Escuchar al que más sabe es, qué duda cabe, un genuino privilegio. Pero también lo es, y posiblemente de honra mayor, cuando quien solicita tu atención está necesitado de un congénere que sepa escuchar dignificando su testimonio de aflicción o alegría.
La escucha… La compañía…
Saber acompañar es no poner semáforos invisibles cuando solicitan tu presencia, tanto en momentos de realce como, especialmente, cuando las malas horas se ciernen sobre el amigo o el prójimo: Dar es mejor que recibir. Acompañar es estar en una galaxia muy alejada de la envidia. Y se hace acto de presencia con la dulce contraseña de la amistad o de esa generosa bondad que todos deberíamos prodigar por doquier.
Sé que esta postura no es fácil de alcanzar, porque el corazón del hombre se endurece muy rápido cuando atisba que el Otro es quien recibe premios y homenajes, aplausos y más aplausos.
Pues no sólo hay que saber sumarse a los aplausos, como una situación casi inevitable, siguiendo a los demás. Hay que propiciarlos, ser los primeros en reconocer los dones y valías de quienes tenemos enfrente. No se trata de fomentar envanecimientos estériles o infatuaciones no sustentables ni siquiera por una obra magnífica.
Pues si éste es mi criterio desde hace largos años; más lo he acendrado desde que me hice cristiano, ya pasados los cuarenta. No se trata de pregonar bondad: lo difícil es practicarla, dedicando a otros lo más valioso que tienes (el tiempo), los dones que posiblemente tengas (escribir poemas, o sucedáneos de poemas, en mi caso).
Reflexiono así por dos hechos sucedidos recientemente. Y, por coincidencia, los dos protagonistas son leoneses. Me llamó José Carralero, grande amigo, Premio Castilla y León de las Artes. Lo habían nombrado “Leonés del Año” y el sábado 19 de mayo era la ceremonia, a celebrarse en el magnífico Hostal de San Marcos. Con pesar le dije varias veces que no podía acompañarle, pues debía atender a numerosos compromisos contraídos (prólogos, traducciones de poetas brasileños, artículos para Salamanca y Portugal…) que urgían mi respuesta. Él, grande Pepe, con tristeza aceptaba mis explicaciones, insistiendo que quería que yo y mi esposa lo acompañáramos en día tan especial para su corazón. Por Salamanca también estuvo el pintor y fotógrafo
Pepe Isla, profesor de la Usal.
Entonces recordé el pasaje de Éxodo, cuando Moisés replica a Dios: “Si tú no nos vas a acompañar, no nos hagas salir de aquí”. Y es que, claro, yo había sido ‘culpable’, un año antes, de que 68 poetas del mundo le rindiéramos homenaje con el libro “El paisaje Prometido”, citado por el presidente del Jurado como uno de los más recientes méritos del nuevo “Leonés del Año”.
Descansado fue el agotador viaje de ida y vuelta a León, para así acompañar a José Carralero. Allí estuve con
Antonio Colinas, quien me preguntó si ya había recibido el libro “
El bosque impenetrable”, un homenaje hecho por el Ayuntamiento de Leganés y para el cual dio varios nombres que quería estuvieran acompañándolo, entre ellos el mío.
Le dije que no, pero que pasaría por mi apartado de Correos. Desde hoy, miércoles que escribo, lo tengo entre mis manos. Un privilegio acompañar a un notable poeta como Antonio Colinas, máxime cuando me comentó que estas últimas semanas había estado muy enfrascado releyendo el
Libro de Job y que teníamos que hablar de esa bella traducción de
Reina-Valera.
Lo importante de estos hechos es que nada debe envanecernos: destacados maestros de la pintura y la poesía española buscan compañía de un sencillo meteco como este escriba. He ahí una lección de humildad, pues bien podían solicitar compañías de mayor relumbre. Y de nuevo recuerdo algunos pasajes bíblicos, como cuando el Rabí busca a sus apóstoles entre gentes de humilde oficio y procedencia.
No olvidar. Ah, no olvidar…
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