Me encanta el silencio, pero no siempre. Uno calla para afrontar la vida, que siempre está en la esquina, cada mañana. Uno, sin nada entre las manos, busca estar algún tiempo en silencio, meditando, orando, escribiendo… Pero no siempre. Porque, aunque es cierto que un poquito de paz no viene mal a nadie, resulta que la Palabra nos hace ver lo impúdico de esta postura acomodaticia, sin importar el sitial que ocupes en la sociedad. Bástenos recordar el sabio consejo que al rey Lemuel dio su madre: “Habla por el que no puede hablar y defiende la causa de los desvalidos; habla para juzgar con justicia y defiende la causa del humilde y del pobre”.
Hoy la pobreza y los problemas económicos empiezan a cundir en el mapa físico de España. El hombre es un ser político por antonomasia, pero los políticos profesionales (como ciertos teólogos, en el ámbito espiritual) han abusado de la delegación hecha por la polis. Sumaron su complicidad para tantas farsas o tinglados de cartón piedra, y ahora se pretenden como los que pueden arreglar el desaguisado: todo a costa de la inmensa mayoría, claro está. No se perciben ejemplos de recortes amplios en sus emolumentos; tampoco se han oído los meas culpas oportunos…
Ante este panorama, que buena parte de la población española encuentra desesperanzador, ¿cómo responde un seguidor de Cristo? ¿Callando, enrocándose en el silencio? Son tiempos para hablar y pedir responsabilidades, al menos, mientras ponemos el hombro para tratar de superar una crisis que está próxima a tornarse en estructural. Trabajo, quien lo tiene, pues no cabe duda que es un bien escaso; y también cumplimiento a cabalidad de las obligaciones que tenemos, entre ellas estar al día con Hacienda.
Pero
la cruda realidad nos ventea de continuo los privilegios y gollerías de ciertas clases que más tienen y que poco aportan. Valga un ejemplo: La infanta Pilar de Borbón, hermana del rey, preside una SICAV (Sociedad de inversión de capital variable), con un patrimonio declarado de 4,5 millones de euros. Pues bien, en 2010, ni esta honorable señora ni sus cinco hijos (socios de dicha sociedad) pagaron ningún céntimo de impuesto sobre sociedades, mientras que el año anterior sólo pagaron 1.000 euros y eso que declararon ganancias cercanas a los 400.000 euros. Leguleyadas y permisibilidades como las descritas lo que generan es un rechazo cada vez mayor en la gente que a duras penas llega a fin de mes.
¿Sientes cada injusticia como tuya, mientras renuevas tu Esperanza cada día? ¿Cuál tu decir, opinar o cuestionar en torno a los malos manejos de la cosa pública, tanto de unos como de otros gobernantes? ¿Te desentiendes de ello porque eres cristiano y nada de este mundo te atañe? ¿O sólo criticabas a los de antes y ahora callas sin vergüenza ante los desmanes y desfalcos bancarios, ante la socialización de las pérdidas del latrocinio legalizado, ante la ‘purificación’ de los defraudadores del fisco, ante la defensa a ultranza del jefe del poder judicial que, a la par que pregonaba una conducta ‘cristiana’, cargaba a espalda de los ciudadanos sus gastos suntuarios en balnearios de lujo?
¿Dónde están aquellos que escribían exabruptos contra los inmigrantes, negándoles la asistencia sanitaria elemental? ¿Dónde están ahora, que no los leo ni oigo cuando sus jerarquías perpetran aberraciones de inyectar ‘nosecuántos’ miles de millones de euros, a fondo perdido, y sin sonrojarse siquiera, sin dar explicaciones creíbles, sin objetar que alguien puesto a dedo no puede eximir la responsabilidad del que le nombró, que para eso está la Justicia? ¿Pero es que funciona, en verdad, la Justicia? ¿Dónde están esos ‘opinadores’, ahora que tantos jóvenes empiezan a ser emigrantes, a Noruega, Perú o Brasil, llenos de impotencia y rabia por el desastre gestado o permitido por los dos partidos mayoritarios de esta España que está transitando de Guatemala a Guatepeor, de un mal gobernante anterior a uno pésimo que levita por ahí.
Hay infancias a puro dolor de la pobreza; hay desahucios poco comprensibles y, lo que es más inaudito, unas deudas que superan de lejos lo prestado, cobrables y perseguibles de por vida a propios y avales; hay un temor que se respira, una desazón que se mastica; hay un desmantelamiento de la sanidad y de la educación poco razonables si, al dar la vuelta, arropas a unos bancos privados con el dinero que no tienes o que estás sustrayendo de esos recortes a sectores básicos para la ciudadanía.
Conviene saber de las mentiras ocultas. Y, pensándolo mejor, no me interesa conocer dónde están los que hasta poco voceaban sandeces liberales que, no nos engañemos, incitan a practicar el crimen del hambre.
Así lo pienso porque acabo de recordar unas palabras de Martin Luther King, cuando decía que lo que a él más le preocupaba no era el grito de los violentos, ni de los corruptos, ni de los deshonestos ni de los carentes de ética. Lo que realmente le preocupaba era el silencio de los buenos.
El silencio de los buenos…
Los buenos no pueden ni deben callar cuando el jefe de los tramoyistas no imprime carácter o cuando el capitán del barco ha ocultado que no sabe navegar. Y esto es urgente, pues como se dice en Proverbios:
Hay gente con dientes como espadas,
y mandíbulas como cuchillos,
para devorar a los humildes del país
y a los pobres de la tierra.
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