El novelista alemán, Premio Nobel de Literatura en 1989, ha escrito algo así como un poema contra los afanes bélicos y/o nucleares de Israel. Y la reacción mundial -casi unánime- ha sido de rechazo a lo que allí manifestó. Coincido parcialmente con estas críticas, pues Nada de lo que sucede en Oriente Medio es blanco impoluto ni negro al completo, a uno y otro lado del milenario albañal de violencia que acumula. Por otro lado, tengo mis reservas sobre el género (aparente) que eligió para plasmar su ‘penitencia’.
Pero estoy en desacuerdo radical con los críticos que se ensañan recordándole su pasado en las juventudes hitlerianas (unos meses, cuando tenía 17 años y poco antes de terminar la II Guerra Mundial). No aclaran que fue él mismo quien lo confesó décadas atrás, en distintos escritos, y no sólo en sus memorias publicadas en 2006. Lo atacan tildándolo de antisemita, lo cual es negado hasta por Avi Primor, exembajador de Israel en Alemania.
Y mantengo esta actitud vital, como seguidor de aquel que dijo:
“Yo soy Jesús a quien tú persigues...”. Todo creyente sabe de memoria el pasaje de Hechos, cuando empieza el viraje espiritual de ese fiero perseguidor al que las sucesivas generaciones han conocido como Pablo, oxígeno y pulmón de la expansión primera del Cristianismo.
Ahora bien, basta que alguien exprese su opinión sobre determinado tema (acertada o no, eso puede y debe discutirse), para que una turba de pseudo inquisidores suelten improperios o injurias contra el opinante, cuando no impiden que exprese libremente sus ideas o le declaren persona no grata (o comunista, o seguidor de la teología de la liberación, o adepto a la anarquía…). Ahora bien, lo que me extraña es que esas conductas también sucedan en el mundo cristiano. ¿O es que el mundo hace tiempo que ya está dentro del cristianismo y sólo existen días de apariencia angelical, Semanas Santas para la escenificación?
Grass escribió un poema titulado “Lo que hay que decir”, publicado semanas atrás. No sé el idioma alemán, pero algo confío en Miguel Sáenz, su traductor, quien ha obtenido numerosos premios internacionales por dicho oficio. ¿Y qué es lo que dice? Algunas vaguedades, otros reconocimientos al estigma alemán por el holocausto, proclamas pacifistas burdamente hilvanadas, claras verdades respecto a la hipocresía occidental… En fin, nada que no se sepa. Y
aún cuando habla del farsante iraquí, su filípica está orientada principalmente con Israel, país con muchos defectos, cierto; país con gobiernos muchas veces impresentables, pero país que también padece un acoso feroz desde países árabes no precisamente ‘santos’ tratándose del respeto de los derechos humanos. A modo de ejemplo, en Irán han sentenciado a la pena de muerte a un ciudadano suyo, con el único cargo de ser pastor evangélico.
Pues bien, del ‘poema’ de Grass, rescato lo de atreverse a no guardar silencio (ya hemos discrepado, en parte, del fondo abordado). Copio la parte más presentable del pésimo poema (en cuanto a la forma):
“… ¿Por qué he callado hasta ahora?/ Porque creía que mi origen,/ marcado por un estigma imborrable,/ me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,/ al país de Israel…/¿Por qué solo ahora lo digo,/ envejecido y con mi última tinta…”.
Esta confesión me recuerda (vagamente) al salmo 32, bello poema penitencial de David, magnífico Rey-Poeta, cuando sufriendo achaques, conoce la dicha del perdón de Dios ante sus desvaríos, especialmente cuando su libido le impulso a enviar a Urias hacia la muerte segura: “
Mientras callé, se envejecieron mis huesos/ En mi gemir todo el día.// Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano;/ Se volvió mi verdor en sequedades de verano.// Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad…”.
Bienaventurado es aquel que pide perdón a Dios, o disculpas a la sociedad, tratándose de ateos, que de todo hay en el mundo del Señor.
Pero, eso sí, don Günter, no vuelva usted a abusar de su condición de Premio Nobel para ‘perpetrar’ un poema que la Poesía no reconoce como tal. Use prosa de oficina, que bien sirve para escribir los tan necesarios panfletos, máxime en estos tiempos de decadencia de valores morales, de desdén hacia la ética del diario coexistir, donde por estar volteando la cabeza para no querer ver la corruptela, hemos dejado que empiece a podrirse una porción de nuestra sociedad.
Ningún silencio cómplice, auténtica cárcel de lo Justo.
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