Las labores del verano

No se trata de edad sino de voluntad, de inefable vigor que sólo la fe dispensa a los agotados por uno u otro motivo: trabajo o falta de él, ambos desgastantes…

Llega la temporada estival y conviene, para la mayoría, tomar un descanso de tantos ajetreos y/o desasosiegos. De tales contingencias, que no de la continua y necesaria religación con la Iglesia donde se comparte comunión con Cristo y fraternidad entre quienes allí se congregan.

El verano, para un cristiano no abatido por problemas económicos o de salud, no debe significar holganza indiscriminada, desatención absoluta de las elementales relaciones con hermanos de la Fe, máxime estos tiempos difíciles para muchos, con tantas preocupaciones que sobrecargan sus vivencias cotidianas.

Fuerzas repuestas para no se rompa la esperanza; práctica de la hospitalidad entre los que viajan y los que se quedan…

El verano impone sus leyes naturales, sus estampidas sociales: sirvan al menos para volver menos laxos y más prestos a las germinaciones del Espíritu, más resistentes a las vicisitudes del curso nuevo, más entregados a leer y a materializar hasta la letra pequeña del Evangelio.

Hay otros hermanos que es ahora cuando más trabajan, si cabe, en asuntos relacionados con la evangelización. Conozco a uno de ellos que empieza sus preparativos en primavera, y sale a un parque donde el Ayuntamiento le ha autorizado colocar una gran pancarta con pasajes explicativos de la Biblia.

En esta temporada sólo las tormentas logran ahuyentarle de sus propósitos, no porque quede empapado, sino por cuidar el material de exposición. Pero en verano está contentísimo, radiante en medio del calor y en tal recinto repleto de gente por las tardes de estío. Él y el grupo de hermanos que le acompañan en esta labor veraniega.

Fuerzas y voluntades, como la de este hermano que ya rebasó los 75 años, resultan de una ejemplaridad que huelga mayores comentarios. Pero ello no es óbice para que otros descansen, repasen notas, visiten a familiares de la carne y de la fe… Hay tiempo para circundar la fuente y Tiempo para estar con el Amado galileo. Hay estaciones todo el año y todo el año debemos dar testimonio de un corazón entregado y no los tatuajes de la contradicción con la Palabra.

El Cristo no es un señuelo: es definitivamente Dios instalando su Reino dentro de nosotros, sea verano o invierno, estemos cansados o exultantes. Este Reino esencial debe sentirse en sus huestes rejuvenecidas, para que así, al verlos, los no creyentes también digan como el poeta:

“¡Creo en el maná que veo en la mano del Amor!”.