“The Handmaid´s Tale” retrata la pesadilla de una sociedad gobernada por el fanatismo y la intolerancia.
¿Qué ocurriría si los evangélicos llegaran al poder en Estados Unidos? La escritora canadiense Margaret Atwood no tuvo más que mirar cómo eran las colonias puritanas de Nueva Inglaterra e imaginar el restablecimiento de la “América cristiana” en la época de Reagan. Su novela “El cuento de la criada” (1985) –reeditada por Salamandra– se ha convertido ahora en una serie realizada por la plataforma Hulu –distribuida en España por HBO–, “The Handmaid´s Tale”, que retrata la pesadilla de una sociedad gobernada por el fanatismo y la intolerancia.
He aprovechado estos días de convalecencia, por una operación, para ver la serie que se ha hecho ahora de este libro que conocí en los 80. Se publicó en castellano en 1986 por Seix Barral –la misma traducción de Elsa Mateo, que sale luego a comienzos de siglo en Ediciones B, Suma de Letras, Bruguera y ahora Salamandra–, cuando poco se podía ver ya en España del peligro de la religión. El trasfondo de la Mayoría Moral con que Atwood escribe su historia, se basa en el reconstrucionismo de una teonomía, que está en la base de la “teología del dominio” que ha inspirado la política evangélica estadounidense, estos últimos años.
No es casualidad por supuesto, que se haga ahora una serie sobre esta novela. El fracaso de la llamada “Mayoría Moral” de los 80, dio lugar a una reorganización en la época de Bush, que ha dado su fruto en la era Trump. La amarga división que vive la sociedad norteamericana desde las últimas elecciones, comenzó con la llegada del actor de Hollywood a la presidencia de Estados Unidos, pero sobre todo con la creciente presencia de un elemento religioso ausente en administraciones como la de Nixon. Muchos han olvidado hoy, que fueron los republicanos los que trajeron las libertades que ahora combate el cristianismo conservador.
Hay obvias diferencias entre Reagan y Trump. El actor había sido por lo menos gobernador de California. Y sus modales tenían poco que ver con los de este antiguo playboy que ha hecho su fortuna en casinos, pero ambos cortejaron al mundo evangélico hasta llegar a prometer que iban a acabar con el aborto y la Biblia iba a volver a tener un lugar predominante en la cultura americana. No es extraño que atrajeran el voto de muchos cristianos conservadores, que han hecho de su defensa una cuestión de fe.
LA MAYORÍA MORAL
Cuando conocí esta historia a principios de los años 80, todavía no se había traducido al castellano. Aunque había leído “1984” de Orwell, no sabía lo que era una distopía –la antiutopía de una sociedad indeseable–, pero era un apasionado de “Un mundo feliz” de Aldous Huxley (A Brave New World, 1932), un libro que advertía sobre los peligros de la sociedad liberal. Imaginaba una distopía basado en un régimen totalitario como el de la Alemania nazi o el comunismo soviético, pero nunca había pensado en un gobierno conservador basado en la Biblia, como “El cuento de la criada”. Las expresiones piadosas, unidas a ese culto a la fertilidad, que condenaba la homosexualidad y el feminismo, me sonaban demasiado conocidas para sentirme cómodo.
Cuando Atwood escribe su libro, vivía en Berlín. Había estudiado la América puritana en Harvard y descubierto que tenía una antepasada acusada de brujería en Nueva Inglaterra, Mary Webster, que sobrevivió a la horca. Es por eso que desarrolla su historia en Cambridge, Massachussetts. La ropa que lleva la inolvidable Peggy de “Mad Men” (Elizabeth Olson), es la de los puritanos que fundaron Harvard, cuya biblioteca es en la serie el cuartel del servicio secreto de Galaad. Cuando el primer presidente de Harvard, Henry Dunster, se hizo bautista, provocó una controversia que le llevó a la expulsión de la colonia.
La persecución de bautistas, cuáqueros y católicos, que hay en la novela, no se refiere sólo a la América puritana. Los padres de la teonomía reconstrucionista de los 80 eran presbiterianos conservadores como Rushdoony, Bahnsen, North, Chilton o DeMar, que buscaban no sólo implantar la ley mosaica, sino que perseguirían a los bautistas y herederos de la Reforma radical, con los que discrepaban teológicamente. Pocos se imaginaban entonces, que este fanatismo sectario llegara a ser un movimiento evangélico tan influyente como la “teología del dominio” –que hace referencia a Génesis 1:28, no a la imposición que defiende–. Su conexión con la Mayoría Moral propugnada por bautistas como Falwell o Robertson, unida al carismatismo apostólico de Wagner, lleva a todo un movimiento, basado en la educación en casa, que ha sido objeto ya de muchos estudios sociológicos en Estados Unidos.
“FEMINISMO DOMÉSTICO”
Una de las conclusiones del análisis social reconstrucionista es que el feminismo ha acabado con el orden familiar y trastornado el mercado laboral. Se idealiza así, la sociedad tradicional, donde la mujer no sólo estaba recluida en casa, sino que carecía de derechos legales, teniendo la función bíblica de traer hijos al mundo. Lo paradójico es que quienes extienden esta visión son mujeres como Serena Joy, una antigua tele-evangelista en el libro, casada con un comandante que es uno de los arquitectos de la república de Galaad –interpretado por Joseph Fiennes, el actor que hizo de Lutero–. Su libro sobre el “feminismo doméstico” sirve para propagar estas ideas, aunque luego no vaya a poder ser leído por las mujeres, a quienes se les prohíbe la lectura.
Las leyes de Galaad parecerán a algunos, exageradas. Sin embargo, son parecidas a las que conocimos en el franquismo. Hay una limitación legal para el trabajo de la mujer, que necesita el permiso del marido para cualquier actividad laboral o económica. Mujeres son arrebatabas de sus hijos por razones morales. No sólo se prohíbe el divorcio y abandono del hogar, sino que se criminaliza el adulterio, la anticoncepción, la prostitución y el lesbianismo. Las similitudes con la agenda evangélica que ha hecho del aborto y la homosexualidad, su “caballo de batalla”, son sobrecogedoras…
Lo que resulta más extraño para el lector y espectador cristiano es la introducción de “la ceremonia” como respuesta a la infertilidad que ha traído el deterioro del medio ambiente –sobre el que los conservadores nunca parecen ser muy conservadores–. Ya que las “criadas” no son sólo empleadas del hogar, sino sustitutas de la esposa, que como Raquel con su sierva Bilhá, quieren concebir un hijo para Los Hijos de Jacob, por medio de su criadas (Génesis 30:1-3). Este acto se presenta más sórdida, que eróticamente. Y en la serie va acompañado, la primera vez, nada menos que con la banda sonora del himno “Firmes y adelante”. Una confusión difícil de entender para cualquier lector de la Biblia, que sabe que esta práctica de los patriarcas era una evidencia de incredulidad, no de fe en la Promesa.
El sistema de adoctrinamiento es llevado a cabo por “tías” como Lidia en el Centro de Raquel y Lea, una clase de mujeres que conforma este sistema de opresión brutal, por medio de la violencia y la humillación de una crueldad salpicada de versículos bíblicos fuera de contexto. La tía Lidia repite siempre la bienaventuranza de los mansos, pero como dice Offred, se olvida de la segunda parte, “que ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5) –una frase que solía repetir Grau al hablar de la “nueva tierra”, que algunos han confundido con “el cielo”, en su espiritualización de la esperanza cristiana–. El trabajo doméstico se deja también en mano de “las martas”, mujeres que han pasado la edad fértil y reciben la denominación de la hermana de María y Lázaro, los amigos de Jesús (Lucas 10:38-42).
LA IMPOSIBILIDAD DE LA LEY
Una muestra clara de cómo Atwood está pensando en el reconstruccionismo de la teonomía, es su forma de representar la pena de muerte. Una de las vindicaciones de este movimiento es su campaña por la reinstauración de la pena de muerte en todos los casos establecidos por la ley mosaica, frente al actual sistema de prisiones, que no aparece en la Biblia y está tremendamente masificado en Estados Unidos. Otra variación que defienden, frente al modo actual en que se realiza la pena capital en algunos estados, es la participación de las víctimas en la ejecución, como hacen en “The Handmaid´s Tale”. Este acto de violencia colectiva es otra de las escenas emblemáticas de la historia, junto a “la ceremonia”.
Más allá de la lectura feminista y la advertencia liberal frente a los peligros del fundamentalismo, se puede ver también “El cuento de la criada” como una metáfora de la imposibilidad de la ley para cambiar las personas. Tal y como muestra Pablo en Romanos 7:14-25, la ley no sólo no transforma a la gente. Es que tampoco puede. Esta es la diferencia entre la Ley y el Evangelio. Tal y como dijo Lutero, su confusión es el origen de todos los problemas de la religión cristiana. Es por que eso el legalismo evangélico es una contradicción en términos. Busca obtener por la Ley, lo que sólo la Gracia puede conseguir.
El título del relato de Atwood recuerda de hecho a Gálatas 4:21-31, donde se contrasta la libertad de la fe de Abraham con el servilismo que representa Agar. La advertencia apostólica es que no podemos volver a la esclavitud mosaica para conseguir la libertad cristiana. Es sólo el Evangelio, el que nos hará libres. La Ley del Antiguo Testamento tiene un valor moral para el cristiano, pero no tiene una función judicial para el mundo que nos rodea. Si seguimos soñando con imponer la ética cristiana en la sociedad, lo que conseguiremos es la hipocresía que se vive en Galaad, donde el mal permanece oculto en esta “nación cristiana”, donde todavía hay prostitutas como “las Jezabel”. Es la doble moralidad de la cultura religiosa.
La fealdad de este mundo fotografiado con esta luz fría, te muestra la realidad de una religión sin Espíritu. No faltan las expresiones piadosas y los versículos bíblicos, pero no hay nada del poder de la Palabra que hace nuevas todas las cosas. Es una Ley sin misericordia y una moralidad sin gracia. No hay bálsamo en Galaad para curar ninguna herida. Ese está sólo en Cristo Jesús, porque sólo el poder del Espíritu de Dios puede cambiar los corazones. Y lo hace por su Gracia, no por la fuerza de la Ley.
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