La religión sin compromiso con el hombre que sufre queda en algo externo, vacío, sin cambio de mente ni de corazón, sin misericordia ni búsqueda de justicia, sin liberación de los oprimidos.
En los tiempos bíblicos, en tiempos proféticos y también en los tiempos de Jesús había muchos religiosos que vivían un profundo drama: Querían alabar a Dios, ofrendar, hacer largas oraciones e intentos de gozar de lo espiritual, pero sin prójimo. En la Biblia hay continuas desaprobaciones y condenas de esos religiosos que querían alcanzar el cielo sin pasar por el prójimo, sin hacerle justicia y sin amarle en semejanza con mismo Dios.
Terrible tragedia porque no puede haber una auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana sin prójimo. Es una de las más graves mutilaciones que del cristianismo han querido hacer algunos… quizás de forma inconsciente. Por tanto, no nos equivoquemos. La Biblia dice: no podemos hacer ni alabanzas, ni oraciones, ni ofrendas a Dios, de espaldas al prójimo.
Pregunta: ¿Pueden existir hoy también cristianos que intentan vivir la relación con Dios, experimentar el gozo de relacionarse con él, pero sin prójimo? Más que drama, tragedia. Mutilación del Evangelio.
Cuando se vive una religiosidad sin prójimo, nos alejamos del auténtico cristianismo. Caemos en la farsa de construirnos una religiosidad reducida a una ética de cumplimientos religiosos y de prácticas externas de un ritual inútil. Sí, totalmente inútil aunque, de alguna manera, nos sintamos bien en ese gozo pseudoespiritual insolidario.
Las frases de Dios a través de los profetas y del entorno profético eran tremendamente chocantes, separadoras de Dios, aunque muchos que pretenden vivir un cristianismo sin prójimo no se quieran dar cuenta. Así dice el Señor: “Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; Asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré…”.
Eran personas que querían vivir una religiosidad o una falsa espiritualidad sin prójimo. Al dar la espalda al prójimo sufriente, se la daban al mismo Dios que escondía de ellos su rostro. Tenían que aprender a hacer justicia, hacer el bien y restituir al prójimo agraviado si querían ser aceptos a Dios.
No, la vivencia de la espiritualidad cristiana, de la auténtica religión que invocaba el apóstol Santiago, no era, ni debe ser, una espiritualidad sin prójimo, no consiste en la vivencia de cumplimientos religiosos o las prácticas externas de espaldas a los que sufren. No es sólo ir a la iglesia para alabar, orar, leer la Biblia o escuchar sermones, por muy bellos que estos sean. Es la necedad, el error de la religiosidad sin prójimo.
La auténtica religión, definida perfectamente en la Biblia en el libro de Santiago, es la que nos lanza hacia la projimidad, hacia al amor y el hacer justicia al prójimo agraviado… y esto en un mundo injusto en donde se demanda nuestro apoyo al hombre apaleado, excluido, no sólo usando nuestra ayuda asistencial, sino nuestra voz de denuncia de toda injusticia contra él.
La religión de espaldas al hombre sufriente es como burlarse a de Dios mismo. Por eso no debe haber religiosos sin prójimo, religiosos que no buscan justicia para él, religiosos incapaces de mancharse sus manos y de usar su voz como denuncia profética.
Jesús no buscaba una religión de simples cumplimientos rituales. No buscaba la vivencia de la espiritualidad cristiana a través de prácticas de externas con las que se quiere mirar a Dios olvidando el sufrimiento del hombre, del prójimo oprimido, empobrecido o abusado.
No hay auténtica religión sin prójimo. La auténtica, la verdadera es una religión que nos religaba a Dios en compromiso con el hombre. La única definición de religión que hay en la Biblia, pone como condicionante el amor al prójimo que lo representa por los típicos colectivos bíblicos, los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones. Luego viene la segunda parte que es el mantenerse espiritualmente limpio, sin mancha en la relación con Dios. (Ver Santiago 1:27).
Cuando no hay prójimo, cuando se quiere practicar una religiosidad sin compromiso con el hombre que sufre, queda en algo externo, vacío, sin cambio de mente ni de corazón, sin misericordia ni búsqueda de justicia, sin liberación de los oprimidos.
Cuando los religiosos de la época muestran a Jesús prácticas religiosas y tradiciones por encima del amor al prójimo y alejadas del compromiso con la misericordia y la fe, Jesús responde de forma tajante: ¡Hipócritas! Eran religiosos sin prójimo, o sea, su religiosidad era falsa.
Así, pues, toda religión sin prójimo o que no pone el amor a éste en semejanza con el amor a Dios, es falsa, mutilada, una ofensa a Dios que deja de escucharnos y acaba por molestarse incluso con nuestras alabanzas.
La religiosidad sin prójimo es mera fachada religiosa. Sepulcros blanqueados por fuera, pero que su interior huele mal, es putrefacción. Si se aparca el concepto de projimidad caemos en la práctica de un ritual vacío e insolidario.
No hay auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, no hay auténtica religión, religación con Dios, para aquel que pasa de largo ante el prójimo necesitado. Estas espiritualidades son simples modelos de hipocresías. ¡Hipócritas!, les dice Jesús a los que quieren ser religiosos sin prójimo.
Señor, ayúdanos a buscarte y adorarte cuando estemos reconciliados con el prójimo, uno de los grandes fundamentos de la auténtica relación contigo.
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