconocimientos, y también creyente como él: “Para cuando vengas/ a los surcos de mi sembrado,/ quise para ti los ecos/ de aquellas canciones que han sido,/ que se oyeron en los caminos/ y en los caminos enmudecieron”.
Me sirvo de lo escrito por
José Abalde para delinear, siquiera parcialmente, el arte de José Crespo, y recorrer su clasicidad en la mazorca de maíz, en las calabazas, en el segmento de vid, en la manzana… sacando brillo a lo que contemplo solo, feliz de tener grata imagen no enrarecida.
Vuelven tiempos buenos para el esfuerzo, para vivir pacientemente en pos de la creación y no del éxito fácil y subvencionado. El dibujo, como la poesía, sólo debe hacerse por necesidad y por deseo: nunca por edictos del mercado.
Por Pontevedra, por Vigo, por la calle Dr. Corbal, tiene su taller el dibujante y escultor José Crespo, a quien no conozco y a quien hoy saco de su voluntario anonimato.
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